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jueves, 8 de noviembre de 2012

CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS...


LAS GALLINAS

Había una vez un joven muy pobre que trabajaba en una tienda de regalos. Su jefe era muy malo y le pagaba sólo 5 euros por cada día de trabajo. El muchacho estaba muy cansado de trabajar tanto y de ganar tan poco, pero como no había trabajo, siguió en la tienda. Hasta que un día vio a una abuela que vendía gallinas a 20 euros cada una; entonces tuvo una gran idea: compró una gallina que creció y tuvo pollitos. Algunos los dejó crecer para que se convirtieran en gallinas, y otros los vendió por 10 euros cada uno. Así llegó a tener muchas gallinas.

Ahora, cuando las gallinas ponen huevos también los vende directamente. De esta forma gana mucho dinero cada día, y se ha convertido, poco a poco, en un hombre muy rico.

Kehuan Dai, 3º D


domingo, 4 de noviembre de 2012

CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS...

Esta historia nos ha llegado con imagen incluida.



EL MILAGRO DEL LAGO 

 Era un día muy lluvioso como para salir a pescar. Carlos, el pescador, lo sabía, pero debía llevar comida a su familia. Carlos se fue en un pequeño bote a navegar por el lago que quedaba cerca de su casa. El tiempo empeoró y un fuerte rayo iluminó el cielo gris. Fue entonces cuando apareció el pez más grande que Carlos había visto en su vida. Sintió un jalón en su caña, tiró fuerte de ella y pescó un pequeño pez. Decepcionado y cansado regresó con su pequeña captura. Su esposa, al recibirlo, le dijo: 

-¿Has tenido suerte? 
-No –contestó Carlos-, pero al menos nuestro hijo podrá comer. 

Al cocinar el pez, observaron pequeñas piedras en su estómago: se trataba de diamantes puros. Ese día la suerte de Carlos y de su familia cambió para siempre y para mejor. 

 Jaime Quispe, 3º C

sábado, 27 de octubre de 2012

CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS...


EL REY VALIENTE Y CRUEL

Había una vez un rey de un país muy lejano, que era muy valiente y el más despiadado del mundo. Nadie había logrado vencerlo jamás. Una vez llegó hasta un lugar terrible, un pueblo habitado por seres extraños, algunos de los cuales tenían un solo ojo en medio de la frente, mientras que otros tenían hasta tres. También poseían varias piernas, lo que los hacía muy veloces. A pesar de todo, el rey consiguió derrotarlos, por lo que esos seres extraños no tuvieron más remedio que ir a refugiarse en unas profundas y tenebrosas cuevas. Hasta allí los siguió el rey, y entró en la cueva con la intención de hacerlos desaparecer. 

Después de una larga búsqueda, los encontró y, cuando estaba a punto de matarlos, la cueva se derrumbó y todos murieron.

Daysi Sandoval, 3º C


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Carlos tenía 7 años y vivía en un pueblo llamado Criscrin. Él solía estar solo, ya que sus padres no tenían mucho dinero y trabajaba todas las mañanas de cabrero. 

Siempre les contaba sus problemas a las cabras, pero tenía una favorita a la que llamaba Manchitas. Un día, por la mañana, le habló y supo sus respuestas.

-Manchitas, Manchitas, hoy le he preguntado a mi padre que por qué no podía ir a la escuela; y me ha dicho que no se acordaba, que se lo preguntara a mi madre, pero no la he visto en toda la mañana.

-Beee, beee, beee -le contestó Manchitas.

Carlos no paraba de darle vueltas al asunto y, cuando llegó a su casa y vio a su madre haciendo la cena, le preguntó:

-Mamá, ¿por qué no puedo ir a la escuela?
-Carlos, se me ha olvidado. Pregúntaselo a tu padre.

Carlos subió enfadado a su habitación y esperó a que su madre lo llamara para cenar, mientras seguía dándole vueltas a sus cosas. Cuando su madre lo llamó, bajó y se encontró a sus padres allí, esperándolo. Se sentó y les preguntó a los dos a la vez:

-Mamá, papá, ¿por qué no puedo ir a la escuela?

Ambos se miraron y el padre contestó por los dos:

-Carlos, hijo, la verdad es que no vas porque creemos que es mejor que cuides de las cabras. Además, tú ya sabes leer y escribir.

Se callaron los dos y miraron a sus respectivos platos. Carlos, sin saber qué hacer, terminó rápidamente su cena y se retiró.

Al día siguiente, el muchacho volvió a hablar con Manchitas.

-Manchitas, la verdad es que no entiendo a mis padres. Ya sé por qué me dicen eso de que cuando sea mayor comeré huevos...

Carolina Zarco, 3º D


martes, 23 de octubre de 2012

CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS...

Hoy va de manzanas (y de peras)

EL HAMBRE AGUDIZA EL INGENIO

Había una vez un niño llamado David que vivía en una ciudad muy grande. Tenía una hermana muy pequeña a su cargo debido a que eran huérfanos. Un día les entró mucha hambre, y su hermana se puso a llorar. David se preocupó tanto que decidió ir al mercado a pesar de que no tenía dinero. Iba pensando cómo podía conseguir comida sin pagarla y tuvo una idea. Fue a un puesto de frutas donde había mucha gente comprando y, sin que nadie se diera cuenta, cogió una de las manzanas de la base de un montón que estaba ordenado en forma de pirámide. Entonces se cayeron todas al suelo.

El dueño del puesto lo acusó de haber provocado la caída de las manzanas, pero el chico lo negó. El comerciante se puso a recogerlas y David le ayudó. Entonces, el señor le regaló varios kilos de manzanas. De esta manera, David y su hermana pudieron comer y se pusieron muy contentos.

Miguel Ángel Rocha, 3º C




LAS 15 MANZANAS

Jack era un chico que con 16 años se tuvo que poner a trabajar. Trabajaba para el señor Salgari. Un día, el jefe mandó al chico a comprar 15 manzanas, que era la fruta que más le gustaba. Fue a comprarlas y, al volver, entró en la cocina y dejó las manzanas que había comprado sobre la mesa. Al cabo de un rato, entró Erika, una de las empleadas de la casa, se acercó a la mesa y le dijo:

-¡Esas manzanas se ven muy ricas!

Jack, sin pensárselo dos veces, cogió dos manzanas y se las dio. Cuando llegó la hora de llevar la comida y las frutas a la mesa, el señor Salgari se dio cuenta de que faltaban dos manzanas. Él ya las había contado antes de que entrara Erika en la cocina.

-Jack... -dijo el señor Salgari.
-Sí, señor.
-Aquí hay solo trece manzanas, y yo conté quince. ¿Dónde están las  otras dos que faltan?
-Solo había trece, señor.
- ¡Imposible! -dijo,enfadado, el jefe.

Jack, muerto de miedo, bajó la cabeza y no dijo nada. Cuando Salgari le pretuntó a Erika, que era la única que estaba allí en ese momento, que si ella también había visto trece manzanas, la muchacha miró a Jack y respondió:

-Sí, señor, solo había trece manzanas y dos peras.
-¿Has dicho dos peras? -dijo, extrañado Salgari- Entonces seguro que conté esas dos peras pensando que eran manzanas. Podéis retiraros.

Jack suspiró y fue hacia la cocina, donde le dio las gracias a Erika.

El chico se salvó de un castigo, Erika se quedó con las dos manzanas y el señor Salgari se quedó convencido de que las manzanas que faltaban eran en realidad peras.

Alexandra Costache, 3º C

viernes, 19 de octubre de 2012

CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS...



JAQUE MATE DEL PASTOR

Érase una vez un rey muy rico que un día decidió retar a una persona del reino para que jugara una partida al ajedrez con él, porque estaba seguro de que nadie sería capaz de ganarle, ya que era el mejor jugador de todo el reino. Nadie quería jugar con él. Pero un día apareció un pastor que se atrevió a aceptar el reto. Comenzaron la partida y ganó el pastor. Entonces el rey le dijo:

-Puedes pedirme lo que quieras, ya que me has ganado. Puedes pedirme tierras, caballos, comida, oro... Lo que quieras.

-Quiero arroz -contestó el pastor-, pero me va a multiplicar los granos de arroz en cada cuadrado del ajedrez. En el primero, un grano; en el segundo, dos; en el tercero, cuatro...; así hasta llenar los sesenta y cuatro.

-Por supuesto que lo haré -dijo el rey.

Lo que no sabía es que iba a dar al pastor una cantidad desorbitada de granos de arroz. De esta forma, el pastor consiguió arruinas al rey.

Vanesa Hinojosa, 3º C


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EL REY Y EL VECINO DE JUAN


Érase una vez un noble caballero llamado Juan que trabajaba para un rey que no es que fuese muy bueno que digamos. Juan vivía en su propia casa, pero por las mañanas, muy pronto, tenía que estar en la mansión del rey para prepararle el desayuno, ordenar los muebles correctamente y hacerle la compra.

                Juan tenía un vecino muy amable que un día le contó que no tenía dinero para pagar el alquiler, y que no tenía dónde ir. Entonces Juan le dijo:
                -No te preocupes. Intentaré solucionar tu problema. Mañana iré a contarle a su majestad tu situación.
                Al día siguiente, Juan le explicó la situación de su vecino al rey, y éste le dijo que si quería vivir en esa casa, tendría que pagar o irse a vivir a la calle.
-Majestad, se lo suplico, dejadle vivir en su casa –le respondió Juan.
-¡Si quiere vivir en su casa, que pague el alquiler! –insistió el rey.
-O le dejáis vivir en su casa o yo no volveré a trabajar con vos –le dijo Juan airado.
-Tú no me haces falta, así que vete y no vuelvas.

                Pasaron varios días, y Juan, que tenía en su casa a su vecino, tuvo que ir al supermercado para hacer la compra. Una vez dentro, se dirigió a la sección de lácteos, y allí vio al rey mirando a un lado y a otro, sin saber qué tenía que comprar; porque normalmente era él quien le hacía la compra. Juan intentó alejarse poco a poco sin ser visto, pero el rey percibió sus movimientos y, cuando se dio cuenta de que era Juan, se fue corriendo detrás de él y le dijo:
-Por favor, Juan, te lo suplico, vuelve a trabajar para mí. No sabes lo que sufro sin ti.
-Si vos no podéis vivir sin mí –le respondió Juan-, pues imaginad cómo puede vivir mi vecino sin su casa. Tenéis que dejarle vivir en su casa y, además, darle un poco de dinero para que pueda comprar sus propios alimentos.
El rey lo comprendió y se dio cuenta de que, aunque tenía mucho dinero, sin Juan se veía como atado de pies y manos; así que le dijo:
-Está bien, desde hoy se hará lo que tú buenamente quieras.
Y así fue.


Imad Mohouti, 3º C

domingo, 14 de octubre de 2012

CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS...




LA ASTUCIA PERDONADA

Había una vea un chico llamado Manuel al que le gustaba apostar dinero con sus amigos, aunque era de una familia muy pobre que no tenía suficientes recursos para vivir.

Un día su madre le mandó a comprar patatas, pero antes de que se fuera le advirtió de que no gastara el poco dinero que tenía apostando. Manuel salió a comprar, pero en el camino se encontró con sus amigos y decidió apostar. Él pensaba que así podría conseguir más dinero, pero no fue así y lo perdió todo. Entonces pensó en cómo conseguir las patatas para que su madre no se enfadara. Por el camino fue recogiendo papeles, luego fue a casa de uno de sus amigos, cogió pintura e hizo bolas de papel con pequeñas piedras dentro, las pintó del color de las patatas, las metió dentro de una bolsa y se las llevó a su madre. 

Al entrar en casa, su madre estaba ocupada, y él dejó las patatas en la puerta y le dijo que se iba a jugar. Al volver, estaba asustado, pero se madre al verlo lo miró molesta, pero a la vez sonriente por la astucia de su hijo. Lo perdonó, pero le hizo prometer que no usaría su astucia para cosas mejores.

Dalia Quispe, 3º C


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LA RIFA DEL BURRO

Rubén era un adolescente que tenía dieciséis años y vivía con su familia en una granja. Sus padres trabajaban día y noche en el campo sembrando y recolectando. Lo que obtenían lo vendían en el pueblo. Pero una mañana, su padre no pudo levantarse de la cama porque tenía mucha fiebre. Llamaron al médico y este dijo que esta malo y le recetó varias medicinas para salvarle, pero no tenían dinero para comprarlas. 

Rubén estuvo toda la noche sin dormir pensando en cómo conseguir dinero. Por la mañana ya tenía la solución: haría una rifa en el pueblo, rifaría su burro, aunque él no tuviera ningún burro. Hizo cien papeletas a 3 euros cada una, se acercó al pueblo y, en menos de dos horas, las vendió todas. A los tres días, rifó el burro y le tocó al barrendero del pueblo, pero Rubén le dijo que había surgido un problema: la noche anterior el burro se había muerto. El barrendero se enfadó y le dijo que le devolviera el dinero de la papeleta. Rubén se lo devolvió, y así es como consiguió 297 euros, que era lo que costaban las medicinas, y salvó a su padre.

Juan Ángel Martín, 3º C

martes, 9 de octubre de 2012

CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS...


LAS VELAS

Hubo una vez un padre que tenía tres hijos: dos varones y una chica que era la pequeña. El padre, que se llamaba Federico, estaba preocupado porque no sabía a quién dejarle la casa y las tierras en herencia; así que reunió a sus hijos y les dijo que tenían que llenar con algo, lo que fuera, dos habitaciones de la casa.

A la mañana siguiente era el turno del mayor, quien, al acabar el día, había llenado una habitación entera más la mitad de la otra con chatarras y trastos viejos.

Llegó la mañana siguiente y fue el turno del hijo mediano, y éste, al acabar el día, había llenado una habitación entera más tres cuartas partes de la otra con heno.

El tercer día le tocó a la pequeña, y el padre vio que la muchacha no hacía nada en todo el día, así que fue a preguntarle. La hija le pidió que la acompañara en la noche para verlo. Se hizo la noche, la chicha cogió dos velas y dos cerillas. El padre la acompañó y pudo observar cómo su hija colocaba una vela en cada habitación y las encendía. De repente, se dio cuenta de cómo su hija había llenado las dos habitaciones con lo más fácil del mundo: con la luz. Así pues, el padre ya tuvo claro con quién se quedaría la casa y los terrenos.

Maurico Javier Zambrano, 3º C

sábado, 6 de octubre de 2012

CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS...

Hoy tenemos el cuento de nuestro querido Jesús, un atlético de pro que ha cometido aquí una pequeña infidelidad futbolístico-literaria.


EL MEJOR JUGADOR DEL MUNDO

Érase una vez un niño al que le gustaba jugar mucho al fútbol. Se llamaba José, y vivía con sus padres. Un día José se fue con sus amigos a jugar al fútbol a una pista que estaba al lado de su casa. El niño no sabía que era muy bueno. Un buen día se fue al colegio y, cuando llegó el recreo se fue a la pista a jugar, pero no le dejaron. Él insistió y, al final, le dejaron. Gracias a él ganaron 5-0. Al día siguiente era sábado, y por la tarde bajó a jugar. De repente, pasó un entrenador de fútbol y se quedó viendo cómo jugaban. Al acabar el partido llamó a José y le dijo que si quería jugar en el Atlético de Madrid. El muchacho se emocionó mucho y le dijo que sí. El sábado siguiente ya empezó a jugar en el equipo juvenil. Era tan bueno que terminó jugando en el Real Madrid. Ganaron muchos partidos gracias a él y fueron campeones de la Liga y de la Copa del Rey.

Jesús Muñoz, 3º D

jueves, 28 de junio de 2012

CONCURSO LITERARIO 2012 / PRIMER PREMIO NARRATIVA BACHILLERATO

Hoy terminamos de publicar los premios del CONCURSO LITERARIO 2012, y lo hacemos con el primer premio de narrativa de Bachillerato.


ETERNO INVIERNO
de Jesús del Saz Quintero, 2º de bachillerato



Hace años mi abuelo me relataba historias acerca del pasado de la humanidad, me hacía viajar hacia esa época tan distinta de la actual, tan distinta. Me llamo Johann, y hoy mi abuelo ha muerto, y con él, todo lo bueno y maravilloso que me quedaba en este mundo desolador.


Soy un chico, no muy alto, con poco pelo, y con un aspecto entre mugriento y asqueroso, y por si no lo he dicho, vivo en Parla, una pequeña localidad de Madrid. Los años no han pasado en balde por esta zona, ahora las calles están despobladas, sólo se aprecian las pocas luces que quedan en las farolas nocturnas, los comercios están cerrados, y la miseria y pobreza están más que extendidas. Es como si viviera en un eterno invierno, un eterno y lánguido invierno. Por si no lo he dicho antes, el año actual es el 2078, aunque ahora eso no es que le importe a nadie, el tiempo ha perdido todo su valor, los días pasan sin sentido.


Mis padres murieron cuando yo era muy pequeño, la cantidad de contaminación de la atmósfera hacía el aire irrespirable, y lo sigue haciendo. Mis padres no tenían los medios para costearse un sistema de respiración artificial. Se trata de un método por el que se respira aire contaminado, pero gracias a unos mecanismos se consigue depurar. Resultaba demasiado caro para mis padres. Yo sigo vivo de milagro: mis padres se gastaron sus últimos ahorros en uno de esos sistemas de segunda mano para mí; dieron su vida para que yo pudiera malvivir la mía.


Los chicos de mi generación no es que seamos gran cosa; somos débiles, bajitos y con claros signos de desnutrición. El hambre en el mundo se extendió tras las décadas de cataclismos ocurridos en el pasado, según contaba mi abuelo. Según él, hace setenta años la vida se vivía con total tranquilidad y serenidad. Fue a partir de los años veinte cuando empezó a generalizarse el caos.




Los políticos mentían y hacían chanchullos para saltarse las leyes de ecología impuestas por sociedades medioambientales. Todo ello para seguir en el poder, encubriendo la verdadera realidad. Pagaban altísimas cantidades de dinero para seguir contaminando, para seguir siendo países industrializados, para seguir con el desarrollo, el progreso. Poco a poco, la contaminación alcanzó niveles alarmantes, ya de nada servían las multas, los planes de reciclaje apurados, las reducciones de tráfico o los cierres industriales. El mal estaba hecho, y no tenía solución.


El llamado calentamiento global incrementó sus efectos sobre las distintas partes del planeta; el clima se fue haciendo cada vez más impredecible; y los desastres naturales aumentaron de forma considerable. La población sintió un profundo pánico, y todo eso dio origen a la Tercera Guerra Mundial en el año 2024. No fue una guerra como las anteriores, fue una guerra nuclear. Decenas de bombas nucleares cayeron sobre las capitales más importantes, sus enormes setas podían verse de un continente a otro. Las grandes potencias se hundieron.


Los siguientes años no fueron buenos: hambre, desolación, muertes y este eterno invierno. Las temperaturas bajaron, la biodiversidad se fue extinguiendo, pero la raza humana ha seguido sobreviviendo. Mi abuelo fue de los pocos que lo consiguió, aunque hubiera preferido morir. A partir de los años cuarenta se formó un nuevo orden mundial en el que las diferencias sociales y económicas se acentuaron. Tuvieron lugar multitud de golpes de Estado, por eso ahora en España gobierna ilegalmente el dictador Jiménez.


Ojalá no hubiera ocurrido nada de esto. Mi abuelo decía que no importaba que un par de políticos hicieran lo que les diera en gana, el poder no estaba en los altos cargos, sino en el pueblo. Si la gente hubiera reaccionado a tiempo, con simples gestos, hubiera bastado. Ahora es demasiado tarde para volver atrás, ahora la vida es un malvivir. Pero si hubiera alguna manera de volver atrás, de cambiar las coas, de cambiar el mundo, alguna manera...




Las imágenes que aparecen ilustrando el relato son grabados de Gérard Trignac.

miércoles, 16 de mayo de 2012

LA NUEVA PROSERPINA

En la asignatura de Latín de 4º de la ESO han hecho una reinterpretación de los mitos clásicos. Aquí tenéis una muestra: una reinterpretación del rapto de Proserpina. 

Proserpina de Leighton

Sara es una encantadora señorita muy joven. Hermosa como las rosas y pura como el agua cristalina. Era la hija de un poderoso magnate llamado Tomás y una señora de alto standing de nombre Socorro. Sara tenía una belleza celestial, una belleza nunca vista. Por lo tanto, atraía a los hombres con mucha facilidad, aunque nunca tomó su cualidad o defecto, por así llamarlo, para beneficio propio. Sara no era  hija única, tenía dos hermanas más, Elena y Bárbara. Ambas muy diferentes de  ella.

Todo lo que rodeaba a esta joven se hacía cada vez más hermoso: naturaleza, fauna… La belleza de esta muchacha, sin ella saberlo, la llevaría al peor de los lugares y con el consentimiento de su padre, que más tarde, se daría cuenta.

Un día Sara, Elena y Bárbara estaban en un lago, lago que estaba incluido en los inmensos terrenos de la finca familiar, aunque muy apartado de la casa. Las tres muchachas habían salido a navegar. Convencida por sus dos hermanas, Sara había accedido, sin pensar que ese “grato paseo” se iba a convertir en su peor pesadilla. Elena y Bárbara emprendieron su navegación, dejando a ésta en tierra, ya que a la muchacha le encantaba la naturaleza y había salido a buscar hermosas flores para decorar su hogar.

 Sara tenía un pretendiente bastante mayor que ella: su tío Jorge, quien millonario, solitario y muy confiado, pretendía a Sara. Caprichoso, anhelaba tener entre sus brazos a aquella muchacha hermosa, joven y pura. A Socorro, su madre, no le hacía gracia que su cuñado estuviera pretendiendo a su adorada hija menor. Aprovechando que la madre no estaba, y con ayuda de su hermano, Jorge logró quedarse a solas con la joven y le declaró una vez más su anhelo y deseo de estar con ella, pero Sara con pudor se quiso retirarse. El hombre, ya cansado de que la muchacha lo rechazase, la cogió a la fuerza, le tapó la boca y, aprovechando la soledad del lugar, la raptó y se la llevó a un lugar paradisíaco, a un lugar hermoso. Allí le pidió mil veces disculpas a la joven, y como muestra de arrepentimiento, le ofreció un zumo hecho con las frutas más espléndidas y jugosas que existen, servido, claro está, en una copa de oro.La muchacha bebió de esa copa, sin saber que tenía droga y cayó desmayada, lo que aprovechó su tío para violarla.

Socorro se dio cuenta de que su hija no estaba con sus hermanas, que habían dicho la habían perdido de vista cuando tomaron el barco. Desesperada, buscó por todos los  lugares  donde creía que podía estar su hija. Pero pasaron las semanas y la muchacha no aparecía. La madre, desesperada, cayó rota en llanto, sin fuerzas y con el alma hecha pedazos, convencida de que no volvería a ver a su pequeña. Tomás, al ver a su fiel y amada esposa destrozada, se arrepintió de haber ayudado a su despiadado hermano y decidió contarle toda la verdad. Socorro le exigió a Tomás que le devolviese a su hija, porque era sólo una niña y no era justo que estuviera con un hombre tan mayor y, sobre todo, contra su voluntad.

Tomás, no pudo soportar más su culpa y, haciendo caso a su mujer, decidió hablar con su hermano y exigirle que le devolviese a su hija. Jorge se negó rotundamente, ya que la joven había perdido su más preciado honor con él, y esto quería decir que por ella le pertenecía y estaba obligada a ser su mujer. Tomás, hecho una furia, salió en busca del lugar donde Jorge tenía oculta a Sara. Transcurrido el tiempo y sin fuerzas, el hombre, comprendiendo que su hermano no accedería jamás a devolver a Sara y que su mujer moriría de dolor si no le devolvía a Sara, decidió tomar una decisión: hablaría con su mujer y con su hermano para, al menos, llegar a un acuerdo.  Tomás les propuso a ambos que la joven pasase medio año con cada uno; así no habría problemas y su querida esposa saldría de su depresión. Era la única forma en la que aquella madre podría volver a con su pequeña, así que, finalmente, accedió.

Así ha pasado el tiempo. Cada medio año, Socorro vuelve a su felicidad y la casa se llena de alegría y risas. Por otro lado, Jorge queda solitario, esperando a que transcurra el tiempo rápido para volver a estar con su amada.

Diana Isabel Arcos   4º B

sábado, 20 de agosto de 2011

CUENTO DE ANA MARÍA MATUTE


Un poquito de lectura nunca viene mal. Os ofrecemos, de nuevo, un cuento de Ana María Matute.

EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO

Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre:

-El amigo se murió.


-Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar.


El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. «Él volverá», pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar.


-Entra, niño, que llega el frío -dijo la madre.


Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: «Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada». Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: «Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido». Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.

FIN


viernes, 15 de julio de 2011

ANA MARÍA MATUTE - Los chichos


Ana María Matute recibió el Premio Cervantes hace unos meses. No dijimos nada en este blog porque no tuvimos tiempo, pero nos quedó pendiente un pequeño homenaje, el mejor que puede recibir un escritor: leerlo. Así que aquí tenéis uno de sus magníficos cuentos.





LOS CHICOS

Eran cinco o seis, pero así, en grupo, viniendo carretera adelante, se nos antojaban quince o veinte. Llegaban casi siempre a las horas achicharradas de la siesta, cuando el sol caía de plano contra el polvo y la grava desportillada de la carretera vieja, por donde ya no circulaban camiones ni carros, ni vehículo alguno. Llegaban entre una nube de polvo que levantaban sus pies, como las pezuñas de los caballos. Los veíamos llegar y el corazón nos latía de prisa. Alguien, en voz baja, decía: «¡Que vienen los chicos...!» Por lo general, nos escondíamos para tirarles piedras, o huíamos.
Porque nosotros temíamos a los chicos como al diablo. En realidad, eran una de las mil formas de diablo, a nuestro entender. Los chicos, harapientos, malvados, con los ojos oscuros y brillantes como cabezas de alfiler negro. Los chicos, descalzos y callosos, que tiraban piedras de largo alcance, con gran puntería, de golpe más seco y duro que las nuestras. Los que hablaban un idioma entrecortado, desconocido, de palabras como pequeños latigazos, de risas como salpicaduras de barro. En casa nos tenían prohibido terminantemente entablar relación alguna con esos chicos. En realidad, nos tenían prohibido salir del prado bajo ningún pretexto. (Aunque nada había tan tentador, a nuestros ojos, como saltar el muro de piedras y bajar al río, que, al otro lado, huía verde y oro, entre los juncos y los chopos.) Más allá, pasaba la carretera vieja, por donde llegaban casi siempre aquellos chicos distintos, prohibidos.
Los chicos vivían en los alrededores del Destacamento Penal. Eran los hijos de los presos del Campo, que redimían sus penas en la obra del pantano. Entre sus madres y ellos habían construido una extraña aldea de chabolas y cuevas, adosadas a las rocas, porque no se podían pagar el alojamiento en la aldea, donde, por otra parte, tampoco eran deseados. «Gentuza, ladrones, asesinos...» decían las gentes del lugar. Nadie les hubiera alquilado una habitación. Y tenían que estar allí. Aquellas mujeres y aquellos niños seguían a sus presos, porque de esta manera vivían del jornal que, por su trabajo, ganaban los penados.

El hijo mayor del administrador era un muchacho de unos trece años, alto y robusto, que estudiaba el bachillerato en la ciudad. Aquel verano vino a casa de vacaciones, y desde el primer día capitaneó nuestros juegos. Se llamaba Efrén y tenía unos puños rojizos, pesados como mazas, que imponían un gran respeto. Como era mucho mayor que nosotros, audaz y fanfarrón, le seguíamos adonde él quisiera.

El primer día que aparecieron los chicos de las chabolas, en tropel, con su nube de polvo, Efrén se sorprendió de que echáramos a correr y saltáramos el muro en busca de refugio.
-Sois cobardes -nos dijo-. ¡Esos son pequeños!
No hubo forma de convencerle de que eran otra cosa, de que eran algo así como el espíritu del mal.
-Bobadas -nos dijo. Y sonrió de una manera torcida y particular, que nos llenó de admiración.
Al día siguiente, cuando la hora de la siesta, Efrén se escondió entre los juncos del río. Nosotros esperábamos, detrás del muro, con el corazón en la garganta. Algo había en el aire que nos llenaba de pavor. (Recuerdo que yo mordía la cadenita de la medalla y que sentía en el paladar un gusto de metal raramente frío. Y se oía el canto crujiente de la cigarra entre la hierba del prado). Echados en el suelo, el corazón nos golpeaba contra la tierra.

Al llegar, los chicos escudriñaron hacia el río, por ver si estábamos buscando ranas como solíamos. Y para provocarnos, empezaron a silbar y a reír de aquella forma de siempre, opaca y humillante. Era su juego: llamarnos sabiendo que no apareceríamos. Nosotros seguíamos ocultos y en silencio. Al fin, los chicos abandonaron su idea y volvieron al camino, trepando terraplén arriba. Nosotros estábamos anhelantes y sorprendidos, pues no sabíamos lo que Efrén quería hacer.
Mi hermano mayor se incorporó a mirar por entre las piedras y nosotros le imitamos. Vimos entonces a Efrén deslizarse entre los juncos como una gran culebra. Con sigilo trepó hacia el terraplén, por donde subía el último de los chicos, y se le echó encima.
Con la sorpresa, el chico se dejó atrapar. Los otros ya habían llegado a la carretera y cogieron piedras, gritando. Yo sentí un gran temblor en las rodillas, y mordí con fuerza la medalla. Pero Efrén no se dejó intimidar. Era mucho mayor y más fuerte que aquel diablillo negruzco que retenía entre sus brazos, y echó a correr arrastrando a su prisionero al refugio, donde le aguardábamos. Las piedras caían a su alrededor y en el río, salpicando de agua aquella hora abrasada. Pero Efrén saltó ágilmente sobre las pasaderas y, arrastrando al chico, que se revolvía furiosamente, abrió la empalizada y entró con él en el prado. Al verlo perdido, los chicos de la carretera dieron media vuelta y echaron a correr, como gazapos, hacia sus chabolas.

Sólo de pensar que Efrén traía a una de aquellas furias, estoy segura de que mis hermanos sintieron el mismo pavor que yo. Nos arrimamos al muro, con la espalda pegada a él, y un gran frío nos subía por la garganta.

Efrén arrastró al chico unos metros, delante de nosotros. El chico se revolvía desesperado e intentaba morderle las piernas, pero Efrén levantó su puño enorme y rojizo y empezó a golpearle la cara, la cabeza, la espalda. Una y otra vez, el puño de Efrén caía, con un ruido opaco. El sol, brillaba de un modo espeso y grande sobre la hierba y la tierra. Había un gran silencio. Sólo oíamos el jadeo del chico, los golpes de Efrén y el fragor del río, dulce y fresco, indiferente, a nuestras espaldas. El canto de las cigarras parecía haberse detenido. Como todas las voces.

Efrén estuvo un rato golpeando al chico con su gran puño. El chico, poco a poco, fue cediendo. Al fin, cayó al suelo de rodillas, con las manos apoyadas en la hierba. Tenía la cara oscura, del color del barro seco, y el pelo muy largo, de un rubio mezclado de vetas negras, como quemado por el sol. No decía nada y se quedó así, de rodillas. Luego, cayó contra la hierba, pero levantando la cabeza, para no desfallecer del todo. Mi hermano mayor se acercó despacio, y luego nosotros.

Parecía mentira lo pequeño y lo delgado que era. «Por la carretera parecían mucho más altos», pensé. Efrén estaba de pie a su lado, con sus grandes y macizas piernas separadas, los pies calzados con gruesas botas de ante. ¡Qué enorme y brutal parecía Efrén en aquel momento!

-¿No tienes aún bastante? -dijo en voz muy baja, sonriendo. Sus dientes, con los colmillos salientes, brillaban al sol-. Toma, toma...

Le dio con la bota en la espalda. Mi hermano mayor retrocedió un paso y me pisó. Pero yo no podía moverme: estaba como clavada en el suelo. El chico se llevó la mano a la nariz. Sangraba, no se sabía si de la boca o de dónde. Efrén nos miró.

-Vamos -dijo-: Este ya tiene lo suyo-. Y le dio con el pie otra vez.

-¡Lárgate, puerco! ¡Lárgate en seguida!

Efrén se volvió, grande y pesado, despacioso hacia la casa, muy seguro de que le seguíamos.

Mis hermanos, como de mala gana, como asustados, le obedecieron. Sólo yo no podía moverme, no podía, del lado del chico. De pronto, algo raro ocurrió dentro de mí. El chico estaba allí, tratando de incorporarse, tosiendo. No lloraba. Tenía los ojos muy achicados, y su nariz, ancha y aplastada, brillaba extrañamente. Estaba manchado de sangre. Por la barbilla le caía la sangre, que empapaba sus andrajos y la hierba. Súbitamente me miró. Y vi sus ojos de pupilas redondas, que no eran negras, sino de un pálido color de topacio, transparentes, donde el sol se metía y se volvía de oro. Bajé los míos, llena de una vergüenza dolorida.

El chico se puso en pie despacio. Se debió herir en una pierna, cuando Efrén le arrastró, porque iba cojeando hacia la empalizada. No me atreví a mirar su espalda, renegrida, y desnuda entre los desgarrones. Sentí ganas de llorar, no sabía exactamente por qué. Únicamente supe decirme: "Si sólo era un niño. Si era nada más que un niño, como otro cualquiera".

Ana María Matute

viernes, 3 de junio de 2011

PREMIADOS EN EL CONCURSO LITERARIO






¡SÍ, FELICIDADES A TODOS LOS GANADORES!

Cada año es más complicado conceder los premios literarios porque cada año aumenta el número de escritores y su calidad. Damos nuestra sincera enhorabuena a los ganadores y las gracias a todos los que habéis participado.
Ahí van los premiados:





En Narrativa de Primer Ciclo de la ESO:

Primer premio para Ainhoa Moreno Salas de 1º F




Accésit para Juan Ángel Martín Monedero de 1º E, Jacob Mendy de 1º F y Angi Paola Encarnación Echevarría de 1º F.


En Narrativa de Segundo Ciclo de la ESO:




Primer premio para Mari Paz Gordillo López de 4º C




Accésit para Daniela Bejarano Calero de 4º C, Juan Esteban Zapata Asprilla de 4ºC


Bachillerato




Primer premio para Raquel del Saz Quintero

Accésit para Jesús del Saz Quintero

En Poesía de Primer Ciclo de la ESO:




Primer premio para Fernando José Gracia Palacín de 1º B

Accésit para Clement Mbowa de 2º E, El Amin Sghiar de 1º F y Diego Pina González de 1º E

En Segundo Ciclo de la ESO:

Primer premio para Isabel Extremera Sánchez de 3º B




Accésit para Héctor Alexander Wong de 4º C y Diana Arcos Sterling de 3º D




aplausos Pictures, Images and Photos

Todos los trabajos premiados serán publicados en este blog al comienzo del nuevo curso (ahora no tenemos sitio ni tiempo), por lo que se ruega a los premiados que envíen, a la mayor brevedad, los trabajos premiados al correo del blog que viene indicado al principio a la derecha. De nuevo, enhorabuena a todos.

lunes, 14 de marzo de 2011

CUENTOS Y LEYENDAS DEL MUNDO

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HISTORIA DE UN CRISTIANO

Había una vez un cristiano que se llamaba Bacanza. Era un hombre fiel a Dios y respetuoso con él, por eso siempre hacía cosas que agradaran a Dios.
Un día llegaron unos colonizadores belgas y cogieron a Bacanza para venderlo como esclavo, y quisieron obligarle a hacer cosas que no eran del agrado de Dios, pero el cristiano no quería hacerlas; así que, cada vez que se negaba, le pegaban muy fuerte. Lo torturaron hasta que murió, y todo por no obedecer y no blasfemar contra Dios.
Mucho tiempo después de su muerte, lo proclamaron santo por mantenerse fiel a Dios a pesar del sufrimiento que le causaron.

Historia aportada por Clement Mbowa (República del Congo). El ilustrador nos ha fallado, así que hemos recurrido a una imagen de Internet.

PEPITO


-Pepito, ve a comprar carne, que voy a hacer sancocho –dijo la mamá de Pepito.

-Sí, mami, ya voy –contestó el muchacho.


En el camino, Pepito se encontró con sus amigos. Mientras hablaban, a uno se le ocurrió la idea de comprar chucherías, y como Pepito era el de los cuartos, pues le tocó pagar. Se le fueron 50 pesos y Pepito estaba muy preocupado porque no podía comprar la carne. Entonces se le ocurrió ir al cementerio y le cortó un trozo de muslo a un muerto. Llegó a su casa, le entregó la carne a su mamá y se fue. Cuando el sancocho estaba listo, su mamá lo llamó.

-Pepito, ven a comer.

-No, mami, yo no quiero comer –respondió Pepito.

Toda la familia estaba de visita y todos comieron del sancocho. En la noche, Pepito ya acostado escuchó una voz que decía:

-Pepito, estoy saliendo de mi tumba. Pepito, ya salí. Pepito, voy camino de tu casa. Pepito, ya estoy entrando a tu casa. Pepito, estoy en la sala. Pepito, voy subiendo las escaleras. Pepito, voy por el cuarto de tu mamá. Pepito, voy por el cuarto de tu tía. Pepito, voy por el cuarto de tu abuela. Pepito, voy por el cuarto de tus primos. Pepito, voy llegando al tuyo. Pepito, voy entrando. Pepito, estoy cerca de tu cama. Pepito, estoy quitando el mosquitero. Pepito,… ¡Ya te agarré!

Cuento aportado por Cynthia (República Dominicana). Dibujo de
Ewelina (Polonia)
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miércoles, 23 de febrero de 2011

CUENTOS Y LEYENDAS DEL MUNDO

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EL BEDUINO ENAMORADO

Un joven beduino, vagando en el desierto, vino a parar cerca de un pozo, junto al cual se encontraba para sacar agua una muchacha guapa como la luna llena. El joven beduino se le acercó y le dijo:

-¡Estoy perdidamente enamorado de ti!

-Cerca de la fuente hay otra muchacha tan guapa, que yo no soy digna de ser tu mujer.


El joven beduino giró la cabeza y buscó con la mirada a esa otra joven hermosa, pero no había nadie. La joven, entonces, le dijo:


-¡Qué hermosa es la sinceridad y qué fea es la mentira! Dices amarme y ha bastado que yo te hablara de otra mujer para hacerte girar la cabeza y buscarla desesperadamente.

Cuento aportado por Mohammed Said El Moussaoui (Marruecos). Dibujo de G.A. (España).

LA LLORONA

Había una vez una muchacha que era pobre y un joven rico que se enamoraron y, a pesar de las diferencias sociales, se casaron. Durante bastantes años vivieron felices y tuvieron tres hijos. El marido guardaba la llave de la despensa, donde guardaban los alimentos y el dinero, y nunca quiso darle la llave a su mujer.

Un día el marido cayó enfermo, tras varios días de enfermedad, murió. La mujer quedó muy triste y se puso a buscar la llave por todas partes, pero no la encontró. De la noche a la mañana, se convirtió en una mujer viuda, pobre y con tres hijos que sacar adelante. Su pena era tan grande que ni siquiera podía salir a buscar trabajo o a pedir para mantener a sus hijos. Por eso, un día les dijo a los niños que se iban a ir de excursión al campo. Los hijos se pusieron muy contentos y se fueron con su madre a un lugar cerca de un lago. Allí corretearon y cogieron manzanas de un árbol para comer.

La madre los miraba con mucha pena porque sabía que no podía mantenerlo como ella quisiera, así que, con mucho dolor de su corazón, los tiró al lago. Los niños gritaban y gritaban diciendo: «¡No, mamá, no mamá, por favor!». Hasta que se ahogaron.

La mujer quedó traumatizada por los gritos de sus hijos, y desde entonces todas las noches va por las calles llorando y gritando: «¿Dónde están mis hijos?, ¿dónde están mis hijos?»; y a todo niño que encuentra se lo lleva al lago y lo tira allí, donde tiró a sus propios hijos.

Leyenda aportada por Mishell Vargas (Ecuador). Dibujo de Mohamed Said El Moussaoui (Marruecos).

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miércoles, 16 de febrero de 2011

CUENTOS Y LEYENDAS DEL MUNDO

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EL CABALLO

Un califa de Bagdad llamado Al-Mamun poseía un hermoso caballo árabe del que estaba encaprichado el jefe de una tribu llamado Omah. Éste le ofreció un gran número de camellos a cambio del caballo, pero Al Mamun no quería desprenderse del animal. Aquello encolerizó a Omah de tal manera que decidió hacerse con el caballo fraudulentamente.


Sabiendo que Al-Mamun solía pasear con su caballo por un determinado camino, Omah se tendió junto a dicho camino disfrazado de mendigo y simulando estar muy enfermo. Como Al-Mamun era un hombre de buenos sentimientos, al ver al mendigo sintió lástima de él, desmontó y se ofreció a llevarlo a un hospital.

«Por desgracia», se lamentó el mendigo, «llevo tres días sin comer y no tengo fuerzas para levantarme».

Entonces, Al Mamun lo alzó del suelo con mucho cuidado y lo montó en su caballo, con la idea de montar él a continuación. Pero en cuanto el falso mendigo se vio sobre la silla, salió huyendo al galope, mientras que Al Mamun corría detrás de él y le gritaba que se detuviera.
Una vez que Omah se distanció lo suficiente de su perseguidor, se detuvo y empezó a hacer caracolear al caballo.


«¡Está bien, me has robado el caballo!», gritó Al-Mamun. «¡Ahora sólo tengo una cosa que pedirte!».

«¿De qué se trata?», preguntó Omah también a gritos.

«¡Que no cuentes a nadie cómo te hiciste con el caballo!».

«¿Y por qué no he de hacerlo?».

«¡Porque quizás un día puede haber un hombre realmente enfermo tendido junto al camino y, si la gente se entera de tu engaño, tal vez pase de largo y no le preste ayuda!». .
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Cuento aportado por Azzadine Faress (Marruecos). Dibujo de Mishell Vargas (Ecuador).


LA VIUDITA

Por el año 1834 no se hablaba en Arequipa de otra cosa que de la Viudita, y se contaban sobre ella cuentos espeluznantes. La Viudita era la pesadilla de la ciudad entera.
Era el caso que, al lado del hospital de San Juan de Dios, había un chiribitil conocido como el de profundis porque en él permanecían durante doce horas los cadáveres de los fallecidos en el asilo. Siempre había allí un ataúd alumbrado por cuatro cirios, y los transeúntes nocturnos echaban una moneda en el cepillo o murmuraban un padrenuestro o un avemaría por el alma del difunto.


Pero en 1834 empezó a correr la voz de que, después de las diez de la noche, salía del cuartito de los muertos un bulto vestido de negro que tenía forma de mujer. Decían que salía en cuanto sentía pasos varoniles por la calle y que, con una linterna, iluminaba el rostro del transeúnte como quien hace un reconocimiento. Luego se volvía a esconder en el de

profundis.
Con esta noticia, confirmada por varios hombres que habían sufrido la inspección de la Viudita, nadie se sentía ya con hígado para pasar por San Juan de Dios después del toque de queda. Hubo más: un buen hombre, llamado don Valentín Quesada, que –a pesar de su nombre- no fue nada valiente y casi murió del susto.


En vano la autoridad dispuso la captura del fantasma, ya que no encontraron a nadie con el suficiente coraje para hacerlo. Los de la ronda no se aproximaban ni a la esquina del hospital, y cada mañana tenían que inventar una mentira para disculparse ante su jefe, como que la Viudita se les había vuelto humo entre las manos o cualquier paparrucha por el estilo. Con todo esto, el terror del vecindario iba en aumento.

Al final, el general don Antonio Gutiérrez de la Fuente, que era el prefecto del departamento, decidió no fiarse más de policías embusteros y cobardones, y enfrentarse personalmente con la Viudita. Así que, una noche, se embozó en su capa y se encaminó a San Juan de Dios. Cuando le faltaban pocos pasos para llegar al chiribitil mortuorio, se presentó el fantasma y le iluminó el rostro con la luz de la linterna. El general sacó su pistola y, avanzando sobre la Viuda le gritó:

-¡Ríndete o hago fuego!

El alma en pena se atolondró y corrió a refugiarse en el ataúd alumbrado por los cuatro cirios. El general entró en el mortuorio y echó la zarpa al fantasma, quien cayó de rodillas y, quitándose un rebociño que le cubría el rostro, exclamó: "¡Por Dios, señor general, sálveme usted!"

El general La Fuente, que tuvo en poco al alma del otro mundo, tuvo en mucho al alma de este mundo. ¡La Viudita era…, era… una lindísima muchacha!

-¡Caramba! –dijo para sí La Fuente –si todas las ánimas benditas del Purgatorio son tan preciosas como ésta, mándame Dios allá. Luego añadió, ya en voz alta:

-Tranquilícese, niña. Apóyese en mi brazo y véngase conmigo a la prefectura.

Ambos se perdieron por las callejas oscuras y nunca nadie volvió a ver al general ni a la Viudita.


Leyenda peruana aportada por Rafael Isai Roca (Bolivia). Dibujo de Clement Mbona (República del Congo)
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