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EL CABALLO
Un califa de Bagdad llamado Al-Mamun poseía un hermoso caballo árabe del que estaba encaprichado el jefe de una tribu llamado Omah. Éste le ofreció un gran número de camellos a cambio del caballo, pero Al Mamun no quería desprenderse del animal. Aquello encolerizó a Omah de tal manera que decidió hacerse con el caballo fraudulentamente.
Sabiendo que Al-Mamun solía pasear con su caballo por un determinado camino, Omah se tendió junto a dicho camino disfrazado de mendigo y simulando estar muy enfermo. Como Al-Mamun era un hombre de buenos sentimientos, al ver al mendigo sintió lástima de él, desmontó y se ofreció a llevarlo a un hospital.
«Por desgracia», se lamentó el mendigo, «llevo tres días sin comer y no tengo fuerzas para levantarme».
Entonces, Al Mamun lo alzó del suelo con mucho cuidado y lo montó en su caballo, con la idea de montar él a continuación. Pero en cuanto el falso mendigo se vio sobre la silla, salió huyendo al galope, mientras que Al Mamun corría detrás de él y le gritaba que se detuviera.
Una vez que Omah se distanció lo suficiente de su perseguidor, se detuvo y empezó a hacer caracolear al caballo.
«¡Está bien, me has robado el caballo!», gritó Al-Mamun. «¡Ahora sólo tengo una cosa que pedirte!».
«¿De qué se trata?», preguntó Omah también a gritos.
«¡Que no cuentes a nadie cómo te hiciste con el caballo!».
«¿Y por qué no he de hacerlo?».
«¡Porque quizás un día puede haber un hombre realmente enfermo tendido junto al camino y, si la gente se entera de tu engaño, tal vez pase de largo y no le preste ayuda!». .
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Cuento aportado por Azzadine Faress (Marruecos). Dibujo de Mishell Vargas (Ecuador).
LA VIUDITA
Por el año 1834 no se hablaba en Arequipa de otra cosa que de la Viudita, y se contaban sobre ella cuentos espeluznantes. La Viudita era la pesadilla de la ciudad entera.
Era el caso que, al lado del hospital de San Juan de Dios, había un chiribitil conocido como el de profundis porque en él permanecían durante doce horas los cadáveres de los fallecidos en el asilo. Siempre había allí un ataúd alumbrado por cuatro cirios, y los transeúntes nocturnos echaban una moneda en el cepillo o murmuraban un padrenuestro o un avemaría por el alma del difunto.
Pero en 1834 empezó a correr la voz de que, después de las diez de la noche, salía del cuartito de los muertos un bulto vestido de negro que tenía forma de mujer. Decían que salía en cuanto sentía pasos varoniles por la calle y que, con una linterna, iluminaba el rostro del transeúnte como quien hace un reconocimiento. Luego se volvía a esconder en el de
profundis.
Con esta noticia, confirmada por varios hombres que habían sufrido la inspección de la Viudita, nadie se sentía ya con hígado para pasar por San Juan de Dios después del toque de queda. Hubo más: un buen hombre, llamado don Valentín Quesada, que –a pesar de su nombre- no fue nada valiente y casi murió del susto.
En vano la autoridad dispuso la captura del fantasma, ya que no encontraron a nadie con el suficiente coraje para hacerlo. Los de la ronda no se aproximaban ni a la esquina del hospital, y cada mañana tenían que inventar una mentira para disculparse ante su jefe, como que la Viudita se les había vuelto humo entre las manos o cualquier paparrucha por el estilo. Con todo esto, el terror del vecindario iba en aumento.
Al final, el general don Antonio Gutiérrez de la Fuente, que era el prefecto del departamento, decidió no fiarse más de policías embusteros y cobardones, y enfrentarse personalmente con la Viudita. Así que, una noche, se embozó en su capa y se encaminó a San Juan de Dios. Cuando le faltaban pocos pasos para llegar al chiribitil mortuorio, se presentó el fantasma y le iluminó el rostro con la luz de la linterna. El general sacó su pistola y, avanzando sobre la Viuda le gritó:
-¡Ríndete o hago fuego!
El alma en pena se atolondró y corrió a refugiarse en el ataúd alumbrado por los cuatro cirios. El general entró en el mortuorio y echó la zarpa al fantasma, quien cayó de rodillas y, quitándose un rebociño que le cubría el rostro, exclamó: "¡Por Dios, señor general, sálveme usted!"
El general La Fuente, que tuvo en poco al alma del otro mundo, tuvo en mucho al alma de este mundo. ¡La Viudita era…, era… una lindísima muchacha!
-¡Caramba! –dijo para sí La Fuente –si todas las ánimas benditas del Purgatorio son tan preciosas como ésta, mándame Dios allá. Luego añadió, ya en voz alta:
-Tranquilícese, niña. Apóyese en mi brazo y véngase conmigo a la prefectura.
Ambos se perdieron por las callejas oscuras y nunca nadie volvió a ver al general ni a la Viudita.
Leyenda peruana aportada por Rafael Isai Roca (Bolivia). Dibujo de Clement Mbona (República del Congo)
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Una intrigante casualidad
Hace 20 horas
1 comentario:
Me están encantando estos cuentos del mundo y las ilustraciones ¡Qué buen trabajo habéis hecho!
Ya os mandaré yo uno desde mi mundo, desde Hogwarts...
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