Tal día como hoy, en 1836 nacía en Sevilla Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer (tomó el segundo apellido de su padre). ¿Quién no ha leído o escuchado alguna vez aquello de “Volverán las oscuras golondrinas…”? Todos saben que fue un poeta, y algunos lo relacionan con la cursilería romántica. ¡Que equivocados están!
Es cierto que fue un poeta romántico, pero en un tiempo en el que no existía el Romanticismo. Cuando Bécquer escribía, ya imperaba en el mundo literario un nuevo movimiento: el Realismo, del que nunca se contaminó. Gustavo Adolfo se mantuvo fiel a los planteamientos estéticos del Romanticismo, pero abandonó su tono grandilocuente y sus excesos. Lo que quedó fue una poesía intimista, musical, cargada de simbolismo y, a veces, con un innegable tono popular. Y esa poesía va a convertirse en el punto de arranque de la renovación poética española. Para los poetas posteriores será una siempre una referencia.
Los modernistas admirarán su ritmo y su carga simbólica; para Juan Ramón Jiménez, será un antecedente en su búsqueda de la esencialidad poética; para Machado fue un maestro de simbólica hondura; la Generación del 27 lo admiró, hasta el punto de que uno de sus miembros, Luis Cernuda, tituló una de sus obras con un verso de Bécquer: Donde habite el olvido.
Permitidme ahora que me ponga un poco sentimental y que aproveche este homenaje al poeta para recordar a otra persona, a una adolescente que en la posguerra pasaba hambre, hambre física y de versos. Un bombardeo había destruido su casa y sus enseres, pero no su amor por la poesía (romántica, a ser posible). Cuando conseguía que le prestaran un libro de poesía, aprovechaba para copiar sus versos favoritos con esa buena letra que tenían las señoritas de provincias.
El 16 de abril de 1943 era Viernes de Dolores, su santo, y sus primas le regalaron las Rimas de Bécquer. Ella se las aprendió todas. Muchos años después, le recitaba a su hija esos versos; y, cuando su hija fue adolescente, le regaló el pequeño librito de las Rimas. Su hija también se las aprendió.
Pasaron los años y la hija de la joven hambrienta de versos también tuvo una hija, y también le recitó los versos de Bécquer, y le regaló el librito cuando fue adolescente. Mi hija también se ha aprendido las Rimas.
Y ya no hay hada más que contar. Esto es sólo un pequeño y emocionado recuerdo para mi madre.
Lola Sevila
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