El grito de Antonio Saura
 
 
 
UN CANTO 
  
Un canto. 
Quisiera un canto 
que hiciese estallar en cien palabras ciegas 
la palabra intocable. 
Un canto. 
Mas nunca la palabra como ídolo obeso, 
alimentado 
de ideas que lo fueron y carcome la lluvia. 
  
La explosión de un silencio. 
  
Un canto nuevo, mío, de mi prójimo, 
del adolescente sin palabras que espera ser nombrado, 
de la mujer cuyo deseo sube 
en borbotón sangriento a la pálida frente, 
de este que me acusa silencioso, 
que silenciosamente me combate,  
porque acaso no ignora 
que una palabra bastaría 
para arrastrar el mundo, 
para extinguir el odio 
y arrastrarnos. 
  
El equilibrio de una sola hoja 
viva sobre la nieve, 
la duración fugaz de los otoños, 
el sueño indefinido 
del año oscuro y la naturaleza, 
la posesión feroz de las semillas, 
el secreto enterrado, 
la sucesión remota de las madres y del aire infalible, 
el hilo roto, el argumento roto 
del navegante que regresa después de mucho tiempo 
y ya no reconoce lo que amaba. 
  
Ven tú que tardas, 
amanecer que tardas bajo la costra opaca 
de los considerandos y las consecuencias, 
de la moral al uso y su negro negocio, 
del rito, del corchete, la liturgia, 
la reverencia, el miedo en que no queda 
de la fe ni una lágrima 
que no hayan de antemano entregado o vendido 
como mercadería o propaganda. 
  
Dura la noche,  
la pasión amarilla del cobarde,  
la postura fetal de la avaricia, 
la putrefacta risa de la hiena, 
el fingido reposo de aquel que bien quisiera 
ahuyentar lo vivido, la lámina acerada 
del puñal y el amor inocente. 
  
¿por este sueño he combatido? 
  
José Ángel Valente 
De la memoria y los signos (1960-1965) 
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