miércoles, 25 de marzo de 2009

AÑO INTERNACIONAL DE LA ASTRONOMÍA/2


Aquel frío y desolador océano carente de Poesía pertenece a otro mundo, muy lejano y distinto a nuestra Tierra. Se trataba de la superficie de JÚPITER, el gigante de nuestro sistema solar. He aquí una foto donde puedes comparar su tamaño con el de la Tierra.



Es enorme, sí, pero no hay nada sólido en él. La Tierra podría atravesarlo sin chocar con nada, porque Júpiter es sobre todo una gran masa de gas de hidrógeno. Como el sol. ¡Sí, el SOL! También el sol es una gigantesca bola de hidrógeno. Entonces, ¿en qué se diferencian? En el tamaño solamente, pero esta diferencia es crucial. Si Júpiter hubiera sido un poco más grande, la fuerza de la gravedad habría sido capaz de fusionar los átomos de hidrógeno entre sí, desencadenando la reacción de fusión nuclear que caracteriza a las estrellas y las convierte en ingentes bolas de fuego. Por tanto, Júpiter es una estrella fracasada, quiso ser estrella pero no pudo ser, y así quedó: una bola de hidrógeno a punto de arder y brillar en nuestro cielo azul junto con el sol. Hasta aquí el drama, la tragedia, la Poesía.

En las entrañas del planeta, sin embargo, todo es inhumano, nada poético. La enorme presión de decenas de miles de kilómetros de atmósfera hace que, en el centro de Júpiter, el gas de hidrógeno se convierta en líquido, formando un vasto océano de lentos movimientos a unos 100 grados bajo cero. Y sin luz solar, porque el sol está demasiado lejos y, además, su escaso resplandor apenas podría atravesar las densas nubes de Júpiter. Esto es lo que nos esperaría si osáramos bajar a navegar por la superficie interior del planeta gigante: frío glacial, tinieblas, lentitud, sonidos desconocidos e insoportables, sin primaveras, ni días, ni noches.

En la superficie exterior de Júpiter, que es la que se ve en la foto, podemos observar abajo la Gran Mancha Roja. Se trata de una terrible tormenta que existe desde hace varios siglos, tan grande que podría tragarse la Tierra entera.

Ahora nos vamos a trasladar a un lugar completamente opuesto: sólido y diminuto, sin atmósfera, sin sonido. Nos situamos en el lugar de la foto que aparece a continuación y esperamos el momento justo antes del amanecer. No podemos quedarnos más porque el resplandor mortal del sol nos abrasaría en el acto. ¿Dónde estamos ahora?




Alberto Recio





.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Toda la razon, y si este llegara a atraer mas objetos que lo orbiten estos podrian (en conjunto con los objetos que ya se encuentran orbitandolo) desencadenar una reaccion (gravitatoria) en el laneta que permitiria que este llege al punto de convertirce en una estrella mas.