ETERNO INVIERNO
de Jesús del Saz Quintero, 2º de bachillerato
Hace años mi abuelo me relataba historias acerca del pasado de la humanidad, me hacía viajar hacia esa época tan distinta de la actual, tan distinta. Me llamo Johann, y hoy mi abuelo ha muerto, y con él, todo lo bueno y maravilloso que me quedaba en este mundo desolador.
Soy un chico, no muy alto, con poco pelo, y con un aspecto entre mugriento y asqueroso, y por si no lo he dicho, vivo en Parla, una pequeña localidad de Madrid. Los años no han pasado en balde por esta zona, ahora las calles están despobladas, sólo se aprecian las pocas luces que quedan en las farolas nocturnas, los comercios están cerrados, y la miseria y pobreza están más que extendidas. Es como si viviera en un eterno invierno, un eterno y lánguido invierno. Por si no lo he dicho antes, el año actual es el 2078, aunque ahora eso no es que le importe a nadie, el tiempo ha perdido todo su valor, los días pasan sin sentido.
Mis padres murieron cuando yo era muy pequeño, la cantidad de contaminación de la atmósfera hacía el aire irrespirable, y lo sigue haciendo. Mis padres no tenían los medios para costearse un sistema de respiración artificial. Se trata de un método por el que se respira aire contaminado, pero gracias a unos mecanismos se consigue depurar. Resultaba demasiado caro para mis padres. Yo sigo vivo de milagro: mis padres se gastaron sus últimos ahorros en uno de esos sistemas de segunda mano para mí; dieron su vida para que yo pudiera malvivir la mía.
Los chicos de mi generación no es que seamos gran cosa; somos débiles, bajitos y con claros signos de desnutrición. El hambre en el mundo se extendió tras las décadas de cataclismos ocurridos en el pasado, según contaba mi abuelo. Según él, hace setenta años la vida se vivía con total tranquilidad y serenidad. Fue a partir de los años veinte cuando empezó a generalizarse el caos.
Los políticos mentían y hacían chanchullos para saltarse las leyes de ecología impuestas por sociedades medioambientales. Todo ello para seguir en el poder, encubriendo la verdadera realidad. Pagaban altísimas cantidades de dinero para seguir contaminando, para seguir siendo países industrializados, para seguir con el desarrollo, el progreso. Poco a poco, la contaminación alcanzó niveles alarmantes, ya de nada servían las multas, los planes de reciclaje apurados, las reducciones de tráfico o los cierres industriales. El mal estaba hecho, y no tenía solución.
El llamado calentamiento global incrementó sus efectos sobre las distintas partes del planeta; el clima se fue haciendo cada vez más impredecible; y los desastres naturales aumentaron de forma considerable. La población sintió un profundo pánico, y todo eso dio origen a la Tercera Guerra Mundial en el año 2024. No fue una guerra como las anteriores, fue una guerra nuclear. Decenas de bombas nucleares cayeron sobre las capitales más importantes, sus enormes setas podían verse de un continente a otro. Las grandes potencias se hundieron.
Los siguientes años no fueron buenos: hambre, desolación, muertes y este eterno invierno. Las temperaturas bajaron, la biodiversidad se fue extinguiendo, pero la raza humana ha seguido sobreviviendo. Mi abuelo fue de los pocos que lo consiguió, aunque hubiera preferido morir. A partir de los años cuarenta se formó un nuevo orden mundial en el que las diferencias sociales y económicas se acentuaron. Tuvieron lugar multitud de golpes de Estado, por eso ahora en España gobierna ilegalmente el dictador Jiménez.
Ojalá no hubiera ocurrido nada de esto. Mi abuelo decía que no importaba que un par de políticos hicieran lo que les diera en gana, el poder no estaba en los altos cargos, sino en el pueblo. Si la gente hubiera reaccionado a tiempo, con simples gestos, hubiera bastado. Ahora es demasiado tarde para volver atrás, ahora la vida es un malvivir. Pero si hubiera alguna manera de volver atrás, de cambiar las coas, de cambiar el mundo, alguna manera...
Las imágenes que aparecen ilustrando el relato son grabados de Gérard Trignac.
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