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DISCULPAS
El reproche de las generaciones adultas hacia la actitud de los adolescentes y jóvenes frente a los múltiples aspectos de la vida es algo tan propio de todas las sociedades, y de todas las épocas, como lo pueda ser el trascurso de las estaciones en relación con los ciclos de la naturaleza. Lo que ha podido cambiar, dependiendo del momento, son las razones del reproche. Quizá entre las dos últimas generaciones, las que más o menos integramos los miembros de esta comunidad educativa, la naturaleza del desencuentro se haya centrado en una supuesta diferencia de actitud frente a la problemática sociopolítica de cada etapa. Una buena parte de los adultos de hoy fueron hace años observados con prevención por padres y profesores al manifestar actitudes que eran consideradas entonces excesivamente transgresoras para una circunstancia histórica compleja; por el contrario, aquellos jóvenes –los adultos de hoy- han venido acusando a sus hijos y alumnos de pasividad, resignación y acomodo ante una situación que consideran exige un compromiso mayor por parte de quienes con más crudeza se supone que la están padeciendo. Son tópicos. Imágenes estereotipadas que se proyectan desde medios diferentes y acaban siendo asumidas como verdades generales. La realidad es que en todos los momentos ha habido sectores de la juventud activos y comprometidos frente a otros más pasivos o acomodados. Y a los de hoy les ha tocado cargar con el encasillamiento en ese segundo apartado.
Sin embargo, un hecho reciente, un fenómeno sorprendente y esperanzador está propiciando un vuelco en esa imagen tópica de nuestros chicos y chicas. Una multitud de ellos, diversa, heterogénea, con diferentes situaciones personales, pero conscientes todos del estado de cosas al que la actual situación económica y política está abocando a nuestra sociedad, se han lanzado a las plazas y calles para hacernos llegar a todos su mensaje de indignación y repulsa. Se trata de una reacción admirable, con propuestas coherentes y sensatas, y con una actitud cívica y organizada que a todos tiene que llevarnos a la reflexión, empezando por la clase política que dirige las instituciones de nuestro país. Y han conseguido, además, atraer hacia su espacio a una legión de defraudados e indignados de toda edad y condición. Junto a ellos se alinean profesionales de todo tipo, amas de casa, jubilados, trabajadores en paro… y han captado la atención de los más importantes medios de comunicación de todo el mundo.
Parece, pues, que nuestros jóvenes han dejado de ser el futuro para convertirse en los protagonistas del presente, poniendo de relieve aparentes obviedades como el derecho a considerarnos ciudadanos los 365 días del año y no solo en el momento puntual de introducir nuestro voto en las urnas. No cuestionan, como algunos han sugerido interesadamente, la democracia, ni siquiera el “sistema” en su conjunto. Solo piden que ese sistema se estructure en torno a las necesidades de los ciudadanos: nosotros no somos antisistema; el sistema es antinosotros, rezaba una de las pancartas que se exhibía en la Puerta del Sol.
Y no podemos olvidarnos de otro aspecto trascendental en este asunto como es el papel de Internet y las redes sociales en el momento actual. Cabría un análisis complejo de su función y su funcionamiento, pero no es el caso. Quedémonos con la constatación, para general tranquilidad, de que los jóvenes hacen algo más que comentar sus fiestas y colgar fotos más o menos divertidas o provocadoras en sus páginas y muros. Han encontrado una vía de comunicación y de participación que apunta hacia resultados interesantes más allá del mero entretenimiento o la anestesia de sus inquietudes.
¿Hasta dónde puede llegar este 15M? ¿Será capaz de mantener su independencia y planteamientos originales? ¿Logrará influir algo en la línea mantenida hasta ahora por los poderes políticos y económicos? ¿Pervivirá más allá de su estimulante embate inicial? Éstos y otros muchos son los interrogantes que se abren a partir de ahora. No existen las certezas, pero lo que parece ya evidente es que esos jóvenes, y con ellos buena parte de la sociedad civil, han abierto una ventana por la que empieza a penetrar el aire fresco de la actitud crítica, valiente y sincera de los que se sienten desatendidos por un sistema que se supone al servicio de los que más lo necesitan.
Por eso es éste un buen momento para pedirles humildemente disculpas, para reconocer que no acabamos de romper con el maniqueísmo social de las etiquetas y para participar con ellos de este espíritu de renovación franca pidiendo, como el poeta, la paz y la palabra.
Jesús Zapata
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