La noche está muy calurosa. María camina por la acera arrastrando los pies.
-Podíamos hacer algo. ¿Vamos al parque? -Camilo camina a su lado con las manos en los bolsillos. -Puff. Con este calor…, ya me dirás. -Mira hacia atrás. –Y tú, ¿vienes o qué?
-Ya voy –responde Karim desde lejos con una voz, mientras aprieta el paso hacia donde están los otros. María le reprende amortiguando el volumen de sus palabras.
-¡¡Chuttt!!, ¡estás tonto o qué? ¿No ves que estará todo el mundo durmiendo? - Hace un gesto con la mano señalando las ventanas abiertas de los vecinos.
Karim se incorpora al grupo. Casi susurra.
–Tía, perdona. No me había dado cuenta - hace una pausa antes de cambiar de tema-. ¿Qué hora es?
Las chicharras no paran de hacer ruido. Camilo saca el móvil y toca una tecla para que se ilumine.
–Las tres menos cinco. ¡Qué fuerte! -lo dice como con tranquilidad, pero se nota que estar dando vueltas por el pueblo a esas horas le pone muy nervioso-. ¿Qué hacemos?
María se sienta en un bordillo.
–Vosotros haced lo que queráis, yo ya me quedo hasta que sea la hora. -Todos giran la cabeza cuando a lo lejos se oye un coche que avanza por el pueblo. Pronto unas luces aparecen por su izquierda y pasa lentamente por delante de los chavales. Ellos siguen el movimiento con la mirada hasta que gira en una esquina y desaparece. Camilo se queda dando unos pasitos cortos sin ir a ninguna parte.
–Como se enteren en casa, me matan.
-Total, ya da lo mismo –contesta Karim-, si llegas ahora y se enteran estás muerto igual-. Luego se dirige a María.
–De todas maneras, ¿qué piensas hacer? ¿vas a ir al primer día instituto sin haberte duchado y con la misma ropa?-. Las chicharras parece que se van a volver locas con su cancioncita.
Ella se airea la camiseta.
–No, tienes razón. Hay que pasar por casa y darse una duchita. Aun así, me quedo hasta que amanezca. Vosotros podéis iros a casa si queréis.
Karim se sienta a su lado en la acera.
–Y dale. Que te rayes, tía. Nos quedamos también. ¿Verdad, tú?
-Ojalá corriera por lo menos una brisita –dice Camilo, no se sabe si para sí mismo o como respuesta. Los otros dos se quedan mirándole con una mezcla de curiosidad y fastidio–. Que sí, que me quedo hasta el final. Pero en cuanto amanezca nos abrimos-. Gira como nervioso sobre sus talones y otra vez farfulla para sí mismo mientras da pataditas a las piedras o al aire. –Mi madre me mata seguro.
Se sienta con los otros dos. Pasan unos minutos.
-¿Hacemos algo?
Los tres se quedan mirando al frente en silencio. Un perro empieza a ladrar a lo lejos con voz pesada. Parece que le cuesta sacar cada ladrido. Pronto le responden otros perros de la zona y, por un momento, parece que el escándalo tapa el incansable ruidillo de los insectos. Luego, uno a uno, los ladridos se van apagando otra vez. Karim tira piedrecitas al centro de la carretera y pronto le imitan los demás.
–Podríamos ir hasta la máquina de Coca-Cola del Chollo –dice María de pronto.
-¿Tú tienes dinero? –pregunta Camilo.
-No, ¿y tú?
-No.
-Yo tengo para una lata –dice Karim.
-Pues vamos.
Se ponen en marcha en dirección al bar. Camilo se frota el pantalón.
-¡Qué caliente estaba la acera!
Mientras caminan, Karim se pone a silbar. Primero flojito, pero cada vez más fuerte a medida que se va animando. María le mira con cara de pocos amigos y Camilo le da una collejita.
-¡Tío! –le reprocha.
-Joe, perdona. Que no me había dado cuenta.
Caminan y sus pasos se aúnan como si fuera una marcha militar sin que se percaten.
-Detrás de esa casa está el Chollo –dice María como si los demás no lo supieran de sobra.
Una intrigante casualidad
Hace 21 horas
1 comentario:
Os mandamos un caloroso abrazo desde Motril, para desearos las mejores vacaciones...llenas de palabras musicales, de salidas creativas, de colores salados y de abrazos explosivos.
Ana y la clase de Quinto
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