lunes, 26 de octubre de 2009

NUESTROS ESCRITORES

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A los alumnos de 2º de la ESO se les ha dado el inicio de un cuento, y se les ha pedido que lo continúen y que hagan un dibujo alusivo a su relato. La verdad es que hay algunos que apuntan maneras. No podemos reproducir todos los trabajos, así que hemos seleccionado algunos. Aquí tenéis el comienzo del cuento y algunas de sus continuaciones. Mañana más.

EL CAMINO DE SANTIAGO

En un pueblo de España sucedió que metieron en la cárcel a un hombre inocente. Lo acusaban de haber robado en el palacio del rey y pensaban encerrarlo para toda la vida. El acusado dijo al rey:
- Señor, yo te aseguro que soy inocente. Si me condenas, serás culpable de una injusticia.

El rey se quedó pensativo y luego contestó:
- Aunque todos me dicen que tú eres el culpable, voy a cambiarte el castigo. En vez de permanecer preso en mis mazmorras tendrás que ir en peregrinación a Santiago de Compostela, con una condición: que solamente camines durante la noche. Podrás descansar durante el día. No podrás llevar ninguna lámpara para el camino... Y no intentes huir. Te encontraré aunque te trague la tierra.


El acusado pensó que estaba perdido. La noche era el momento preferido por los bandoleros y las fieras. Los precipicios y barrancos abrirían sus bocas para devorarle. Desalentado, regresó a su casa.

Tristemente, contó a su hija su condena y empezó a preparar el viaje. Su hija también hizo un hatillo para acompañarle, guardó algunas provisiones y una pequeña bolsita que ella trataba con mucho cuidado.

Se pusieron en camino aquella misma noche mientras los vecinos –que querían mucho al peregrino y a su hija- se asomaban a las puertas y ventanas para darles el adiós de despedida.

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Cuando terminaron de despedirse, iniciaron aquella peligrosa travesía. El peregrino y su hija iban muy despacio, pues el camino era pedregoso y resbaladizo. Pero serían blanco fácil de fieras y bandoleros si no aligeraban.

Llevaban tres noches andando cuando unos bandoleros los sorprendieron. No llevaban dinero, por lo que se llevaron las provisiones y los escasos objetos de valor que poseían. Aunque sabían que debían seguir andando, decidieron dormir. Al despertar, el peregrino descubrió a su hija junto a su pequeña bolsita.

-¿Qué llevas ahí, hija mía? –preguntó intrigado el padre.
-Llevo el colgante de madre y el corazón de mi amado junto a su nombre, padre –contestó la joven mientras le enseñaba el colgante.

El colgante era una tira de cuero de la que colgaba una estrella azul y al lado un corazón de cristal en el que estaba grabado el nombre de Rodrigo.
Poco antes del amanecer se dieron cuenta de la falta de alimentos.

-Sin provisiones no llegaremos vivos –dijo preocupado el padre.
-Sí podemos o, al menos, intentarlo. Porque somos valientes, padre –le replicó la muchacha llena de esperanza.

Después de esta conversación, reemprendieron su viaje. No tenían ni comida, ni agua y la debilidad hacía mella en ellos. Pronto serían advertidos y devorados por las fieras. Un día, el peregrino empezó a cavar un hoyo con sus manos. Su semblante estaba serio y sereno mientras cavaba, pero dolorido y rabioso cuando enterraba a su hija muerta junto a la estrella y al corazón. Justo después, toda su fortaleza se deshizo como el azúcar al contacto con el agua.

El peregrino terminó el Camino de Santiago, luego volvió a su ciudad. Al llegar fue a hablar con el rey, quien le informó de que el verdadero culpable había sido descubierto y debidamente castigado.

-Un lamentable error. Mandé buscaros a vos y a vuestra hija… -le dijo el rey.

El peregrino estaba roto por dentro. Salió corriendo sin esperar que el rey terminara. Corrió calle abajo, mientras sus vecinos lo miraban con lástima. Al llegar a la esquina, giró a la derecha y se metió en casa de Rodrigo. Éste escuchó atentamente lo que le había pasado a su amada. Cuando el peregrino acabó de contárselo, le dijo:

-Cuando yo no esté, quiero que se me entierre junto a mi hija, y la casa te la puedes quedar junto con los pocos bienes que tengo.

Poco después, lo encontraron muerto en su casa. Rodrigo fue a ver al rey, y le dijo:

-Quiero que se me entierre junto a mi amada y a su padre.






El peregrino y su hija se pusieron en camino ese mismo día por la noche. Los bandoleros los persiguieron. La hija del peregrino abrió la mochila que llevaba y sacó una caja muy pequeña que hacía desaparecer todo lo que se interponía en su camino. Los bandoleros le dijeron a la chica que no les hiciera nada o los encerrarían en una mazmorra para toda la vida y así no conseguiría nada. La hija los dejó ir, pero con una condición: que a su padre le dejaran caminar por un día ante la luz del sol. Los bandoleros pensaron que, si no aceptaban, les harían desaparecer y lo pasarían mal. Entonces aceptaron.

El peregrino y su hija siguieron su camino, pero de pronto… se cayeron por un acantilado. Más tarde, aparecieron tumbados frente a un iglesia. No sabían cómo habían llegado hasta allí. Unos vecinos, al ver que estaban inconscientes, los llevaron a su casa para que se recuperasen de tan fuerte caída. Luego los llevaron a la iglesia que era el fin de su recorrido. Cuando despertaron, vieron cómo todo el mundo estaba esperando para entrar en la iglesia. Se tomaron un vaso de agua y volvieron a casa.

Silvia Olmedo, 2º C


El acusado y su hija pusieron rumbo a Santiago de Compostela. Anduvieron durante toda la noche. Al hacerse de día, extendieron una manta en el suelo y se acostaron.

Pasaron días y días, noches y noches, pero aún les quedaba un largo camino por recorrer. Una noche, sin saber la razón de por qué pasó, un disparo atravesó el cielo. Fueron corriendo a esconderse, pero los encontraron. Eran caballeros del rey que venían para advertirles que estaban tardando mucho, que tenían que darse prisa, o si no, los matarían.

Estaban tan cansados que se acostaron. Al despertarse, Marie se dio cuenta de que estaba amaneciendo. Se les había pasado la hora. Habían perdido mucho tiempo, pensó Marie. Fue corriendo a despertar a su padre y descubrió que le habían clavado una espada en el corazón. Entre lágrimas, Marie juró que terminaría el camino, que lo haría por su padre, que se haría justicia por lo que habían hecho; pero, sobre todo, que se arrepentirían mucho, muchísimo.

Entonces, Marie sacó de su pequeña bolsita una concha que le había regalado su madre minutos antes de morir, cuando apenas ella tenía tres años. Cogió un hilo y se la colgó a su padre en el cuello despidiéndose de él para siempre.

Marie terminó el camino hasta Santiago de Compostela. Volvió a su casa, triste y desesperada, pensando que algún día se haría justicia. Años después, Marie se enteró de que mucha gente quería hacer el camino que ella y su padre habían realizado, y lo hacían en honor de un hombre que había luchado por su libertad dando su vida.

Javier Flores, 2º A



Esa noche comenzaron a caminar para salir de la provincia de Burgos. Por el camino, padre e hija comenzaron a hablar sobre los motivos por los que el hombre fue condenado. El padre le dijo que había intentado pedir ayuda al rey para mejora la situación económica del pueblo y, como le negaron la entrada en palacio, se coló. Al descubrirlo, lo acusaron de robar. La hija le dijo que no se preocupara, que harían el camino y quedaría libre.

Durante el día dormían para caminar de noche. En la tercer noche entraron en un bosque. allí vivía un grupo de ladrones que robaron todo menos el hatillo, que la hija había escondido. Al no tener comida ni dinero, iban pidiendo ayuda por los pueblos por los que pasaban.

Una noche llegaron a un pueblo donde los acogió una familia que tenía un niño enfermo, del que el médico le había dicho que no sobreviviría. La hija del peregrino sacó el hatillo en el que guardaba unas hierbas y, al dárselas, el niño mejoró. La noticia de la cura se extendió y llegó al palacio del rey, quien había enfermado hacía un tiempo.

El peregrino y su hija habían llegado a Santiago de Compostela, donde recibieron noticias del rey para que fueran al palacio. Tardaron varios días, y cuando entraron a ver al rey, éste se encontraba con mucha fiebre. La hija del peregrino sacó el hatillo y preparó las hierbas para dárselas. Mientras éste se recuperaba, el peregrino y su hija se quedaron a vivir en el palacio. Al sanar el rey, le quitó la condena por haber cumplido el trato y, como le habían salvado la vida, aceptó la petición para ayudar al pueblo del peregrino.

Ana Isabel López, 2º A
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