martes, 20 de abril de 2010

Solución al Enigma 12


Esta vez, al responder al Enigma planteado, es el turno de dar información sobre la cocina romana y explicar algunas curiosidades relativas a lo que comían los romanos.






Los romanos hacían tres o cuatro comidas al día.


La primera, el ientaculum, equivalía al desayuno y se tomaba entre las siete y las ocho de la mañana. Normalmente se trataba de una frugal comida, algo de pan mojado con vino o frotado en aceite, ajo y sal. También se tomaba en este desayuno un bizcocho con vino llamado passum que los niños llevaban a la escuela. Este desayuno podía complementarse con fruta fresca o seca, queso, leche o huevos.
Hacia el mediodía se tomaba el almuerzo o prandium, también ligero, y que solía prepararse con los alimentos sobrantes de la jornada anterior. Como señala Séneca, esta comida se hacía sin preparar la mesa y al terminar no era preciso lavarse las manos.
La merenda, equivalente a nuestra merienda, era más típica de los campesinos que así reponían fuerzas en la jornada de trabajo en el campo. También se hacía si por cualquier causa era preciso retrasar la cena.
Por último, la comida principal del día era la cena que además tenía una gran importancia social. Cuando se importó la costumbre griega de comer recostados, se habilitó en la casa romana (domus) una habitación especial para la cena, el triclinium.





UN MENÚ

La comida principal del día -la cena- comenzaba con unos aperitivos o gustatio, que incluía huevos seguidos por aceitunas, setas, alcachofas, croquetas, erizos de mar, espárragos, rábanos y otros alimentos. Esta comida se acompañaba con vino mielado.









Seguidamente venía la prima mensa que estaba formada por varios platos y constituía la comida principal. El plato principal se denominaba caput cenae o fundamentum cenae ( jabalí, pescados, cabrito, pollo, albóndigas, jamón etc...).


















Por último, la secunda mensa, estaba constituida por los postres, generalmente frutas y dulces.






En cuanto a los utensilios, los romanos disponían de plato hondo (catinus) y llano (platella), así como de cucharas (cochlecar/lingula), vasos, a veces de plata (argentum potorium), y copas de cristal (pocula). Sin embargo no tenían tenedores («invento» relativamente reciente, introducido en el siglo XVII) ni cuchillos -ya que los manjares se servían convenientemente troceados por los esclavos-, de forma que se tomaban con los dedos, siendo señal de urbanidad asirlos con las puntas de los mismos.






Los alimentos se preparaban sobre todo cocidos y se condimentaban con hierbas y salsas. Entre las salsas, la más apreciada era el garum, si bien existían otras, denominadas liquamen, muria, allex o cordula, todas éstas también de pescado.


El garum sería el producto primario, el de mejor calidad, resultado de la autofermentación de las partes no cárnicas del pescado (vísceras) en un medio salino, mientras que el allec (allex, hallec o hallex) serían los residuos tras la elaboración del garum, la muria designaría el líquido obtenido, si bien también se empleó como sinónimo de garum. Algo parecido ocurre con el liquamen, que designaba inicialmente una salsa de pescado diferente de aquel, si bien en época tardía definió genéricamente a todas.
Ya os había comentado cuando presenté el Enigma que el garum era un producto muy cotizado y de gran valor en el mercado.


El escritor romano por el que preguntaba la Esfinge era Apicio.

Marcus Gavius Apicius fue un gastrónomo romano del siglo I d. C., autor del libro De re coquinaria, fuente esencial para conocer la gastronomía en el mundo romano. Vivió durante los reinados de los emperadores Augusto y Tiberio y era conocido sobre todo por sus excentricidades y una enorme fortuna personal que dilapidó en su afán por hacerse con los más refinados alimentos, elaborados en complicadas recetas.


Inventó, por ejemplo un procedimiento para cebar a las truchas con higos secos que les engordara el hígado, así como recetas de lenguas de flamenco o de ruiseñor, de pezones de cerda, de talón de camello...


El emperador Tiberio le enviaba, incluso, las lubinas que eran demasiado caras para él mismo, así que imaginaos el dinero del que disponía.








Aquí os pongo como ejemplo una elaboradísima receta de Apicio, en la que, por supuesto, se utilizaba garum.



Os daréis cuenta rápido de que sus gustos, en este caso, estaban a años luz de los nuestros.

Plato de Apicio

"Tomar ubres de cerda y vulvas de cerdas vírgenes, cocidas y troceadas, carne de pescado, carne de pollo, de papahigos, o vientres de zorzales cocidos y todo tipo de exquisiteces. Picarlo todo, excepto los papahígos, y mezclar las carnes con huevos crudos y aceite. Machacar por otra parte pimienta y angélica. Empaparlo de garum, vino y vino de pasas, calentarlo en una marmita de barro y ligarlo con almidón. Pero antes meter el picadillo y llevarlo a ebullición. Cuando esté cocido, quitar la marmita del fuego con su jugo y, con la ayuda de un cucharón, transportar la farsa por capas a una grasera, tras haberle añadido granos de pimienta entera y piñones. Sobre el fondo tapizado de un lecho de empanada bastante espeso, derramar un cucharón de farsa; después alternar capas de farsa delgadas y cucharones de farsa. Recubrirlo todo de una capa de empanada reducida con el rodillo, cocer la pasta y sazonarla con pimienta. Previamente a introducir las carnes en la marmita, ligarlas con huevos."



Las dos cositas que quería saber la Esfinge eran, por tanto, las siguientes:



La salsa se llamaba garum.

El autor del libro de cocina romana era Apicio.


Y los acertantes han sido:

Además de las profesoras Mª José, Isabel y la sempiterna Lola



Juanjo Rodriguez (2º Bach)

Vanesa Fuster (2º Bach), aunque tuvo un pequeño lapsus con el escritor y gastrónomo.

Y como siempre

¡ MUCHAS GRACIAS A LOS PARTICIPANTES !

Un día de estos os pondré una serie de recetas romanas para intentar hacerlas en casa pero adaptadas a los gustos actuales, claro.



Quizá una buena idea sería sorprender a vuestra madre con una comidita elaborada por vosotros el Día de la Madre ¿no?


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