Hoy hace cincuenta años que murió Ernest Hemingway (1899-1961), periodista y escritor norteamericano que supo convertir su persona en todo un mito. Hijo de una familia acomodada, heredó de su padre la afición a la pesca y a la caza, y de su madre, la afición a la música. Desde muy pequeño supo manejar la caña de pescar, la carabina y el violonchelo. No contento con eso, era también un buen deportista: destacaba en waterpolo, rugby y boxeo. Como estudiante no era muy brillante, excepto en Lenguas. También muy pronto empezó a hacer sus pinitos literarios y colaboró en el periódico de su instituto. Quizá fue ahí donde descubrió su vocación como periodista.
Cuando acabó sus estudios en el instituto, le dio el disgusto a sus padres de no ir a la Universidad, que era lo que se esperaba de él. Prefirió empezar a trabajar como periodista en un periódico de Kansas.
La Primera Guerra Mundial significó para el joven Ernest un magnífica aventura que no se podía perder (siempre fue un hombre de acción), pero fue rechazado como combatiente por un defecto en un ojo, así que se convirtió en conductor de ambulancias de la Cruz Roja y estuvo en esa Europa enfrascada en una guerra cruel y sangrienta. Fue herido, se portó como un héroe, le dieron una medalla y se enamoró de una enfermera. Con todas esas experiencias hará, algunos años más tarde, una de sus novelas más conocidas: Adiós a las armas (1929).
De vuelta a Estados Unidos (1919) continúa trabajando como periodista y se casa con Elizabeth Hadley Richardson (1920). Dos años después se trasladan a vivir a París, pasando a formar parte de lo que se ha denominado la “generación perdida” norteamericana, una serie de escritores e intelectuales que abandonaron su país y prefirieron vivir y crear en Europa, principalmente en Francia. Entre ellos estaban Gertrude Stein, Ezra Pound y F. Scott Fitzgerald. Hay que tener en cuenta que en esos años París era el epicentro del terremoto conocido como las VANGUARDIAS. Todo lo nuevo se cocía allí. Había que estar allí, y allí estaban Picasso, Juan Gris, Dalí, Modigliani, César Vallejo y un larguísimo etcétera. Eran los tiempos en los que Montmatre y el barrio Latino de París estaban en plena ebullición creadora. Woody Allen, en su última película (Midnight in Paris, 2011) hace un homenaje a esa época y aparece un Hemingway joven, broncas, obsesionado por la acción y algo egocéntrico. Se trata de una caricatura, pero es posible que haya algo de verdad.
Cuando acabó sus estudios en el instituto, le dio el disgusto a sus padres de no ir a la Universidad, que era lo que se esperaba de él. Prefirió empezar a trabajar como periodista en un periódico de Kansas.
La Primera Guerra Mundial significó para el joven Ernest un magnífica aventura que no se podía perder (siempre fue un hombre de acción), pero fue rechazado como combatiente por un defecto en un ojo, así que se convirtió en conductor de ambulancias de la Cruz Roja y estuvo en esa Europa enfrascada en una guerra cruel y sangrienta. Fue herido, se portó como un héroe, le dieron una medalla y se enamoró de una enfermera. Con todas esas experiencias hará, algunos años más tarde, una de sus novelas más conocidas: Adiós a las armas (1929).
De vuelta a Estados Unidos (1919) continúa trabajando como periodista y se casa con Elizabeth Hadley Richardson (1920). Dos años después se trasladan a vivir a París, pasando a formar parte de lo que se ha denominado la “generación perdida” norteamericana, una serie de escritores e intelectuales que abandonaron su país y prefirieron vivir y crear en Europa, principalmente en Francia. Entre ellos estaban Gertrude Stein, Ezra Pound y F. Scott Fitzgerald. Hay que tener en cuenta que en esos años París era el epicentro del terremoto conocido como las VANGUARDIAS. Todo lo nuevo se cocía allí. Había que estar allí, y allí estaban Picasso, Juan Gris, Dalí, Modigliani, César Vallejo y un larguísimo etcétera. Eran los tiempos en los que Montmatre y el barrio Latino de París estaban en plena ebullición creadora. Woody Allen, en su última película (Midnight in Paris, 2011) hace un homenaje a esa época y aparece un Hemingway joven, broncas, obsesionado por la acción y algo egocéntrico. Se trata de una caricatura, pero es posible que haya algo de verdad.
En París escribe cuentos y poesía, pero nadie le hace caso. Las Vanguardias no daban para comer, así que tuvo que trabajar como corresponsal de prensa, y eso le permitió viajar por Europa y llegar a España, país por el que sintió una gran fascinación (tan dramático, tan irracional…).
A partir de 1925 su literatura cambia. Deja atrás los experimentos y se dedica a novelar su vida y sus experiencias en un estilo asequible para el público. Ahora sí, llega el éxito: Fiesta (1926) y Adiós a las armas (1929), entre otras.
Cuando estalla la Guerra Civil española, Hemingway se desplaza a España como corresponsal y como intelectual, y apoya abiertamente al gobierno republicano. En este enlace podrás leer algunas de sus crónicas: CRÓNICAS HEMINGWAY
Cuando estaba en el Madrid asediado por el ejército golpista, se alojaba en el Hotel Florida, en Callao (ya no existe, pero estaba más o menos donde hoy está el Corte Inglés de la calle del Carmen), donde iban a parar la mayoría de los corresponsales de guerra extranjeros, los escritores e intelectuales y algunas de las bombas de los rebeldes.
Su labor en la Guerra Civil fue más allá de la de un corresponsal: participó en la Alianza de Intelectuales Antifascistas y se enamoró de Martha Gelhorn (se casará con ella más tarde), una corresponsal norteamericana que escribió unas excelentes crónicas sobre la vida cotidiana en el Madrid sitiado (CRÓNICAS M. GELHORN)
Tras la guerra española, estalló la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y allá que se fue Hemingway como corresponsal. Estuvo en el desembarco de Normandía y fue uno de los primeros aliados en entrar en París tras su liberación. Le gustaba estar en la primera fila.
Después de algunos años sin escribir (había que digerir tanta acción), publicó en 1950 Al otro lado del río y entre los árboles.
Tras la guerra, se fue a vivir a Cuba, y es allí donde, en 1952, escribe el relato breve El viejo y el mar, de lo mejorcito que ha salido de su pluma, por el que recibió el premio Pulitzer en 1953. Un año más tarde, le dieron el Nobel de Literatura.
Siguió viviendo en Cuba porque adoraba ese país y porque le unía una gran amistad con Fidel Castro. Viajaba con cierta frecuencia a España porque le gustaban los toros, que le habían inspirado una novela: Muerte en la tarde (1932); pero ya no estaba en pie el Hotel Florida. Encontró acomodo en el Hotel Suecia (calle Marqués de Casa Riera esquina a calle Los Madrazo), que le gustaba porque estaba equidistante entre Chicote y el Museo del Prado. Hoy tampoco existe ya el Hotel Suecia, y es una pena, porque era un lugar muy tranquilo en el que ponían unos sándwiches riquísimos. Es lo que pasa en el reino de la especulación.
En su retiro cubano, quería escribir una gran obra sobre sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, pero no le salía. Su mente volvía una y otra vez a su juventud en París y en España, cuando era “pobre, pero muy feliz”. Llevó mal la vejez y sus miserias. El alcohol ya no era suficiente. Le pesaba la vida, esa vida ya sin acción que formaba parte de las enciclopedias. Ya no era el joven que hacía historia, sino un viejo que se había convertido en un mito para la historia.
En 1960 realizó su último viaje a España (aunque él no lo sabía). Se sintió mal, muy mal, sobre todo anímicamente, y volvió a Estados Unidos, donde fue ingresado. Tras salir del hospital, se retiró a su casa de Ketchum (Idaho). El 2 de julio de 1961 murió de un disparo de su propia escopeta, quizá fue un accidente, quizá no.
Su estilo seco, de frases cortas y su fuerza narrativa fueron muy admirados por las generaciones posteriores, y abrieron uno de los caminos de la narrativa actual. El otro camino, el de la experimentación -más abrupto- lo inició su compatriota Faulkner (ya hablaremos de él algún día).
Su estilo seco, de frases cortas y su fuerza narrativa fueron muy admirados por las generaciones posteriores, y abrieron uno de los caminos de la narrativa actual. El otro camino, el de la experimentación -más abrupto- lo inició su compatriota Faulkner (ya hablaremos de él algún día).
El viejo y el mar es una excelente obra para que los que no lo conozcan lleguen hasta él. Leerlo es la mejor forma de recordarlo.
Marta de Nevares
Marta de Nevares
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1 comentario:
Vi la película que mencionas, y reconozco a este personaje, realmente estas personas marca de alguna forma un antes y un después. y ellos ni siquiera lo notan.
Saludos.
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