domingo, 22 de febrero de 2009

EN RECUERDO DEL POETA ANTONIO MACHADO

Tal día como hoy, en 1939, moría en Colliure (Francia) Antonio Machado. Todas las muertes son tristes, pero la suya siempre me ha sobrecogido. Aquí os dejo este breve relato de su "último viaje".

En abril de 1938, Machado se traslada de Valencia a Barcelona. La guerra está ya prácticamente perdida. El poeta tiene 64 años y sufre una lesión de corazón y asma. A las dolencias físicas se une la tristeza por la derrota, por el fin de un sueño al que se mantuvo fiel hasta el final.
Cuando llega el invierno, la situación es insostenible: las inclemencias del tiempo, los continuos bombardeos…

El 22 de enero de 1939, a las once de la noche, Antonio Machado abandona la casa en la que se alojaba en Barcelona, junto con su madre, doña Ana, su hermano Pepe y la mujer de éste. Van en un coche de Sanidad camino de la frontera. Los Machado no están solos, los acompañan los bombardeos, el frío, la lluvia, la tristeza y miles y miles de personas que huyen. Con ellos van también otros intelectuales: el astrónomo Pedro Carrasco, el psiquiatra Emilio Mira López, el presidente del Instituto Catalán de Literatura, el naturalista Enrique Rioja, el geólogo J. Royo y Gómez, el rector de la Universidad de Barcelona, el poeta Carles Riba, el filólogo Navarro Tomás, el escritor Corpus Barga… y el doctor Puche, médico de Machado y director general de Sanidad.



Antonio Machado descansando en Raset
(Gerona) camino de la frontera francesa

Caravana de españoles huyendo camino de
Francia

La tarde del día 27 llegan a la frontera, cerrada desde hacía varios meses. La presión de varios escritores e intelectuales franceses y del Partido Socialista de ese país consiguió que se abriera a las once del día siguiente. Antonio Machado y los suyos abandonan la ambulancia que los transportaba y dejan allí casi todo su equipaje y el maletín con los escritos del poeta. El frío era intenso y llovía a cántaros, según cuenta Joaquín Xirau, rector de la Universidad de Barcelona: “La madre de don Antonio, de ochenta y cinco años, con el pelo empapado, era una belleza trágica. Entramos en Francia sin dinero ni ningún documento. Nos dieron pan blanco y queso”.

Tras varias peripecias, pueden coger un tren para Collioure. Corpus Barga consigue dos habitaciones en el Hotel Bougnol Quintana. Llegan con lo puesto. Ya casi no salió del hotel, y allí recibió el cariño y la admiración del alcalde de la ciudad, del jefe de la estación, de la dueña del hotel…



Una Calle de Colliure en enero de 1939


El Hotel Bugnol-Quintana


El 15 de febrero su salud empeoró, y el día 22, a las tres y media de la tarde, miércoles de ceniza, falleció.

El día 23 fue enterrado en el cementerio de Collioure. Seis milicianos andaluces de la brigada Líster llevaron a hombros el féretro envuelto en la bandera republicana. Llovía.

Camino del cementerio de Colliure

Entierro del poeta

Tres días después murió su madre.

Tumba de Antonio Machado y su madre, Ana Ruíz.

La última foto del poeta

Lola Sevila

Qué mejor homenaje que esta pequeña autobiografía en verso:

RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido

—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,

mas recibí la flecha que me asignó Cupido,

y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética,

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo

—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;

mi soliloquio es plática con ese buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

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