jueves, 5 de noviembre de 2009

NUESTROS ESCRITORES

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Cada vez tenemos más aportaciones de los alumnos. Esto nos enorgullece, pero nos enorgullece todavía más lo bien que lo hacen. Aquí tenéis el cuento de una joven narradora.
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REMORDIMIENTOS

En la noche del 14 de febrero la luna llena bañaba con rayos de plata las calles de la pequeña ciudad de Sanyei. El viento azotaba los tejados con fuerza. Meen-Lee andaba alicaída y triste por las calles. Era una muchacha de 19 años, alta, de pelo corto color paja. Sus ojos dorados le iluminaban la cara. Vestía unos pantalones negros ajustados, un jersey rojo largo de cuello vuelto, unas playeras rojas y una chaqueta de cuero negra para progerse del viento.

Al doblar la calle se encontró con una numerosa manada de lobos que enseñaban sus dientes con fiereza. Meen-Lee estaba aterrada y era incapaz de gritar, por lo que echó a correr. Mal hecho. Los lobos la perseguían por las calles de Sanyei. La muchacha intentaba llegar a su casa. Al llegar, la encontró cerrada. Los lobos aparecieron por una esquina de la calle, y un muro agotaba las posibilidades de escape.

Las fieras se acercaron a ella oliendo su miedo. Satisfechos por haber conseguido alcanzarla, la rodearon. Entonces la manda se dividió en dos y un joven entró entre los lobos. El círculo se cerró tras él. Meen-Lee reconoció al muchacho: era Miaking.

Miaking era un chico alto, con el pelo negro que le caía en la frente con gracia. Los ojos, grises como el acero, eran fríos, calculadores, astutos y hermosamente bellos. El muchacho no habló, pero Meen-Lee sabía lo que quería. Quería matarla.

El joven abrió la bolsa y sacó un pequeño frasco que contenía uno de los venenos más mortíferos del mundo. Miaking vertió parte de él en otro frasquito, lo cerró y lo tiró al otro lado de la calle. Ante la mirada de la joven, se bebío lo que quedaba de veneno y cayó muerto. Meen-Lee no entendía nada.

Los lobos empezaron a rondar el cadáver. Entonces Meen-Lee comprendió. Miaking quería que sufriera, que viera cómo los lobos lo devoraban y despedazaban allí mismo. Ella tendría que verlo, y cuando terminaran, los lobos irían a por ella. Lo único que podía hacer era correr e intentar alcanzar el frasco de veneno que Meen-Lee había lanzado al otro lado de la calle. Así podría procurarse una muerte sin sufrimiento. Todos esos pensamientos corrían por la cabeza de Meen-Lee mientras los lobos devoraban al muchacho. De repente, uno de ellos saltó sobre la garganta de Meen-Lee y ...

Un golpe sordo despertó a Meen-Lee de su pesadilla. La ventana se había abierto. Se levantó y la cerró. Helada y horrorizada como estaba, intentaba tranquilizarse. Bañada en sudor frío, fue a buscar a Miaking, su hermano mayor, al que solía fastidiar siempre que podía. El muchacho dormía plácidamente, ajeno a los sueños de su hermana.

Meen-Lee volvió a su cuarto y se metió en la cama. Como no podía dormir, estuvo pensando en el por qué de sus actos contra Miaking. Admiración. Luego volvió a dormirse. Esta vez, tuvo un lindo sueño del que no recuerda nada.

Isabel Extremera Sánchez, 2º A
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