jueves, 12 de febrero de 2009

EN RECUERDO DE JULIO CORTÁZAR


Tal día como hoy, en 1984, moría en París Julio Cortázar (nacido en 1914), uno de los grandes renovadores de la narrativa hispanoamericana. Fue un argentino inquieto que nació en Bruselas (Bélgica) y vivió en Argentina y París, desde donde pudo mirar, pensar y analizar su América con la suficiente distancia, lo que le permitió incorporarla a su obra despojándola del nacionalismo estrecho y dándole una proyección universal.

Su obra va a participar de la libertad imaginativa de las Vanguardias, ese conjunto de movimientos que rompieron completamente con el realismo. De todos los movimientos vanguardistas, se acercó especialmente al Surrealismo, y a este componente unió las influencias de los autores que admiraba, tanto americanos (Asturias, Carpentier, Borges, Arlt…) como europeos (Joyce, Jarry, Kafka, Virginia Wolf, Camus…). Todos esos elementos, manipulados en el laboratorio que es la creación literaria, dan origen a esa prosa que nos narra lo fantástico, lo insólito, de forma tan minuciosa y objetiva que se convierte en verosímil.

Destacó, sobre todo, en la creación de cuentos y relatos cortos, como El perseguidor, auténtica obra maestra del género. Su novela más conocida es Rayuela, donde va a utilizar todo tipo de innovaciones técnicas y audacias formales. Se trata de una novela que puede ser leída de manera convencional o salteando capítulos; es decir, accediendo a la historia de forma fragmentada, de manera que el lector ha de componer la ficción como si se tratara de un rompecabezas, convirtiéndose así en un lector activo (él lo llamaba “lector macho” y lo oponía al “lector hembra”, que era pasivo, con una terminología que hoy hubiera levantado ampollas).

A su vanguardismo estético unió también su compromiso social: sobre todo en sus obras de los años setenta (El libro de Manuel, Octaedro, Alguien que anda por ahí…) podemos encontrar durísimos alegatos contra la tortura en América Latina.

Para recordarlo hoy, nada mejor que este fragmente de Rayuela en el que describe un beso (algo muy apropiado para nuestra “semana amorosa”).


“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.

Bonito, ¿no?
(El texto ha sido proporcionado por Alberto Recio)

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