EL PASO
El paso, Dos Tres. Ahí lo tienes. Míralo. Está cerrado. Lo tienes allí delante, sé que puedes verlo. Dos Tres. Míralo. Está cerrado y lo sabes. Tan bien como yo. Lo veo todos los días. Incluso cuando tú no estás. Pero contigo es distinto. Me hablas. En voz baja, pero te oigo y entonces se me antoja que no hay un solo camino y ahí lo tienes y puedes verlo, tan bien como yo.
Ayer no estabas. Tampoco el lunes, pero el lunes tenía que estar Cuatro Cero. Algo falló en Chamartín, no me encontraba bien y las personas se levantaban y se iban y yo dije: me han debido ver mal, un chasquido y la luz dejó de salir. Delante ya estaba abierto y al lado las escaleras rodantes cada vez más clomp clomp clomp, y algunos volvían se sentaban cogían otro manojo de hojas dobladas, yo quería el sol delante y luego el túnel y luego tú. Ya no me queda aire y eso es que me voy, pero siempre retengo un poco y es para decir: adelante camino de Parla, y también: pronto estarás aquí, la luz volvió y hubo una sacudida. Quedaban personas, algunas se doblaron en seco se empezaron a mirar entre sí y a las luces y al andén rojizo, un chispazo y ya sé que no vas a venir. Han salido todos, sin las luces no se fían de mí, lo he notado tantas veces. Ahora sé que no llegaré a Atocha, no me verás llegar ni llegarás a estar aquí, ha entrado alguien caminaba sin prisa y en las escaleras no queda nadie, pasa muchas veces. Luego vienen a hablar con Cuatro Cero, alguien entró para dejar un manojo de hojas y tomar otro con una foto del andén rojizo y las escaleras rodantes y unas letras gruesas CAMINAMOS CONTIGO se llevaron a Cuatro Cero. Eso fue el lunes. Ahora están las luces y muchas personas y estás tú.
De haber pasado en Atocha camino de Villaverde, tú a mi lado, habrías hablado del mundo, no funciona, dirías, nada funciona. Sentiría tus manos frías, porque así dicen los que suben en Fuencarral y maldicen las mañanas, frías, del mes de enero, van todos de amarillo luz hasta Villaverde Alto, colocan losas blancas en el andén y cuando vuelvo colocan losas blancas y parece que todo funciona si no fuera por tus manos frías cuando dices: nada se detiene. Y yo no puedo moverme, oigo a las personas decir cosas en voz alta, sé que no quieren estar conmigo porque no quieren detenerse y yo no me encuentro bien para seguir. Tú me observas, despacio, sonríes. Buscas con la mirada fuera del camino, pero tus manos no pueden soltarme. Estoy a salvo, dices, hasta que todo vuelva a funcionar, y yo sé que han dado ya con la puerta que no cerraba, que pronto vamos a seguir y nada, nada se detiene.
Pasa a veces que no estás, como ayer, que estaba sin número. Ya pasó con Cuatro Cero, hace un año, antes de ser Cuatro Cero. Siempre es igual, luego una tarjeta en la chaqueta y empiezo a confundirlas todas. Sin número será Seis Uno, Cuatro Cero será Nueve Nueve y Nueve Nueve Seis Uno, pero nunca Dos Tres, porque Dos Tres eres tú y yo no hablo con nadie más. Sin número tenía las manos húmedas, calientes, como el camino tras la lluvia de mayo, le vigilaba Nueve Nueve que va de pie y con las manos en los bolsillos de la chaqueta, atento a las manos que me tantean. Le dice, llegando a Getafe Centro, eso es correcto, eso otro no, esa mano ahí, cuidado con la señal y entonces las manos húmedas me dicen: sigue un poco más, y sin manos chasquea la lengua y resopla como yo cuando es verde y ahora es rojo y manos resbalosas debían decirme: no sigas, las puertas se abren salen personas las del primer vagón se dan con la mampara del andén tienen que retroceder gritan se acercan a manos sudorosas le insultan, Nueve Nueve sigue de pie y mira al frente, no se mueve, nada se mueve y nada se detiene. Es lo que sueles decir.
No lo hiciste entonces y ahora son losas blancas una detrás de otra, losas blancas que nadie advierte y que, una tras otra, forman lo inevitable porque, decías, nadie quiere ver el abismo que hay debajo, nadie quiere caminar fuera de las losas blancas, y así empezaste a hablar del camino, y ahí lo tienes, como tantas veces, ahí, de frente, las losas blancas, Parla final de trayecto y otra vez las losas blancas, sólo hay que esperar a que el paso se abra. Pero está cerrado, sólo hay que esperar. Lo sabes. Tan sólo un cambio de agujas. Como tantas veces.
Y si todo debe seguir no sé por qué se me ocurre que debo liberar el aire de los frenos, en un lento resoplar que es mi forma de decirte: no vamos a esperar. Luego un chasquido, la catenaria, tus manos, el vibrar de los bogies, un silbido estridente, una sacudida y ya voy más allá del paso, cerrado, hacia los campos, la vieja estación, las máquinas oxidadas, el lejano cruce de Algodor, el mundo detenido. Ya noto las caras perplejas contra las ventanas, pronto los pasos apresurados y los golpes en la puerta y entonces tus manos me dirán hay que volver atrás hay que esperar al cambio de agujas pero ahora sólo está tu mirada sonriente y el viento helado y allá el cruce de Algodor y el destello del sol cada vez más veloz en los raíles, el acero compañero que ya siento vibrar bajo mis ruedas y deshacerse en el viento que arrasa los caminos ignorados.
Alberto Recio Martín
28 de febrero de 2009
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