martes, 31 de agosto de 2010

¡RESISTIREMOS!

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Vamos, no seáis niños, no lloréis. Mirad el lado bueno: mañana nos volveremos a ver y nos contaremos cómo ha sido nuestro verano.

Ya hemos cogido fuerzas para resistir otro curso, ¿no? ¡RESISTIREMOS!

Nota a pie de página: las entradas de ayer y hoy se las dedicamos especialmente a nuestro compañero Epi, que ha llenado su interesante blog de nostalgia musical durante este verano.

Otra nota a pie de página: sentimos mucho que en YouTube proliferen los analfabetos. El título del vídeo está huérfano de tildes. Debe escribirse así: RESISTIRÉ - DÚO DINÁMICO.

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lunes, 30 de agosto de 2010

ESTO SE ACABÓ

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Casi era inevitable poner esta canción para hoy. Esto se acabó. Nos vemos pasado mañana en Parla.

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domingo, 29 de agosto de 2010

NANA JAPONESA

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Esto se acaba. Relajémonos escuchando esta nana japonesa. Dentro de unos días, todos a fichar. ¡Ay, qué dolor!

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sábado, 28 de agosto de 2010

BANDA SONORA PARA EL VERANO / 10

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THE BILL EVANS TRIO INTERPRETA SUMMERTIME

El pianista norteamericano Bill Evans (1929-1980) es uno de los más importantes músicos del jazz. Formó varios tríos en los que conseguía un sorprendente diálogo musical entre el piano, el bajo y la batería. Aquí tenéis una actuación suya del 19 de marzo de 1965, en Londres (vamos, de hace dos días). Su versión es preciosa.

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viernes, 27 de agosto de 2010

IMÁGENES DEL VERANO

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Tenemos que reconocer que una de las tareas más arduas con que nos enfrentamos a la vuelta de las vacaciones es soportar las sesiones fotográficas de los amigos y conocidos. Antes, como había que revelar las fotos, la cantidad era más o menos asumible, pero ahora, con la tecnología digital, tenemos que ver miles y miles de fotos aderezadas con anécdotas graciosas para quienes las han vivido.

Nosotros no vamos a ser menos, aunque sí más discretos. Nuestros blogueros nos han regalado algunas fotos de sus experiencias veraniegas, y hemos hecho una selección. No os las vamos a ilustrar con palabras, sólo queremos que disfrute la vista.








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jueves, 26 de agosto de 2010

NUESTROS ESCRITORES / CUENTOS

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Volábamos a treinta mil pies, y el piloto de American Airlines nos había dicho que tendríamos dos horas y 10 minutos para llegar a nuestro destino. El avión iba a un tercio de su capacidad, y el pasaje se sentó a su antojo, sin respetar su número de asiento. Estábamos en familia.

Sobrevolábamos Cuba, y desde el cielo casi se podía ver la barba de Fidel. El día era espléndido. Después del refrigerio obligado, las nubes fueron rodeándonos de tal manera que apenas se podía ver el extremo del ala de Boeing 737, serie 400, equipado con turboventiladores CFM56-3, y que unía el último trayecto de mi viaje, entre Miami y San Salvador. El piloto encendió el testigo que indicaba al pasaje que debíamos ponernos el cinturón. Por supuesto que me lo abroché de inmediato. La azafata, joven y guapa (en nada se parecía a sus compañeras de la ruta transoceánica), permanecía sentada en el reposabrazos de un asiento cercano al mío, hablando de forma distendida con un pasajero que parecía ser de los habituales de este trayecto.

De pronto, el ave voladora, nacida en mayo de 1987 en los alrededores de Seatle, empezó a moverse con tanta brusquedad que, si no fuera por la niebla, seguro que habría arrancado fuertes aplausos de los habitantes del Yucatán o la sonrisa de los tiburones del Caribe. La aeromoza, que hasta entonces me había atendido en un más que aceptable español, empezó a gritar como una loca mientras fijaba su cinturón en el asiento de al lado, indicando lo que parecía ser una desesperada llamada a llevar a cabo las normas de seguridad, que sólo ella y su conocido pasajero estaban, a todas luces, incumpliendo.

Mi cerebro empezó a funcionar a una velocidad desconocida para mí; parecía una computadora de última generación: quizás auguraba que pronto iba a quedar obsoleta y debía dar lo mejor de sí, antes de ser reemplazado por otra de más rapidez y mayor capacidad. No dejaba de chequear todo lo que estaba en mi disco duro de forma rápida, pero ordenada.

No tengo ni idea de inglés, pero la entendí perfectamente. Ella no tradujo, y llegué a pensar que hubiera sido peor de haberlo hecho: habría interrumpido mis oraciones.
Corría el tres de julio de 1996 del año de Nuestro Señor.

J. Manuel G. Lobo
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miércoles, 25 de agosto de 2010

ALGO PARA VER Y ALGO PARA LEER

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MATAR UN RUISEÑOR
Novela escrita por
Harper Lee (1960)



MATAR UN RUISEÑOR
Película dirigida por
Robert Mulligan (1962)


Uno de esas noches tórridas de agosto estaba sentada frente al televisor buscando algún programa que no fuera para cerebros licuados por el calor estival, y di con la película Matar un ruiseñor. Me quedé clavada ante ese film que había visto por primera vez en mi infancia y que luego he visto más veces a lo largo de mi vida. Hay que ver la cantidad de películas que muchos de mi generación vimos en la televisión. Entonces no había mucho que ver en el aparato y casi no existían programas pensados ex profeso para la tele; así que ponían muchas películas. Yo tuve mi primer contacto con las obras maestras del cine a través de la televisión, desde el cine mudo (inolvidables aquellas tardes con Chaplin, el Gordo y el Flaco o Buster Keaton), Hitchcock, los musicales americanos, las películas del oeste… Vale, las veía siempre en blanco y negro –incluso las que eran en tecnicolor- y dobladas, pero con ellas fui (fuimos, probablemente) construyendo parte de mi educación estética, ética y sentimental. Bien, pues Matar a un ruiseñor fue una de esas películas que recuerdo especialmente.
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Es una película de aprendizaje en la que unos niños toman conciencia de que en el ser humano existe la maldad, pero también que sobre ella se puede alzar, inmensa, la integridad ética; y quien les enseña todo eso es su padre, Atticus Finch, un abogado viudo que decide hacerse cargo de la defensa de un negro acusado de violar a una joven blanca, en el racista Sur norteamericano y en los años de la Gran Depresión. A través de la investigación, de las reacciones de los vecinos, del juicio y –sobre todo- de las explicaciones de Atticus, los niños pierden la inocencia (de ahí el título, ya que el ruiseñor la simboliza) y toman conciencia de que los hombres se mueven por bajos instintos, por la irracionalidad, por los prejuicios; pero asimilan la enseñanza ética de su padre: hay que luchar por lo que creemos justo, aunque sepamos que vamos a perder.

Es curioso, la primera vez que vi la película quise ser Scout, la hija pequeña, que es quien nos narra la historia. Quería tener al lado a un gigante que me explicara el mundo. Cuando crecí, quise ser Atticus, un héroe tranquilo, íntegro y cabal; héroe que se sumó a otros: el épico Gary Cooper de Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952) o el héroe romántico encarnado por Humphey Bogart en Casablanca (Michael Curtiz, 1942). Los personajes femeninos terminaron por resultarme poco interesantes. Siempre eran víctimas sacrificadas o autosacrificadas en aras de un amor o su familia, cuando no eran pelanduscas redimidas o irredentas. Haciendo memoria, sólo un personaje femenino se me ha quedado grabado: la Vienna de Jonny Guitar (Nicholas Ray, 1954) interpretada por Joan Crawford.


Gregory Peck y Harper Lee durante el rodaje de la película
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En fin, a lo que iba. Matar un ruiseñor se estrenó en 1962 y fue dirigida por Robert Mulligan. Se trata de la adaptación de la novela homónima que la escritora norteamericana Harper Lee había publicado en 1960 y con la que ganó el premio Pulitzer. Casualidades de la vida: unos días después de la nostálgica re-visión de la película, el suplemento cultural de un periódico celebra el cincuentenario de la publicación de la novela. Me lanzo a la mejor librería de la zona (tengo que recorrer bastantes kilómetros), me hago con ella y en ella estoy. Las palabras van imprimiéndose en las imágenes de la película que guardo en mi memoria (o viceversa): Atticus sólo puede tener la cara de Gregory Peck.
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En la novela hay mucho de autobiografía pasada por el laboratorio de la literatura. Las descripciones son más precisas, se recrea más en el sórdido ambiente de la Gran Depresión y hay una ironía que se pierde en el film.
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Es curioso, me gustaría volver a ser Scout, acurrucarme junto al gigante para que me explicase el mundo, quizá me estoy haciendo demasiado mayor, quizá no he conseguido ser un Atticus, quizá estoy en momentos bajos. En fin, son personajes literarios, y nosotros somos humanos.

Tanto el libro como la película son muy recomendables, así que ya sabéis: a buscarlos. Os dejo un enlace para curiosos:
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L. S.
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martes, 24 de agosto de 2010

NANA FRANCESA

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Nathalie Boyer es, según parece, una cantante francesa, pero no sabemos mucho de ella. Aquí canta una bonita nana francesa.

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lunes, 23 de agosto de 2010

EFEMÉRIDES - GENE KELLY

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El 23 de agosto de 1912 nació en Pittsburgh (Estados Unidos) Eugene Joseph Curran Kelly, más conocido como Gene Kelly. Bueno, a la mayoría de nuestros blogueros ni les sonará. Lo intentamos con una imagen:


¿Qué, tampoco? Bueno, los más mayores sí lo habrán reconocido. Para los demás, os contamos un poco su historia.

Todo muy americano: familia de pocos recursos; muchos hermanos (cinco); madre con pájaros en la cabeza, dispuesta a hacer de sus retoños unos grandes bailarines; formación de un grupo de baile fraternal: “The Five Kellys”, que quedó reducido a sólo dos hermanos –nuestro Gene y otro- y tuvo que cambiar de nombre: “The Kelly Brothers”. La Gran Depresión del 29, los apuros económicos, el esfuerzo, el trabajo y, por fin, la familia Kelly monta una academia de baile en Pittsburgh. Gene es ahora un profesor de baile que quiere ser una gran figura, y eso sólo se conseguía en Nueva York. Así que hizo las maletas. Allí estaba Broadway y sus comedias musicales. Fue pan comido para un bailarín lleno de entusiasmo y tan versátil como Gene. En 1940 protagonizó el musical Pal Joey con gran éxito y lo llamaron para trabajar en Hollywood.

En 1942 protagonizó la película musical Por mí y por mi chica con Judy Garland como pareja. Fue un gran éxito. A partir de entonces fue una figura del cine musical y comenzó a idear las coreografías de sus películas, creando números que fueron muy novedosos para la época.

En pleno éxito se alistó como soldado en la Segunda Guerra Mundial (1944) y a su vuelta retomó su carrera cinematográfica y recuperó su popularidad. Protagonizó muchas películas musicales llenas de buena música, optimismo y tecnicolor (Levando anclas, El pirata, Los tres mosqueteros, Un día en Nueva York, Un americano en París...). Gene se ha convertido en co-director, coreógrafo, bailarín, cantante y actor. No se puede pedir más: en 1952 le otorgan un Oscar honorífico por su aportación al género musical (en 1945 ya le habían entregado uno como mejor actor).

En ese mismo año rueda Cantando bajo la lluvia, una joya del género, quizá la mejor película musical de la historia. Después siguieron otros éxitos como la deliciosa Brigadoon.

En los años sesenta, el género musical comenzó su declive y con él el de la carrera de Gene Kelly, aunque todavía hizo cosas interesantes: un papel dramático en la película La herencia del viento (1960); participó en la película de animación Jack y las habichuelas mágicas; dirigió dos películas: Hello, Dolly (1969) con Bárbara Streisand y Louis Armstrong y El Club Social de Cheyenne (1970), con James Stewart y Henry Fonda. Luego, sólo algunos trabajos más y apariciones en la televisión. Pero ya había pasado a la historia del cine como uno de los mejores bailarines y coreógrafos. Falleció el 2 de febrero de 1996 en Beverly Hills.

En fin, os invitamos a que pinchéis en la fotografía para ver una de las mejores escenas de la historia del cine. Dan ganas de ponerse a bailar con él. Pertenece a la película Cantando bajo la lluvia.


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domingo, 22 de agosto de 2010

CUENTO SUFÍ - EL REFLEJO DE LA VIDA

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Patricia Bejarano, amiga bloguera y ex alumna de El Olivo nos mandó hace unas semanas un precioso cuento sufí que hemos decidido colgar aquí para que lo lean todos nuestros seguidores. Gracias, Patricia, te queremos.



Había una vez un anciano que se pasaba los días sentado junto al pozo que había a la entrada del pueblo. Un día un joven se le acercó y le preguntó:

-Yo nunca he venido por estos lugares... ¿Cómo son los habitantes de esta ciudad?

El anciano le respondió con otra pregunta:

-¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de la que vienes?

-Egoístas y malvados, por eso me he sentido contento de haber salido de allí.

-Así son los habitantes de esta ciudad -le dijo el anciano.

Un poco más tarde, otro joven se acercó al anciano y le preguntó:

-Acabo de llegar a este lugar. ¿Cómo son los habitantes de esta ciudad?

El anciano volvió a contestar con la misma pregunta:

-¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?

-Eran buenos, generosos, hospitalarios, honestos, trabajadores... Tenía tantos amigos y tan buenos que me ha costado mucho abandonarlos.
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-También estos habitantes de esta ciudad son así -afirmó el anciano.
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Un hombre que había llevado su rebaño a beber al pozo, y que había escuchado las conversaciones, en cuanto el joven se alejó, le dijo al anciano:
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-¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes a la misma pregunta?
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Mira -le respondió el anciano-, cada uno lleva el universo en su corazón. Quien no ha encontrado nada en su pasado tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquél que tenía amigos en su ciudad encontrará también aquí amigos leales y fieles; porque las personas son lo que encuentran en sí mismas. Encuentran siempre lo que esperan encontrar.
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Para saber un poco más: el sufismo es una corriente espiritual del islam que se centra en la búsqueda de la perfección espiritual. Esta corriente ha tenido y tiene una gran influencia en todas las facetas de la cultura islámica: literatura, arte, música, cine (baste recordar las magníficas películas del director iraní Abbas Kiarostami)...
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sábado, 21 de agosto de 2010

BANDA SONORA PARA EL VERANO / 9

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MILES DAVIS INTERPRETA SUMMERTIME

Miles Davis (1926-1991) es uno de nuestros favoritos. El gran trompetista y compositor norteamericano hace una deliciosa versión de Summertime.

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viernes, 20 de agosto de 2010

ALGO PARA LEER

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AMIN MAALOUF, PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS DE LAS LETRAS 2010


Este blog, tan pendiente siempre de estos eventos, no dio cuenta en su momento de la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras al escritor libanés Amin Maalouf. Tenemos una excusa: a primeros de junio estábamos muy atareados y, además, no nos quedaba sitio en blog.
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Ahora, que estamos disfrutando de las vacaciones, es el momento oportuno para leer, así que hemos decidido proponeros a este autor.
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Amin Maalouf nació en Beirut en 1949, aunque pasó buena parte de su infancia en Egipto. Su padre era un importante periodista libanés y su madre era católica. Vive en Francia. De esa mezcla salió este hombre que en sus obras habla de las relaciones y de la convivencia entre las diferentes culturas del Mediterráneo.
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Entre sus novelas podemos destacar: León el Africano (1986), Samarcanda (1988), Los jardines del luz (1991), La roca de los Tanios (1993), Las escalas de Levante (1996), El viaje de Baldassare (2000), Orígenes (2004).
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En su obra no narrativa cuenta con ensayos que reflexionan sobre la identidad y los etnocentrismos: Las cruzadas vistas por los árabes (1996), El desajuste del mundo (2000).
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Buscad un lugar fresco y sombreado y echad un vistazo a alguna de sus obras; a lo mejor os gusta.
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Os ofrecemos unos enlaces en los que podréis leer algunos artículos periodísticos aparecidos a raíz de la concesión de premio, por si queréis conocerlo un poquito más.
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jueves, 19 de agosto de 2010

EL CRIMEN FUE EN GRANADA

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El día 19 de agosto de 1936, antes de que amaneciera, mataron a Federico. Todo lo que rodeó su muerte es tan sabido que nada vamos a contar. Sólo queremos recordarlo con el poema que le dedicó otro gran poeta: Antonio Machado.

Queremos recordar también al maestro Dióscoro Galindo y a los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, que fueron asesinados también con el poeta.


EL CRIMEN FUE EN GRANADA: A FEDERICO GARCÍA LORCA

1. El crimen

Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.

2. El poeta y la muerte

Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»

3.

Se le vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
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Antonio Machado
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miércoles, 18 de agosto de 2010

NANA SUECA

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Esta vez sí sabemos quién canta: Alice Babs, una cantante sueca nacida en 1924 y afincada en España.

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martes, 17 de agosto de 2010

IN MEMÓRIAM - ALFONSO E. PÉREZ SÁNCHEZ

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El pasado día 14 falleció en Madrid Alfonso E. Pérez Sánchez, quizá el historiador del arte más prestigioso de este país, aunque los medios de comunicación le han dedicado muy poco espacio.

No os voy a contar mucho de su vida, de su brillante carrera estudiantil, de su magisterio, de los reconocimientos nacionales e internacionales, de sus publicaciones… Podéis encontrar toda esa información en Wikipedia. Sólo quiero expresar un pequeño homenaje lleno de admiración.

En 1983 me dio clases de Pintura Barroca y un curso monográfico sobre la naturaleza muerta. Era un profesor distante, respetado y admirado. Os voy a contar una anécdota. En la Universidad Autónoma no había timbres que avisaran de del fin de las clases, así que los delegados se encargaban indicar a los profesores que había pasado su tiempo. Un día estaba Pérez (así lo llamábamos) explicando al pintor Caravaggio, y la clase era tan interesante que cuando ya era la hora de terminar, mis compañeros me sugirieron que no lo avisara (yo era la delegada). Siguió hablando con pasión del pintor italiano hasta ocupar buena parte de la hora siguiente, mientras los alumnos lo escuchábamos fascinados y la profesora de Arte de la Baja Edad Media (Gótico, para entendernos) esperaba en la puerta cargada con su proyector de diapositivas sin atreverse a interrumpir. A veces en la enseñanza se producen esos momentos mágicos. Hubiéramos seguido escuchándolo durante horas, pero en un determinado momento miró su reloj y se dio cuenta de que había ocupado prácticamente la siguiente hora. Nos pidió disculpas a nosotros y a la profesora de Gótico y me reprendió por no haberle avisado.

Ese mismo año fue nombrado director del Museo del Prado y me invitó a su toma de posesión en representación de sus alumnos. Allí estuve, le estreché la mano, le di la enhorabuena en mi nombre y en el de mis compañeros y vi su emoción. No porque yo lo felicitara, sino porque el Prado era su pasión.
Dejó de ser nuestro profesor de Barroco antes de que acabara el curso y ahí acabó mi relación con él. A lo largo de todos estos años me lo he encontrado en algunas exposiciones y lo veía casi todos los años en la Semana Santa de Sevilla, pero nunca me atreví a saludarlo. Estaba al corriente de sus publicaciones, de los reconocimientos nacionales e internacionales que iba recibiendo, incluso de algunos avatares de su vida, porque tenemos amigos comunes. Así me enteré hace algunos años de que había sufrido varios ictus que habían minado su cuerpo y sus capacidades físicas, pero no intelectuales.

Hace aproximadamente año y medio lo vi por última vez. Fue en Semana Santa, en Sevilla, ciudad que sé que amaba. Había ido yo a ver el cuadro Santa Rufina de Velázquez, recientemente atribuido al pintor y expuesto en la Fundación Focus Abengoa del Hospital de los Venerables. Allí estaba Pérez, en una silla de ruedas, acompañado por los responsables de la Fundación. Quise dirigirme a él, saludarlo, darle las gracias por lo mucho que me había enseñado, recordarle la anécdota de la clase de Caravaggio, pero no me atreví, no quise molestar. Hoy siento no haberlo hecho, por eso no quiero quedarme con las ganas de recordarlo ahora como uno de los mejores profesores que he tenido (no son muchos).

Lola Sevila

lunes, 16 de agosto de 2010

EL PARTIDO DE LA MUERTE / II

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LA ÚLTIMA PARADA DEL PORTERO TRUSEVICH (segunda parte)



El 6 de agosto fue la fecha establecida. El estadio parecía una plaza, un circo infinito dividido en dos únicos colores. De una parte, en las mejores tribunas, destacaba el verde de los uniformes nazis. El resto era la masa oscura de los ucranianos y de su esperanza, del hambre, de la miseria más negra que en aquel momento vivía una fiesta.

El Dynamo salió entre tímidos aplausos, con Trusevich a la cabeza, y se alineó en el centro del campo. Una algarabía acogió a los otros, el gran Flakelf, el tremendo equipo. Se inició el juego y, según el guión, los alemanes corrieron, se echaron adelante, cercaron al Start como si fuera un asalto.

Desde su pequeña área, delante de la línea que señalaba el límite entre la vida y la muerte, Nikolai Trusevich asistía a la lucha. Veía llegar a los adversarios corriendo, controlaba con la mirada las grandes trayectorias que realizaba la pelota lanzada con fuerza de una parte y de la otra del campo de juego. Esta vez es una masacre, pensó mientras devolvía el balón, no podemos resistir un asedio continuo.


Ellos eran débiles, prisioneros del hambre, del trabajo forzado, de la gran tensión; mientras que los otros corrían con el ansia de los lobos. No pasó mucho tiempo, unos diez minutos, y un cabezazo del delantero centro nazi llegó como un cohete hacia su portería. Nikolai se lanzó casi volando: lentamente, como petrificado, su br
azo se levantaba, su mano pesaba más de una tonelada. Por los gritos alemanes comprendió que la pelota había entrado.

Goncharenko pasó por su lado y se agachó para recoger la pelota. No hubo necesidad de palabras. Sólo una mirada, un gesto amargo. Sólo un gran dolor. Después, con el balón en la mano, Makar se dirigió hacia el centro del campo para continuar el juego, pero con paso lento, sin descomponerse. Sentado en la base del palo, Trusevich vio esa caminata tranquila como si estuviese curioseando en un sueño: los otros jugadores, el árbitro, todo el estadio, todos se habían parado para mirar a aquel hombre que caminaba solo, lentamente, sobre el terreno de juego, con el balón en las manos, con la mirada serena de quien no se siente derrotado. Fue entonces cuando de la parte ucraniana sonó el primer tímido aplauso, seguido de otros y otros más hasta convertirse en un clamor.


Cuando continuó el juego, Trusevich comprendió que no se rendirían. El empate llegó, en efecto, poco después, y antes del final del primer tiempo Goncharenko escapó hacia la línea de fondo y colocó la pelota en el centro del campo. La esfera superó a los defensas y rodó hacia Balakhin. El ucraniano alzó los ojos hacia la portería, cruzó la mirada triste con el portero alemán, vio el enorme espacio que tenía delante y, en el silencio en el que le pareció que se había sumido el estadio, comprendió en un instante qué era la muerte. Ni siquiera tuvo tiempo de calcular y, en el fondo, frente a la portería un jugador no puede especular. Puede solamente tirar, y Balakhin tiró, golpeó aquel balón y lo colocó en medio de la red. Se pusieron delante en el marcador. No es un caso de heroísmo, no es ni siquiera valentía, pensó mientras se abrazaba con los compañeros. Queríais jugar, y yo he jugado.

Mientras tanto, en las gradas, los ucranianos habían recobrado el aliento, se notaba la alegría entre las protestas alemanas, los aullidos y los insultos vertidos sobre el campo. Alguno se puso nervioso en la tribuna, cogió incluso el fusil y comenzó a amenazar. El árbitro hizo la señal de que por el momento había suficiente.

En el descanso, el comandante Fischer, de la Gestapo, bajó a al vestuario de los ucranianos para soltarles un discurso. «Bravo, de verdad, enhorabuena», dijo con una sonrisa forzada, «queríais demostrar que sabéis jugar y lo habéis conseguido. Pero quizás sois duros de mollera, quizás no habéis comprendido. Ahora viene el segundo tiempo, cuarenta y cinco minutos para recuperarse. Procurad ir despacio. No es un consejo, es una orden», y lo dijo con su Luger en la mano.


En el segunda parte la pelota rodó como sus vidas, en un sentido que a menudo es el equivocado. El árbitro intentó favorecer por todos los medios la remonta, fue severo con los ucranianos y tolerante con los otros, pero el Start marcó igualmente dos goles, mientras que el Flakelf uno solamente. Con el 3 a 2, al público local le costaba trabajo reprimir la alegría, mientras que los nazis se desfogaban en una nube de rabia negra. La situación se convirtió en paradójica: por una parte vítores a media voz, una alegría enorme, pero contenida; por otra un bramido de gritos bestiales, palabras de ira, amenazantes disparos. En medio, el Start que danzaba, bordando un juego veloz con un arte feliz. Al cuarto gol, después de casi media hora, el árbitro pensó en el bochorno, quizá tuvo miedo de no haber sido lo bastante parcial, quizá pensó también en su suerte, y decidió que el partido ya había durado bastante.

El Start salió lentamente. Entre pocos aplausos valientes se retiró al vestuario. Ninguno hablaba, ninguno dijo ya nada. En una atmósfera irreal once hombres pasaron con la cabeza baja entre la gente que los aclamaba con los ojos y los que les escupían insultos. En los bancos de madera, entre las camisetas sudadas, Sukharev entonó un pequeño canto. Josif Kordik, mientras tanto, se encendió un cigarro mientras pensaba que ya se había cumplido todo. Cuando el General en Jefe Eberhardt lo llamó se sintió condenado.


El nazi tenía un gesto oscuro y con desprecio se dirigió a él: «Hoy os ha ido bien. Habéis tenido suerte. El Flakelf estaba cansado. Pienso también que no habéis comprendido que no estoy bromeando para nada. Ha sido, por supuesto, un azar y, por lo tanto, esta vez no cuenta. El partido se repetirá y, para que aprendáis, estáis todos arrestados. El 15 tendréis que jugar otra vez». Frente al nazi aullante, las lágrimas inundaron la cara de Kordik, y a las palabras del oficial llenas de un gran desprecio, el panadero objetó: «No es miedo, General, es por mis jugadores, es por el precio que tendrán que pagar: podéis repetir este partido mil veces más y ganaremos. Esto pasará si continuáis jugando. No os queda más solución que disparar».

Kordik mantuvo su palabra y también la mantuvo el oficial. Se les prohibió a todos mencionar la primera derrota. Ningún periódico, ninguna emisora de radio recogió la noticia de que once perros prisioneros se habían burlado de los amos. Eran once campeones y vencieron también el segundo partido. Makar Goncharenko lloró cuando marcó el gol. Esta vez la Gestapo llegó al vestuario apenas terminado el encuentro. Fueron golpeados, les dieron patadas como si fueran balones, algunos fueron arrestados y enviados al campo de concentración de Baby Yar.


Nikolai Trusevich fue arrastrado en medio de la calle, todavía con la camiseta puesta, y asesinado con un tiro en la nuca por un oficial. El hombre había sido un charcutero bávaro, gordo y jovial. En casa tenía a una anciana madre y a un hermano todavía más anciano que se había hecho cargo del negocio. Era un espíritu práctico. Trabajar y ahorrar. Siempre había puesto cuidado en aprovechar bien las cosas. Frente a aquel portero, todavía vestido de futbolista, pensó que un solo disparo podría bastar: para matar a un hombre un disparo es más que suficiente. Basta con disparar directamente en la cabeza, sin desperdiciar nada, incluso se puede añadir el desprecio y la excusa de una explicación. Por eso se puso al lado de Trusevich y le dijo al campeón: «Ahora para también este disparo, a ver si lo consigues». Era un espíritu práctico y le faltaba imaginación. Por eso nunca supo que mientras el proyectil salía de la pistola, por su derecha Trusevich lo vio llegar, veloz y derecho, y se lanzó para pararlo.


Esta narración está basada en hechos reales. El Start de Kiev fue un equipo singular, compuesto por jugadores de las dos mayores formaciones de Kiev, durante la ocupación nazi de 1942. Goncharenko, Sviridovskij, Korotkikh, Klimenko, Tyutchev, Putistin y Kuzmenko provenían del Dynamo; Balakin, Sukharev y Melnik del Lokomotiv. Su historia ha asumido con el tiempo el carácter de una leyenda conocida como “el partido de la muerte”; leyenda que tiene, por otro lado, un fundamento histórico: algunos futbolistas fueron asesinados, otros murieron en campos de concentración. El único que sobrevivió durante mucho tiempo fue Makar Goncharenko, fallecido en 2004, abanderado y testigo de aquella increíble formación. Su historia, con libres interpretaciones, ha inspirado a escritores y a directores de cine, entre ellos al húngaro Zoltan Fabri (Dos tiempos en el Infierno) y a John Huston (Evasión o victoria). En 2001 se publicó el libro Fútbol y guerra del periodista escocés Andy Dougan, quien, tras una larga investigación, relata la historia de esta formación de guerra. También el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano narra la historia en su libro Fútbol a sol y a sombra (1995).

El partido de revancha se realizó el 15 de agosto de 1942, según algunos, el 16 según otros. Por eso le hemos dedicado las dos fechas, que nos venían muy bien, además, para dividir en dos el cuento, demasiado largo para una sola entrada. Esperamos que os haya gustado. Está incluido en el libro L'angelo di Coppi de Ugo Riccarelli (Ed. Mondadori) y no está traducido.


Monumento a los jugadores del Start frente al estadio del Dynamo de Kiev
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domingo, 15 de agosto de 2010

EL PARTIDO DE LA MUERTE / I

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Os ofrecemos hoy la primera parte de un cuento del escritor italiano contemporáneo Ugo Riccarelli. Mañana tendréis la segunda parte y la razón por la que hemos traducido precisamente este cuento para vosotros. Esperamos que os guste. Trata de fútbol.


LA ÚLTIMA PARADA DEL PORTERO TRUSEVICH (primera parte)
Ugo Riccarelli

El 12 de abril de 1942, Nikolai Trusevich, desde el patio de la gran panadería de la calle Degtyarevskaya, miró el cielo de Kiev: estaba untado de un blanco tan claro que parecía una extensión de nata montada. Nevará pronto, pensó, y se apoyó contra el muro, intentando que resbalara fuera de su cuerpo el cansancio de un trabajo demasiado duro.

Volvió la mirada hacia las nubes, después cerró los párpados y se dejó acariciar por el viento helado. Sólo entonces se dio cuenta de que a media voz estaba tarareando una retahíla blasfema sobre las notas de la vieja nana con la que la señora Berberova lo dormía durante su infancia:

«Señor del mundo, señor del cielo, mándanos pronto la nieve, pero no un velo, mándanos un monte de nieve, mándanos un mar, haz que nadie pueda ya disparar, manda la nieve sobre Rusia, Egipto y Francia, manda tanta como el avión que lanza las bombas de muerte sobre nuestras casas, haz que su blancura cubra toda la tierra, que acalle los sonidos, que acalle la guerra, déjanos vivir cubiertos y frescos, distantes y lejanos de estos alemanes…».

Quería dormirse y despertarse cubierto de blanco, apretó todavía más fuerte los párpados y apoyó la cabeza en la pared de cemento, y continuó repitiendo las estrofas de aquella extraña letanía. Fue por eso por lo que no se dio cuenta enseguida de que Josif Kordik estaba a su lado y cuando oyó su voz sintió un sobresalto de sorpresa y también una ligera vergüenza, seguro que él había escuchado las palabras que se había puesto a canturrear.
«De nada sirve rezar, Nikolai» dijo Kordik, «los alemanes no se irán por cuatro copos de nieve. Incluso nos la harán quitar con las palas…».

Desde hacía muchos meses Ucrania había sido invadida por los nazis que habían tomado posesión de Kiev y la gobernaban como conquistadores. La vida normal se había parado y, como prisioneros, la primera ocupación de todos se había convertido en la supervivencia, pasar el día esperando encontrar una forma de llegar a la noche, aprendiendo a actuar sin la vida, que parecía que se hubiera alejado. También Trusevich se había tenido que adaptar. Él, el gran portero, uno de los símbolos del Dynamo de Kiev, había encontrado trabajo en la panadería, junto a muchos otros de sus compañeros futbolistas.

«Al menos nosotros no sentimos demasiada hambre» decía a quien se indignaba por una ocupación tan impropia de los gloriosos deportistas. La cabeza baja, la boca apretada, formulaba esa excusa con la vergüenza de quien sabía que otra gente era todavía más maltratada.

Aquella noche, apoyado en la pared, a la espera de la nieve, quizá por la melancólica retahíla que su amigo acababa de recitar, o quizá por el afecto de dos personas que se apreciaban mutuamente, a Josif Kordik le vino una idea de repente y se la explicó al campeón, en voz alta, casi como si fuera un canto que contrastaba con su oración triste.
«Nikolai, aquí dentro tenemos material suficiente para no abandonarnos a una vida de prisioneros y esclavos», dijo con seguridad el panadero. «No me refiero a la harina, no me refiero al pan. Me refiero a los mejores futbolistas que jamás tuvo Ucrania. Aparte de ti, están Goncharenko, Sviridovskij, Korotkikh, Klimenko, Tyutchev, Putistin y Kuzmendo, del Dynamo; Balakin, Sukharev y Melnik del Lokomotiv. En suma, piénsalo bien. Hay un equipo completo y de los mejores. Digámoselo a los otros y volvamos a jugar. Salimos fuera de esta fábrica, desafiamos a alguien. ¡Dando patadas al balón volveremos a encontrar la vida, demostraremos a la gente de Kiev que todavía no está acabada!»

Así fue como nació el Start, un equipo extraño, fusión de las dos mayores formaciones de la ciudad, en tiempo de guerra. Once futbolistas prisioneros, once verdaderas estrellas, entrenados por un improbable manager: un panadero.

El campo de entrenamiento fue el patio de la gran panadería, la de la calle Degtyarevskaya, después de turnos mortales de cansancio, bajo la mirada de los soldados alemanes. Por la noche, porque el día se ocupaba en el trabajo: limpiaban el lugar de nieve, hacían los montones que señalaban las porterías. Estaban cansados y débiles por el trabajo y por su suerte, pero el juego volvió pronto a sus piernas, y hasta los alemanes a veces mostraban signos de complacencia, y un poco de admiración.

El fútbol es una magia extraña, un lenguaje universal, es una fiesta para el cuerpo y para la mente. También en la guerra. Incluso un soldado enemigo consigue apreciar la simetría perfecta de una jugada bien compuesta. El jefe de la vigilancia alemana, un tal Krueger, un día llamó a Kordik a su despacho, cercano a la entrada. Sentado tras la mesa, sin dar la impresión de conceder ninguna confianza al prisionero, mirando hacia un punto indefinido, en la pared, le dijo al panadero que estaba firmes ante él:

«Vuestro país es triste, los días en este rincón del mundo son todos grises y sombríos, incluso cuando el verano está ya aquí. Nuestra gloriosa tropa necesita distraerse y el Mando local está buscando contrincantes para el equipo de los camioneros. He visto que habéis organizado un equipillo de fútbol. Me parecéis bastante buenos. Por lo tanto, jugaréis contra nosotros. El encuentro se ha fijado para mañana».

El 12 de julio de 1942, el Start hizo así su debut. Fue un comienzo modesto, en un pequeño campo detrás de la estación, con casi exclusivamente alemanes en las tribunas y once rudos camioneros que daban patadas al balón. Antes de entrar en el campo, Nikolai Trusevich miró al cielo. La acostumbrada pizarra gris de nubes era un velo que cubría Kiev y a su gente, incluso hasta dentro del barracón en el que se estaba desnudando. Pero bastó estar preparado, la camiseta y los pantalones de deporte, y comprendió que nada podría parar su deseo de estar vivo. Una ojeada a los compañeros, ninguna palabra, y desde el centro del campo el juego del equipo fue una sola vida. Vencieron por 4 a 1, sin esforzarse, a pesar de que los alemanes golpearon duro y de que el árbitro había fingido no ver. El premio por aquella victoria fue solamente una mirada, al día siguiente, mientras Kordik entraba a trabajar: se cruzó con los ojos de Krueger y éste lo miró fijamente durante un instante, después cambió de dirección, bajó la mirada, sin rechistar. Al ucraniano le pareció que había ganado un trofeo, y se sintió un campeón.

Dos días después fue llamado de nuevo al despacho cercano a la entrada y, como si nunca se hubiera jugado ningún otro partido, el alemán ordenó a Kordik que preparase al equipo para un encuentro con el de los ingenieros.

«Es un gran honor para vosotros que sois poco más que perros», dijo. Y añadió seco: «Estad preparados, el partido se jugará mañana».

El 17 de julio el Start afrontó su segundo compromiso, y no sintió el cansancio en un encuentro disputado apenas cinco días después de su primer partido. Ganaron 6 a 0. Hicieron pedazos a los ingenieros que, a pesar de todo, se comportaron lealmente. A la mitad del primer tiempo, Goncharenko, situado a la derecha, enganchó al vuelo la pelota y con un tiro que pasó sobre el jugador que lo marcaba, colocó la pelota en el centro del área para que su compañero metiera un gol. Y mientras éste lo abrazaba y a su alrededor los aplausos de sus compañeros subían al cielo, vio a su adversario que venía a su encuentro lentamente, en silencio, mirándolo con admiración, con la boca abierta como si quisiera hablarle. Makar olvidó al enemigo, vio a un hombre con bigote y lanzó una sonrisa hacia su adversario, pero éste se quedó inmóvil un instante, después se dio la vuelta. Al terminar el encuentro, ningún alemán les dio la mano. Goncharenko aquella noche soñó con el alemán que se paraba a mirarlo con estupor, como se mira a un marciano.

Las primeras victorias del Start hicieron efecto. En aquella ciudad doblegada por el hambre y por la muerte, las victorias de los ucranianos fueron un abrazo, un verdadero gesto de afecto hacia la gente que arrastraba su pena por la vida. Los ucranianos hablaban a menudo sobre el último partido, se sentían más fuertes y más contentos. El gran Dynamo había vuelto, bajo otro nombre, había renacido para dar problemas a los enemigos y esperanza a la gente de Kiev.

El 19 de julio se enfrentaron al MSG Wal, un equipo magiar de primer orden que jugaba un fútbol fino, el fútbol del danubiano, rico en fantasía, velocidad y tensión. Acabó igual, con el triunfo de las estrellas rusas, de los panaderos. Marcaron cinco veces, con gran soltura, y al final del partido, mientras la gente cantaba de alegría, Josif Kordik aceptó jugar una revancha una semana más tarde.

El MSG Wal hizo todo lo posible para no quedar en entredicho, para quedar bien en un encuentro con jugadores de nivel, aunque estuvieran poco entrenados, delgados y cansados por el trabajo forzado. El partido fue difícil y muy disputado. Fue Pavel Komarov quien hizo el jaque mate cuando marcó el tercer gol, después de que el MSG fuera ganando incluso por 2 a 1.

Al partido, sentado en la tribuna, asistió el General en Jefe Eberhardt. En el estadio los ucranianos estaban exultantes por la nueva victoria, gritos de júbilo y caras contentas. Aplaudían a sus jugadores, a Komarov y a Goncharenko que los habían entusiasmado, a Trusevich que había parado como un campeón. El nazi hizo un gesto de asco. «¡Es absolutamente necesario dar una lección a esta subespecie humana!», dijo.

En la reunión del Alto Estado Mayor alguien habló de aniquilarlos, de una mano dura que acabara para siempre con la cara de satisfacción de los ucranianos. Fue entonces cuando Eberhardt pidió la palabra.

«No creo que esa sea la mejor solución», dijo con una sonrisa forzada. «¿Pensáis de verdad que matando a alguno, que encarcelando a algún otro, se puede reducir la satisfacción que sienten por esas victorias? ¿Si interrumpiéramos las exhibiciones de sus jugadores, incluso si las prohibiésemos, pensáis que olvidarían los éxitos, creéis que no continuarían pensando que son fuertes e invencibles como lo han sido hasta ahora?». El silencio inundó la sala. Todos comprendieron lo que el General en Jefe quería decir. La sensación de ebriedad que regala un gol decisivo no acaba sólo porque no se pueda jugar más. Quedará el gusto de saber, el placer de contar cómo tus campeones doblegaron a todos los contrincantes, el deseo de evocar un gesto, de describir una acción. Y circulando de boca en boca, aumentada por el sentido de lo prohibido, la gesta de un simple partido de fútbol se convertirá en historia popular, épica para transmitir con historias que serán un mito.

«Es necesario encontrar otra salida», dijo Eberhardt a los oficiales, «algo que definitivamente les quite de la cabeza a estos perros la idea de que son los mejores. ¡Tienen que volver a ser nada de nada!». Esta última palabra vibró, como un golpe seco que no admitía condiciones. El nazi la dejó resonar todavía un poco más, mientras que con la espalda recta sopló con una voz diabólica su propia solución.

«Es necesaria una derrota», dijo, «por lo tanto, es necesario seguir jugando. Pero jugar con astucia, enfrentar contra esta formación, que ha demostrado ser muy buena, a nuestro mejor equipo de fútbol, y vencerlos, humillarlos, demostrarles con hechos que no pueden aspirar a ningún tipo de salvación». Entre los oficiales corrió rápidamente un susurro, una palabra que a todos les pareció obvia: Flakelf.

«Llamaremos al Flakelf, el equipo invencible de la Wehrmacht», dijo finalmente Eberhardt haciendo explícito el murmullo común. «Jugaremos el partido en el estadio del Dynamo y los venceremos. Daremos una gran publicidad a este encuentro, obligaremos a los ucranianos a constatar con sus propios ojos nuestra fuerza superior».

Desde el día siguiente, en efecto, los periódicos y la radio anunciaron la llegada del imbatible equipo alemán. En los muros de Kiev aparecieron millares de carteles que exaltaban el gran encuentro de fútbol entre el Flokelf, equipo de las Fuerzas Armadas alemanas, y el Start, formación local.

Josif Kordik reunió a sus hombres en la fábrica de pan. Los rostros estaban tensos y oscuros, en el aire serpenteaba un pésimo humor.

«Amigos míos», comenzó el entrenador, «no os oculto que este asunto huele a muerte. En el sentido de que, lo mire por donde lo mire, no le veo nada bueno. Quiero ser claro. Éstas son nuestras opciones: ser derrotados y, por lo tanto, seguir siendo esclavos, o vencer e ir al encuentro de nuestro final. Por lo que conozco de los nazis, en efecto, no creo que acepten la derrota sin reaccionar. Es una prueba de fuerza, y ellos quieren demostrar que son los más fuertes. Vencer significa morir».

En el espacio angosto del patio, en la oscuridad de la noche, el discurso de Kordik resonó espectral. Una trampa gigante, un juego mortal en el que los había arrojado su propia bravura.
«Yo os pido escusas a todos», continuó Kordik con voz quebrada, «os pido perdón por haber tenido la idea de involucraros a todos en esto, obligándoos así a una elección que en realidad no se puede hacer. Pensaba en la liberación, pensaba en cómo sabéis jugar, pensaba en el balón, y en vez de todo eso os he metido en un juego de locos. En vez de eso, os estoy mandando al matadero».

El grupo de hombres se mantuvo sentado, cada uno escuchó en silencio sus palabras. Sólo Trusevich hizo sonar su voz. Bajo el claro de luna, en aquel hielo feroz de un mañana que parecía perdido, el portero habló:

«Yo no me siento vencido. No es justo pensar que nosotros somos los culpables. Es el que nos oprime quien nos obliga a morir. Yo no elijo, querido Josif, no puedo hacer otra cosa. Soy un portero y solamente puedo parar balones. ¿Alguno de vosotros iría al campo con la intención de fallar el pase?»

No hubo discusión. No hizo falta valor para comprender cómo se comportarían.
Aquella noche, el portero soñó que jugaba un extraño partido en un campo en cuesta. Los balones lanzados por sus propios compañeros volvían a caer hacia atrás, se le abalanzaban y él se mataba por poderlos atrapar. Sin embargo, al final del juego había conseguido parar cada una de las pelotas que le habían llegado. Estaba cansado, extenuado, con la camiseta empapada de un sudor que se parecía a la sangre. Frente a la portería estaba ahora la Muerte, elegante, gentil, vestida de oscuro.

«Tengo que lanzar por última vez», le dijo con calma mientras colocaba el balón. «Me gusta actuar, cómo diría…, con cierto… rigor». Y riendo le dio una patada a la pelota. Nikolai se tiró para intentar pararla. Fue sacudido por una avalancha de golpes, una granizada de impactos de metralla. Se despertó de repente, el aire era casi caliente, la frente sudada, entre las manos apretaba su almohada de paja.

(Continuará mañana)

sábado, 14 de agosto de 2010

BANDA SONORA PARA EL VERANO / 8

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JANIS JOPLIN CANTA SUMMERTIME

Janis Joplin (1943-1970) fue una cantante muy personal y psicodélica, como psicodélico es este vídeo que la recuerda cantando precisamente nuestro tema del verano. Aunque ha sido y es una de las grandes del rock and roll, se atrevía con todo.



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viernes, 13 de agosto de 2010

PRODIGIOS DE LA NATURALEZA Y EL ARTE

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Vale, puede que sea un bichito asqueroso, pero no nos negaréis que es fascinante ver cómo teje su tela. Quizá por eso, este animalucho tiene un valor simbólico en muchas culturas. En la India se la llama "la tejedora de las ilusiones", que son tan frágiles como su tela.

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En la cultura grecorromana, Ovidio (43 a. C-17 d. C) nos cuenta la curiosa historia de su origen. Aracne era una joven famosa en Hipepa (Lidia, antiguo reino situado en la península de Anatolia) por su gran habiliadad para tejer y bordar. Pero la chica no era muy modesta, así que se jactó de tejer mejor que la diosa Minerva (la Atenea romana). La diosa se sintió ofendida y la retó. Ambas tenían que realizar un tapiz para ver quién lo hacía mejor. El de la joven mortal fue superior al de la diosa y, además, se atrevió a representar en él escenas de los amores de los dioses; es decir, representó a los dioses en sus acciones menos "divinas". ¡Eso era demasiado! Minerva se sintió ofendidísima, además de cabreada por verse superada por una mortal. Lo arregló convirtiendo a la atrevida en araña y condenándola a tejer siempre. Con los dioses no se juega. Esta historia no es más que una advertencia contra el pecado que los griegos llamaban hybris y que nosotros llamamos soberbia.

El tema ha sido representado muchas veces en el arte. Aquí os mostramos la que hizo Velázquez (1599-1660), donde representa un taller de hilandares y, al fondo, a Minerva y Aracne, quien ha representado en un tapiz el rapto de Europa.

jueves, 12 de agosto de 2010

DESTINOS CLANDESTINOS

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Es época de viajes, de vacaciones, pero lo que os ofrecemos es algo diferente. No se trata de un viaje de placer, sino de supervivencia. Pincha en la fotografía para el ver el documental.
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miércoles, 11 de agosto de 2010

50 AÑOS DE PSICOSIS

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Hace 50 años que se estrenó la película de Hitchcock Psicosis. Está considerada una de las mejores películas de este director británico, que es tanto como decir de la historia del cine. Es muy posible que los más jóvenes no la hayáis visto nunca, pero para los cinéfilos y los que ya tienen una edad, es una auténtica joyita. Para algunos la ducha dejó de ser un hábito higiénico y placentero para convertirse en un momento inquietante; todo por esa famosa escena que os ofrecemos a continuación.

Es una de las veinticinco escenas más famosas de la historia del cine y es una verdadera filigrana técnica. Dura poco más de tres minutos e incluye cincuenta planos, casi todos muy cortos, que se suceden de forma muy rápida, de manera que se crea una sensación de mayor violencia. Es una obra maestra del montaje cinematográfico. La tensión de la secuencia se ve intensificada por el sonido chirriante de los instrumentos de cuerda: es la música compuesta por Bernard Herrmann. Luego están los inquietantes primeros planos de Hitchcock: el desagüe por donde se va el agua mezclada con la sangre (por cierto, era chocolate); la mano, que intenta agarrarse a la vida; el periódico sobre la mesilla; el ojo abierto...

Es probable que los espectadores de hoy, tan acostumbrados a la casquería fina y a los colorines (y dentro de poco al 3D) no sean capaces de apreciar esta obra maestra; pero no, es imposible, los que no sepan apreciarla es que no les gusta el cine.

Bueno, creo que lo mejor es que busquéis la película y aprovechéis para verla en cualquiera de esos ratos libres que nos deja el verano.


La casa y el "Motel Bates", donde se desarrolla la película, todavía están en pie y son una de las atracciones turísticas de los Estudios Universal en California.
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martes, 10 de agosto de 2010

NANA JUDÍA

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¿Qué tal una nana judía para hoy? Bien, ¿verdad? Un poquito de relax folclórico nunca viene mal.

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lunes, 9 de agosto de 2010

OJITO CON INTERNET

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Bueno chichos (y grandes), ahora que tenéis mucho tiempo libre seguro que os colgáis de Internet, y queremos recordaros que la maravillosa red de redes puede convertirse en un infierno si no la usáis con inteligencia.

Este episodio de una serie de animación os alerta de algunos de los peligros de Internet.



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Recordad que Internet puede ser una maravillosa fuente de conocimiento, aprendizaje y entretenimiento. Allí está todo, lo bueno y lo malo. Tenéis que aprender a usarla con cabeza para que no os traiga de cabeza.

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domingo, 8 de agosto de 2010

LIBÉLULAS

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Las libélulas son insectos anisópteros (del griego anisos "desigual" y pteros "alas). Viven en las cercanías de lagos, charcas, ríos..., ya que sus larvas son acuáticas. Pero la libélula es mucho más: su cuerpo frágil, sus alas sutiles y su vuelo rápido la han convertido en materia artística. Aquí tenéis el ejemplo.

En primer lugar, os ofrecemos un fragmento de la obra de Gerald Durrell (1925-1995) Animales en general, en el que describe la metamorfosis de una libélula.

"Recuerdo una vez, en Grecia, cuando yo era muy joven, estaba sentado a la orilla de un riachuelo que discurría perezosamente. De pronto, salió del agua un insecto que parecía recién llegado del espacio ultraterrestre. Se abrió camino laboriosamente por el tallo de un junco. Tenía unos grandes ojos bulbosos, un cuerpo arunculado apoyado en patas como de araña y, en el pecho, un artilugio curioso, cuidadosamente plegado, que parecía algo así como una escafandra marciana. El insecto siguió avanzando cuidadosamente por el tallo mientras el sol caliente le iba secando el agua de su feo cuerpo. Después se detuvo y pareció caer en trance. Su aspecto repulsivo me fascinó y al mismo tiempo me interesó, porque en aquel entonces mi interés por la historia natural sólo era comparable a mi ignorancia, y no lo reconocí como lo que era. De pronto advertí que el animalillo, ya totalmente seco por el sol y tostado como una avellana, se había agrietado por la espalda y, mientras yo miraba, parecía como si un animal que llevara dentro estuviera tratando de salir. Al ir pasando los minutos el combate se fue acentuando y la grieta fue ensanchándose hasta que el animal de dentro salió de su fea piel, se agarró débilmente al tallo del junco, y vi que era una libélula. Tenía las alas todavía mojadas y arrugadas por el extraño nacimiento, y el cuerpo blando, pero, mentras yo observaba, el sol fue haciendo su labor y las alas, ya secas, se volvieron rígidas y frágiles como copos de nieve y adquirieron un dibujo tan intrincado como ventanas de catedral. También el cuerpo se le fue poniendo rígido, y su color cambió a un azul cielo brillante. La libélula agitó las alas un par de veces, haciendo que brillaran al sol, y después se lanzó a un vuelo inseguro, dejando atrás todavía aferrado al tallo, el desagradable cascarón de su antiguo yo".

Ahora os toca verlo en directo:

Esa maravilla que es la libélula se convirtió en una de las representaciones favoritas del Modernismo, movimiento que afectó a todas las manifestaciones artísticas entre finales del siglo XIX y principios del XX. Aquí tenéis el precioso broche-libélula que diseñó el genial joyero francés René Lalique (1860-1945).


Para finalizar, aquí tenéis un fragmento del poema "Sonatina" de Rubén Darío (1867-1916), el gran poeta del Modernismo, donde aparece la libélula:


El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

LIBÉLULA: QUÉ HERMOSA CONJUNCIÓN DE CIENCIA, ARTE Y LITERATURA.

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