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EL MIEDO
El miedo es un recurso psicológico que nos permite reaccionar frente a situaciones amenazantes de manera que quede garantizada nuestra supervivencia. Por ejemplo, el miedo que sentía el hombre primitivo cuando le salía al paso un animal salvaje durante sus cacerías le permitía, sin necesidad de pensar demasiado, huir u ocultarse para evitar ser atacado.
Miles de años después, el miedo sigue estando presente en nuestras vidas, aunque generalmente de maneras más sutiles que no implican, al menos directamente, una reacción de supervivencia en situaciones límite. El miedo suele aparecer en nuestra vida cotidiana en forma de prevención o, dicho de otra manera, de prudencia. Nos abstenemos de participar en determinadas conversaciones para no ponernos en evidencia y perder el respeto de los demás; evitamos hablar con desconocidos por si acaso son peligrosos o simplemente pelmazos, a veces no decimos las cosas como realmente las sentimos para no arriesgarnos a sufrir burlas, etc.
En realidad, todos nuestros miedos, grandes o pequeños, son manifestaciones más o menos claras de un único miedo primordial: el miedo a la muerte. En el caso del ataque de una fiera salvaje, es evidente que el miedo nos ayuda a seguir con vida, pero en otras manifestaciones menos claras podemos ver también una relación entre el miedo y la garantía de nuestra supervivencia en la sociedad. El miedo a perder el respeto de los demás (o a hacer el ridículo, o a lo que se suele llamar “crearse enemigos”) se puede traducir como el miedo a quedarse solo, apartado del grupo; y uno puede interpretar fácilmente que si se queda al margen del grupo es posible que no encuentre ayuda de los demás cuando la necesite. Hay quien va más allá y afirma que, después del miedo a la muerte, el miedo más profundo del ser humano es el miedo a no ser querido o aceptado; no olvidemos que el ser humano es gregario y social por naturaleza y que necesita pertenecer a algún grupo (familia, ciudad, escuela, partido político, equipo de fútbol, etc.) para tener cubiertas sus necesidades psicológicas básicas.
En cualquier caso, debemos tener claro que el miedo forma parte de nuestras vidas y que, si sabemos sacarle partido, puede llegar a ser beneficioso para nosotros. Sin embargo, hay personas que no saben manejar su miedo y, muy al contrario, dejan que sea el miedo quien las controle a ellas. Suelen ser personas con complejos, fobias o simplemente tímidas hasta el extremo, y su calidad de vida en el terreno psicológico deja mucho que desear, pues se retraen del trato con los demás y terminan por aposentarse en la situación que más temían: quedarse solas. Otras personas pueden llegar a ocultar sus miedos detrás de una máscara que dé la impresión contraria, y ante los demás dan la imagen de personas seguras de sí mismas; sin embargo, si uno profundiza más en el trato con ellas pronto se da cuenta de que esa seguridad no es más que un repertorio de frases y actitudes que pueden llegar a ser agresivas para el que las recibe; de esta manera la persona miedosa consigue que los demás eviten tener mucho trato con ella… y de nuevo suele terminar sola (y, en este caso, con el agravante de que cuando se descubre que todo era fachada, suelen tacharla de falsa o mentirosa).
Para afrontar estas situaciones podemos utilizar dos técnicas que suelen dar buen resultado. La primera de ellas es la racionalización, es decir, pensar objetivamente en la causa de nuestro miedo y analizar si tiene sentido darle tanta importancia. Tres preguntas que uno debería hacerse en este caso son las siguientes: ¿Qué es lo peor que podría ocurrir si me arriesgase? ¿Qué probabilidades hay de que ocurra precisamente eso? Y finalmente, ¿qué podría hacer yo si eso llegara a ocurrir? En la mayoría de los casos, las personas miedosas se dan cuenta de que ese “lo peor que podría ocurrir” es algo francamente improbable y, de todas maneras, si llegara a ocurrir, cuentan con recursos más que suficientes para solucionar la situación sin mayores consecuencias.
La otra técnica que suele dar resultado es la asertividad, que podría definirse como el conjunto de estrategias que nos permiten hacer valer nuestros puntos de vista y opiniones sin necesidad de “hacer de menos” los de los otros. En la asertividad entra en juego, cómo no, el arte de la diplomacia y de la negociación. En el libro Cuando digo no, me siento culpable, de Manuel J. Smith, se explican detalladamente las estrategias asertivas más importantes.
Por supuesto, las dos técnicas anteriores no persiguen de ningún modo que nos convirtamos en personas sin ningún tipo de miedo, o que son aceptadas por absolutamente todo su entorno. No debemos perder de vista que es imposible ser aceptados por todo el mundo, así que nuestra estrategia debería ir encaminada más bien a ser honestos con nosotros mismos para, de esta forma, al menos estar a gusto con lo que somos. Que una parte (normalmente muy pequeña) de la población mundial no esté de acuerdo en todo con nosotros… ¡es su problema! Desde este blog os animo a aceptar vuestros miedos “razonables” (no se trata de ir por la vida como un kamikaze), a racionalizar los miedos poco razonables que os atenazan en el trato con los demás y a practicar las estrategias de asertividad para que en todo este proceso nadie tenga que vivir situaciones desagradables.
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