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Es una de las veinticinco escenas más famosas de la historia del cine y es una verdadera filigrana técnica. Dura poco más de tres minutos e incluye cincuenta planos, casi todos muy cortos, que se suceden de forma muy rápida, de manera que se crea una sensación de mayor violencia. Es una obra maestra del montaje cinematográfico. La tensión de la secuencia se ve intensificada por el sonido chirriante de los instrumentos de cuerda: es la música compuesta por Bernard Herrmann. Luego están los inquietantes primeros planos de Hitchcock: el desagüe por donde se va el agua mezclada con la sangre (por cierto, era chocolate); la mano, que intenta agarrarse a la vida; el periódico sobre la mesilla; el ojo abierto...
Es probable que los espectadores de hoy, tan acostumbrados a la casquería fina y a los colorines (y dentro de poco al 3D) no sean capaces de apreciar esta obra maestra; pero no, es imposible, los que no sepan apreciarla es que no les gusta el cine.
Bueno, creo que lo mejor es que busquéis la película y aprovechéis para verla en cualquiera de esos ratos libres que nos deja el verano.
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