Hoy podemos volver a salir más allá de las paredes de nuestro instituto, más allá de Parla, gracias a nuestro querido compañero Jesús Zapata que comparte con nosotros este bello recorrido por paisajes y versos.
UNA VISITA A SORIA
El último fin de semana de febrero, aprovechando ese viernes no lectivo, hicimos Ángeles y yo una visita a Soria. Ángeles es mi esposa, y ese viaje forma parte de una tradición arraigada ya entre nosotros y consistente en salir, los dos solos, durante esos días –que hasta este año solían ser a finales de enero- para visitar una ciudad o una zona que nos resulte especialmente interesante o emotiva. Llevábamos varios años intentando acercarnos hasta Soria, pero los temporales de nieve propios de esa época y de esas tierras nos lo habían venido impidiendo. Pero, por fin, este año lo hemos conseguido. Os aseguro que la espera ha merecido la pena.
Ahora, tras esta sucinta explicación, permitidme una pregunta: ¿sabéis cómo se llama el equipo de fútbol de Soria? Efectivamente, es el Numancia. Pues resulta que ese nombre lo toma de la ciudad que hace casi dos mil doscientos años pasó a la Historia por su resistencia feroz a ser dominada por los romanos. Sus venerables restos se encuentran apenas diez kilómetros al norte de Soria, y puedo garantizaros que pasear entre ellos, entrar en alguna de sus casas hoy reconstruidas o divisar desde uno de los fragmentos de muralla que se han recreado los parajes donde Publio Cornelio Escipión situó el cerco con el que acabó asfixiando la resistencia de los numantinos, despierta en el visitante la emoción de revivir aquellos once meses de la agonía de un pueblo que jamás se resignó a perder su independencia, su libertad. Impresiona imaginar lo que entre aquellas piedras, rescatadas del olvido, pudo ocurrir entonces.
Las ciudades son como son porque las ha ido modelando su propia historia, o más bien las historias que en sus calles, entre sus murallas o en sus alrededores han ido sucediendo a lo largo de los tiempos. Y en este sentido Soria es una ciudad privilegiada porque, además de leyendas y de historia, ha albergado a grandes escritores para contarlas. Sus ermitas románicas y sus claustros (San Juan de Duero, Santo Domingo, la concatedral de San Pedro…), sus palacios renacentistas (el de los Condes de Gómara, de imponente fachada), su cementerio de El Espino, su instituto o las orillas del Duero son el escenario de episodios y leyendas vividos o recreados por insignes poetas como Bécquer, Antonio Machado o Gerardo Diego. Y si Soria permanece vinculada a alguno de ellos de manera especial, indisoluble, es a la entrañable figura de Don Antonio Machado. Aún me embarga la emoción al recordar los minutos que pasé recorriendo los pasillos y algunas dependencias del instituto que lleva su nombre y en el que impartió clases de francés desde 1907. Se trata de un magnífico edificio del s. XVIII en el que se respira la devoción que allí se profesa por la figura del poeta. Su presencia es absoluta, y me parece que ha acabado por dotar al centro de un respeto solemne hacia la educación y hacia la labor del profesorado como, por otra parte, debiera ser lo natural.
La presencia machadiana nos lleva desde allí hacia el “paseo de los enamorados”:
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera del Duero,
entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria…
Es exactamente entre las ermitas de San Polo y San Saturio, por cualquiera de las dos riberas del Duero, “por donde traza […] su curva de ballesta” abrazando a la ciudad, donde se sitúa este paseo que tantas veces recorriera el poeta del brazo de Leonor. Allí, en el libro de visitas de San Saturio –ermita que merece mucho la pena visitar- nos permitimos dejar escrito nuestro modesto homenaje al admirado D. Antonio: “Honor y gloria al poeta que supo mantener su dignidad y la de España hasta su muerte”.
Este recorrido elemental por la presencia de Machado en Soria no puede terminar sino en el alto Espino, el cementerio donde reposan los restos de su amada Leonor Izquierdo y en cuya compañía, creo yo, debieran estar ya los del poeta, en interminable destierro aún en Collioure, desde aquel triste 22 de febrero de 1939: “Estos días azules y este sol de la infancia…”
Casi a la puerta del cementerio, como vigía fiel y testimonio de la ausencia física de D. Antonio, un viejo olmo, carcomido y polvoriento, muerto ya definitivamente e impresionante en su majestuosa figura, se afana en consolar a Leonor en su solitario descanso.
Podríamos estar mucho más hablando de Soria y sus poetas, pero me temo que no disponemos de tiempo ni de espacio. No obstante, me resisto a cerrar este breve recorrido sin citar leyendas sorianas como “El monte de las ánimas” o “El rayo de luna”, recreadas por Bécquer; o el “Romance del Duero”, de Gerardo Diego (“Río Duero, río Duero/ nadie a acompañarte baja/ nadie se detiene a oír/ tu eterna estrofa del agua…”). Y, por supuesto, el machadiano Campos de Castilla, escrito en su práctica totalidad por D. Antonio durante su etapa soriana.
¡Oh sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía de la ciudad decrépita,
me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!
JESÚS ZAPATA ZAPATA Profesor de Lengua C. y Literatura
2 comentarios:
Gracias, Jesús, por este paseo tan íntimo, lírico y humano que nos regalas. Me apuntaré en la agenda de cosas por hacer un viaje a Soria.
Jo, qué preciosidad... Muchas gracias, Jesús.
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