Pero no siempre fue así. Hace poco más de cien años la playa era otra cosa. La gente iba a "refrescar" cubierta de arriba a abajo. Los cuerpos permanecían siempre a la sombra; sólo los niños, seres inocentes (o casi), podían disfrutar de los baños y sentir la caricia del sol en su piel. Pero pronto los hombres decidieron disfrutar también del mar, y se inventaron los trajes de baño masculinos.
Las mujeres tardaron algo más, pero también se lanzaron al agua con indescriptibles trajes de baño. ¡Qué escándalo! ¡Pecadoras! ¿Cómo iban a permitir que se mezclaran hombres y mujeres en paños menores? La solución fue crear playas para hombres y playas para familias. Las mujeres sólo existían si formaban parte de una familia. Pero las mujeres -puerta del infierno, las llamaba San Agustín- fueron metiéndose cada vez en trajes de baño más cómodos y más exiguos; y quisieron compartir el baño y el sol con sus compañeros del sexo opuesto. ¡Ah, pecadoras!
Fueron muchos años de lucha, de recibir insultos e improperios, pero ganaron la batalla. Todo para llegar donde ya habían estado hacía 2.000 años. Las griegas y las romanas fueron más modernas, pero, claro, eran paganas.
Mosaico de la villa romana de Casale (Sicilia), siglo IV |
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