sábado, 18 de julio de 2009

TU OPINIÓN CUENTA

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Desde alguna playa del mundo mundial, un colaborador, que asegura formar parte de El Olivo y que firma con el pseudónimo Clavijo, nos manda esta reflexión sobre un tema de actualidad. Le agradecemos a nuestro anónimo pensador su aportación veraniega.


MATERNIDAD SENIL
El pasado 11 de julio falleció Carmen Bousada, quien había dado a luz en 2006 a dos mellizos a los 67 años. Era la mujer que había conseguido ser madre a mayor edad. Los medios de comunicación han recordado ese extraño record contándonos su historia e insistiendo en que no se puede traer hijos al mundo sabiendo que, más temprano que tarde, se les va a dejar huérfanos.
Suelo sentir alegría ante la felicidad de los demás, porque es un ejercicio muy sano; pero ante las imágenes de esa mujer mayor y feliz con sus dos bebés no la he sentido. También siento admiración por las personas luchadoras, y no hay duda de que Carmen Bousada lo fue: vendió sus propiedades para someterse al tratamiento de fertilidad y puso en riesgo su vida en un embarazo duro y peligroso; sin embargo, tampoco nace en mí la admiración. Lo que he sentido es cierta desazón ética que he tratado de analizar durante mi paseo playero matutino (¡ay, ese vicio de pensar…!).
En primer lugar, considero que hoy en día la maternidad no es el único fin de la mujer, sino una más de las opciones que puede elegir libremente y compaginar o no con otras. Conozco a bastantes mujeres que no han sido ni son madres por propia decisión o porque diversas circunstancias así lo han querido, y, sin embargo, son y se consideran personas plenas. Creo, pues, que está muy lejos el tiempo de las yermas lorquianas, al menos en los países desarrollados y, por lo tanto, no comparto ese afán por la maternidad que va más allá de lo razonable.
Después está ese argumento al que los medios de comunicación han recurrido tan machaconamente: los hijos nacidos en esas circunstancias tienen muchas probabilidades de llegar a la orfandad antes de alcanzar la edad adulta, como ha ocurrido en este caso. Todos sabemos que la muerte está agazapada en cualquier rincón de la vida, y todos conocemos dolorosos casos en los que el fallecimiento de padres jóvenes ha dejado hijos huérfanos. Aun así, es lógico pensar que las probabilidades aumentan con la edad. A pesar de todo, Carmen Bousada llegó a soñar con que podía alcanzar la longevidad de su propia madre, que falleció a los 101 años, lo que le hubiera permitido conocer incluso a sus nietos. ¡Qué quimera! A medida que envejecemos, la vida se va convirtiendo en algo cada vez más frágil y no admite planes a muy largo plazo.
Pero lo que quizá me produce un mayor rechazo es lo anti-natural de esa maternidad. Forzar a un cuerpo a que retroceda dieciocho años, despertar con la química órganos que ya han olvidado su función…, me parece una agresión contra el propio cuerpo y contra la razón. Sí, es aquí donde radica mi rechazo, aunque también creo que todo esto no es más que el resultado lógico de una sociedad que venera la juventud, sus formas y sus actitudes por encima de toda racionalidad. De qué nos extrañamos, si estamos viendo a diario a hombres y mujeres que, con toda “naturalidad”, se niegan a envejecer y que recurren a artilugios varios para parecer eternamente jóvenes (implantes capilares, prótesis de silicona, bótox, viagras…). Y lo peor no es ese aspecto físico que, por parecer joven, termina recordando a la estatuaria egipcia; lo peor es cuando se abandona la serenidad y la sabiduría que se suponen fruto de la experiencia y de la edad, para ejercer una estulticia juvenil que, cuando no es fruto de la inexperiencia de los pocos años, resulta realmente patética.
Envejecemos –es lo natural- nos acercamos cada día al final de la vida, perdemos vigor y nos volvemos infértiles, pero dichoso aquel que llega con la fuerza de la sabiduría y el fruto de la experiencia.
Vuelvo a casa después de mi paseo; me tomo mi segundo café de la mañana mientras ojeo de nuevo el periódico. Carmen Bousada sigue ahí, sonriendo con sus bebés. Es una mujer mayor, con muchas arrugas, pero sus ojos son muy vivos y están iluminados por una inmensa felicidad. Ejerció su libertad personal en busca de esa felicidad, pero lo hizo en contra de la sensatez. Lo mejor es que vuelva a la playa y me dé un baño: empieza a abrumarme la pena.
Clavijo


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