martes, 14 de abril de 2009

CUENTO

VIDA FAMILIAR


Nuestros hijos, Nicolás y Paula, salen del colegio a las 16:30. Cinco minutos antes, ya estamos todos los padres esperando a la puerta. Cuando suena el timbre, entramos en el patio y mientras Ana recoge a Paula, soy yo quien se queda fuera, a la puerta del edificio, con los dos bebés, Julia y Marco, de apenas meses. Cuando salen, soy yo el que entra a recoger a Nicolás, y ellas se quedan con los dos chiquitines. A cada uno de nosotros nos encanta ejercer nuestra labor paternal.

Una vez reunidos los seis, nos dirigimos al parque, donde sentado en un banco nos espera el señor Moisés, un jubilado al que hemos conocido allí. Aunque no es nuestro padre, existe entre él y nosotros una simbiosis: él acerca a los niños al abuelo que la geografía ha ubicado en un lugar lejano y nosotros aliviamos su soledad. Así, entre los tres adultos conseguimos, con bastante esfuerzo, que los pequeños acaben todos los bocadillos, fruta y zumos que Ana y yo hemos preparado.

Después, con el estómago lleno, los siete vamos al parque infantil, lo que la mayoría de la gente conoce con el nombre de columpios, y rellenamos un poco más el espacio. Ana y el “abuelo” Moisés, se quedan con el cubo, la pala y la arena, ahora un poco menos visible, y con Marco y Paula (los bebés) cuidando de que no se les indigeste una segunda merienda a base de piedra y tierra. Yo suelo jugar con los mayores, Paula y Nico (me gusta más llamar así a mi hijo), a cuidar de que no se lastimen ni pongan en peligro a otros niños.

Dos horas después, en torno a las 19:00 de la tarde, abandonamos el parque y cada uno de nosotros regresa a su hogar: Moisés a la residencia que está frente a mi casa; Paula, Marco y su madre Ana a su casa, donde les espera Fernando, buen padre y mejor esposo; y Nico, Julia y yo a la estación de tren donde esperamos a Irene, mi mujer. Cuando todos estamos en nuestros respectivos hogares comienza nuestra verdadera vida familiar. Cada noche, al acostarnos, Ana y yo somos conscientes de nuestro adulterio, lo que no tenemos claro es a quién somos infieles.

Juan Carlos Arroyo



1 comentario:

Anónimo dijo...

Juan Carlos, me ha encantado tu cuento. Supongo que habrá un tercero. Lo esperamos.