MI MIGUEL HERNÁNDEZ
En todo este mes que llevamos en el departamento de Lengua y Literatura preparando el maravilloso homenaje que estamos viviendo estos días en el instituto, he tenido la oportunidad de darme cuenta de todo lo que representa Miguel para mí y de lo adentro que lo llevo. Miguel Hernández me vincula con mi historia, con mis raíces, con mi familia y con mucho de lo que soy. Miguel Hernández forma parte de mí desde bien pequeña y no un único Miguel, en mí hay varios Migueles Hernández y quiero compartirlos con vosotros.
Mi primer Miguel Hernández es el del más famoso retrato suyo que conservamos, el que le hizo el también escritor Antonio Buero Vallejo mientras estaban juntos en la cárcel de conde de Toreno. Buero, también condenado a muerte y también conmutada la pena por treinta años de prisión, sufrió un similar peregrinar al del oriolano. En aquellas largas y amargas horas que compartieron, Miguel le confesó a Antonio su preocupación al no poder ver a su hijo, pues temía que este ya no lo reconociera cuando se volviesen a reencontrar. Así que le pidió a Antonio que le hiciese este retrato para enviárselo al pequeño a través de Josefina con esta nota el 4 de marzo de 1940:
No quiero dejar de cumplir en lo que puedo mi palabra, y ya que no puedo ir de carne y hueso, iré de lápiz, o sea, dibujado por un compañero de fatigas, como verás, bastante bien. Se lo enseñarás al niño todos los días para que vaya conociéndome, y así no me extrañará cuando me vea.
Este retrato, en formato póster, estaba colgado en el dormitorio de mi madre y desde allí presidía la habitación escrutando con su profunda mirada todo cuanto ocurría. Yo de muy pequeña, no sabía quién era ese señor que estaba allí plantado, si un cantante o un actor, pero él sí me conocía porque desde la pared me miraba y me veía entrar a hurtadillas, cuando mi madre estaba trabajando y yo aprovechaba para abrir sus cajones, rebuscar entre sus cosas y cotillear un poco sin intención de encontrar nada, sólo por esa curiosidad de rastrear lo prohibido, como lo eran aquellas pequeñas libretas que a modo de diario y recordatorio, mi madre rellenaba cada día y que luego guardaba en una cajita de galletas. Miguel me veía hacerlo y en esa mirada perdida en la lejanía era mi cómplice y estaba atento, traspasando la pared para avisarme si mi madre llegaba antes de lo previsto.
El segundo Miguel que me habita es el que escuchábamos mi madre y yo las mañanas de los sábados y domingos, cuando armadas con nuestros trastos de limpieza nos afanábamos en dejar todo reluciente, mientras de fondo, en un radiocasete, sonaban Joan Manuel Serrat o Paco Ibáñez, poniendo música a sus versos.
Aquí os enseño uno de mis tesoros, este viejo casete de Paco Ibáñez, ya ajado y amarillo, en el que mi madre anotó por dentro que se lo había regalado mi padre a finales del año 1974 al poco tiempo de conocerse. Estas melodías me forman parte de manera muy íntima y no puedo escuchar todas estas canciones sin que una tierna emoción se mueva por dentro.
Otro Miguel que traigo conmigo y que también conservo es el del libro de Miguel Hernández para niños de la colección Alba y Mayo de Ediciones de la Torre. Se trata de una preciosa edición con hermosas ilustraciones de Lorenzo Olaberri que podéis ver estos días en la biblioteca “tuneadas” por nuestros alumnos. Como todos los libros de esta colección, se hace una introducción inicial donde se cuenta la vida del poeta en un lenguaje sencillo y cercano y a continuación sigue una buena selección de poemas elegidos para los más pequeños. Este libro, junto con otros cinco más, me los fue comprando y regalando mi madre durante mis últimos años de colegio. Mi mamá, una mujer que no pudo estudiar, que se sacó el Graduado con mucho esfuerzo cuando yo era pequeña, a pesar de no tener estudios, era una gran lectora que tenía muy claro que un libro era un maravilloso compañero. Y ella me transmitió su amor a la lectura a través de los libros que teníamos en casa y de aquellas inolvidables visitas que hacíamos con frecuencia a una pequeña librería de Linares, la León Felipe, que hoy mantienen los sobrinos y nietos del dueño, aquel hombre que me dejaba hojear todos los libros que quisiera siempre que no los abriera mucho y los dejara luego en su sitio. Y sé que si un día decidí estudiar Filología Hispánica fue por la huella que aquellas lecturas y otras muchas más fueron sumándose y construyendo mi personalidad.
Y desde este curso, voy a sumar un nuevo Miguel, este, el de los retratos coloreados al más puro estilo Andy Warhol, que con los ratos que hemos dedicado a pintar y recortar entre todos, profes y alumnos, representa lo que es para mí el trabajo en grupo. De una forma fértil y enriquecedora, en este último mes, los ochos compañeros del Departamento de Lengua y Literatura hemos venido multiplicando fuerzas y empeños para construir entre todos el homenaje que hemos podido disfrutar estos días. Todos los chavales de los diferentes niveles se han informado sobre su vida, han leído su obra, han decorado sus poemas, han ilustrado sus versos en bellos carteles, han recitado, han pintado su historia, han escuchado canciones… Hemos hecho vídeos, grabaciones, presentaciones, un juego para ponernos a prueba sobre lo que sabemos de él… La biblioteca tiene ahora una vida especial por toda la luz que aportan las creaciones de nuestros chicos y por todo el lindo barullo que ha estado resonando en ella durante estos días. Ha sido una suerte formar parte de este trabajo en el que tanto he aprendido, que tanto me ha llenado y que me hace sentirme tan orgullosa del departamento del que formo parte, este grupo de locos filólogos que a veces navegamos a contracorriente porque creemos en el poder de la palabra y en la fuerza de la poesía.
Os dejo (como no) con unos versos de nuestro querido Miguel, al que ahora tocará dejarle reposar un poco porque a mí ya se me aparece ¡hasta en sueños! Esta estrofa reúne la fuerza que hemos mostrado en estos días y de la que todos los aceituneros y olivareros formamos parte, en mayor o menor medida:
“Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento”
Seguiremos levantándonos y sumando al pie del viento.
PATRICIA DEL AMO