martes, 27 de octubre de 2009

NUESTROS ESCRITORES

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Aquí tenéis otras entregas de conclusiones del cuento del peregrino. En fin, elegid el final que más os guste.

Siguieron el camino sin hablar; había un gran silencio en el bosque, cosa que suele ser rara. Pero de pronto el silencio se rompió con un gran estruendo. Se escuchaba un ruido que cada vez se acercaba más. Sin pensarlo, el padre y la hija echaron a corren sin parar. Pronto esa cosa dejó de perseguirlos.
- Papá, ¿estás seguro de que quieres seguir? –preguntó la chica.
El padre no contestó. Pronto se vio el sol asomarse y pudieron descansar después de toda la noche andando. Comieron un poco antes de echarse a dormir.

Llegó la noche y se pusieron en camino. Había llegado la oscuridad y las estrellas brillaban con intensidad. Tenían mucho frío, pero ninguno de ellos decía nada. De repente, un ruido se acercaba a ellos, un ruido cada vez más fuerte. Pero esta vez no hubo tanta suerte, los alcanzó y algo atacó al padre por la espalda. Tuvo que luchar con una cosa desconocida. La hija no sabía qué hacer y pensó en la bolsita que le había regalado su abuela antes de morir. “Sólo tienes que abrirla cuando estés en verdadero peligro”, recordó la niña que le había dicho. No se lo pensó más y abrió la bolsa. Salió una estrella que brillaba con gran intensidad. La estrella acabó con aquel animal y los llevó volando por encima de las nubes. El padre no sabía qué decir. Volaron y volaron hasta llegar a Santiago. El padre se sintió muy orgulloso de su hija. La estrella desapareció y la niña recordó a su abuela con un gran cariño. Gracias a ella habían terminado su camino.

Miriem El Abdellaoui, 2º C




Esa noche había luna llena y se podían guiar un poco gracias a su luz. Mientras caminaban oían los ruidos de los animales, pero ninguno decía nada. Manuel –que así se llamaba el peregrino- rompió el silencio.


-María, no te preocupes por mí, puedo hacer este viaje solo. No me gustaría que te pasase nada malo.
-No te preocupes, padre –respondió la hija-. No te dejaré solo, y cuando acabe este viaje, tengo algo que decirte.
-¿Qué me quieres decir? –preguntó Manuel.
-Lo sabrás tarde o temprano.

Mientras iban caminando y caminando, iba saliendo el sol. Eso quería decir que tenían que parar para descansar. María sacó unas frutas para comer. El rey, en su palacio, mandó a un esclavo a que los vigilase para que no hicieran trampas.

María le dijo a su padre que iba a buscar agua. Su padre le dijo que tuviese cuidado. No quería que le pasase lo mismo que a su madre cuando ella era pequeña. Después de un rato la hija volvió.

-He puesto trampas en los alrededores para luego comer algo –dijo María.
Casi había anochecido cuando la hija encontró un duende mágico en una de las trampas. María se asombró. Ella creía que los duendes no existían, pero no tardó en descubrir que se equivocaba.
-Hola, ¿cómo estás? –dijo el duende.
-Bien, ¿y tú? –le contestó la niña.
-Pues mal, ya lo ves. Si me sacas de aquí, te concederé dos deseos.

Después de liberar al duende, María fue hacia donde su padre, que estaba sentado en el suelo.
-Padre, despierta. Mira lo que he encontrado en una de mis trampas.
-¡Un duende! –dijo sorprendido el padre.
-Sí, y nos concederá dos deseos.
-¿Cuáles van a ser esos deseos? –preguntó el duende.
-El primero es que nos lleves al final de nuestro camino –dijo María.
-Eso está hecho –contestó el duende.
Y aparecieron cerca de los soldados del rey que estaban en Santiago.
-El segundo, que el rey me perdone y no me encierre en las mazmorras de su palacio –pidió el peregrino.
El rey lo perdonó y le dijo que podía volver a su casa. Una vez en ella, la hija le dijo a su padre:
-Padre, encontré en el bosque una bolsa que contenía las joyas robadas del rey.
-Pero bueno, como ya me han soltado, las utilizaremos para irnos de aquí –contestó el padre.
Esa noche los dos desaparecieron.

Joe Luis Lapo, 2º A

Esa misma noche se pusieron en camino. El pobre hombre estaba preocupado pensando que estaba perdido, y no sólo él, también su única hija, Isabel. Desolado, siguió su duro camino. Pasaron noches y noches de terror: cada sonido, cada ruido les hacía temblar el corazón.

Pasaron noches terribles, pero una noche se encontraron con un ser muy extraño. Cuando lo vieron por primera vez se asustaron, pero él les dijo que no se asustaran, que solo los quería ayudar. Era un hombre-caballo que vivía en el bosque. Tenía una gran melena rubia y brillante. La chica se quedó asombrada. El pobre hombre le contó lo que le había ocurrido, y el hombre-caballo, que se llamaba Aurelio, les dijo que él los acompañaría.

Pasaron largas noches de tormentas, de viento, de frío y de lluvias. Aurelio se fijaba en que Isabel, cuando descansaban durante el día, siempre, siempre sacaba una bolsita y le daba un beso. Un día Aurelio se acercó y le dijo:

-Oye, Isabel, ¿me podrías decir qué tienes en esa bolsita?
-Algo muy importante. Cuando lo miro siento tristeza. Son poemas que me hacía mi madre cuando yo era pequeña. Mi madre murió cuando yo tenía 12 años.
-Lo siento, Isabel.

Aurelio le comentó al padre que Isabel estaba muy triste. El peregrino también lo estaba porque creía que nunca llegarían. El hombre-caballo les dijo que todavía quedaban cinco noches más de camino. La muchacha, aunque estaba muy cansada, se levantó y siguió caminando. Mientras, Aurelio le confesó al padre que estaba enamorado de Isabel y que quería casarse con ella. El hombre le contestó que tenía que pensarlo, porque era su única hija y la quería mucho. Además, todavía tenían que terminar el camino.

-Si es por el camino, yo sé que lo conseguiremos –le dijo Aurelio.
-Además de eso, no sé si mi hija querrá. Permíteme que se lo pregunte –le contestó el peregrino.

Aurelio cogió un día una rama, hizo un bonito círculo y puso en el centro una flor. Se lo mostró a Isabel y le dijo:

-¿Te quieres casar conmigo?

A la muchacha, emocionada y asombrada, le salió de su dulce boca un cariñoso SÍ.

Cuando ya no faltaba nada para el final del camino, encontraron a unos hombres del rey que les dijeron que ya se había encontrado al culpable y que él no había sido. El peregrino se quedó roto de rabia por haber tenido que caminar tanto, pero contento por la felicidad de su hija…

Asmahan El Khader, 2ºA



Mientras el humilde ciudadano se estaba alejando de su vieja y antigua casa, lugar donde nació, su hogar, pensaba que en aquella casa pequeña, en la esquina de la calle de la Torre, se guardaban tantos recuerdos que quería morir allí. Había decidido que su hija no lo acompañara para no exponerla a ningún peligro.

Uno de sus amigos, el fraile Tomás, le preguntó si quería que lo acompañara en su difícil e inoportuno viaje. Pero el honesto hombre rechazó su propuesta, pues el castigo era suyo, no de otra persona.

El buen hombre salió de su ciudad natal justo al ponerse el sol. El hombre, desde pequeño, tenía fobia a la oscuridad. Las primeras noches iba con mucho cuidado porque se oían muchos ruidos raros, como si alguien lo persiguiera. Durante el día, descansaba debajo de algún árbol o al lado de un manantial.

Cuando ya iba por la mitad del camino, empezó a ver sombras que lo seguían. Decidió esconderse para sorprender a su perseguidor. Así lo hizo, y descubrió que se trataba de un guardia real de la Corte del Rey. El peregrino siguió su camino como si nada.

Al siguiente día, el hombre se dio cuenta de que poquito a poco se estaba acercando a Santiago de Compostela, y comprendió que por la noche no necesitaba ni una lámpara ni nada de ese tipo, porque la luz de la luna y de las estrellas era tan intensa que se veía a la perfección. Se acordó de que su hija le había guardado algo muy cuidadosamente en su saco. Lo buscó y lo sacó. Era una especie de aparato de madera con dos lentes, una en cada lado. Miró al cielo por uno de sus lados y lo que vio fue verdaderamente fantástico. Quedó como alucinado: era un camino en las estrellas. El hombre lo siguió todas las noches y, por fin, llegó a Santiago de Compostela. Allí le esperaba el rey, su hija y los soldados. El rey le dijo:

-Buen hombre, ahora sé que eres inocente. No has intentado escapar y las estrellas te han guiado hasta aquí. Te ruego que me perdones. Además, voy a concederte un deseo.
- Deseo volver a mi casa con mi hija, y dar un gran banquete en honor de Santiago de Compostela –contestó el peregrino.

Roberto Slaniceanu, 2º C
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1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Olé, olé, qué buen trabajo han hecho estos chicos con su profe! Las narraciones son originales y las ilustraciones les han quedado muy bien. ¡Seguid trabajando así!