lunes, 6 de junio de 2011

NUESTROS ESCRITORES


LO QUE SUCEDIÓ A UN PRÍNCIPE CON SU REFLEJO
(Cuento a la manera de don Juan Manuel)

Otra vez, hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y díjole así:

-Patronio, un hombre vino a mí y me dijo que para ser un noble envidiado, tendría que ser todo mi mundo de apariencias. Díjome que debería elegir a una bella dama, un enorme castillo, y rodearme sólo de nobles con gran riqueza. Estoy muy confuso, pues siempre he querido ser un gran noble, pero dudo que esa sea la forma correcta.

-Señor conde- dijo Patronio- me placería contarle una historia para que entienda qué es lo más correcto. Agudice bien los oídos y estuche.

El conde esperó con atención a que Patronio le revelase la historia.

-Señor conde Lucanor- dijo Patronio- Había un lugar muy remoto, en el cuál no existían los espejos. Las personas del pueblo sólo podían saber cómo eran ellas físicamente por lo que les decían las otras. Entre estas gentes destacaba un príncipe. Él nunca quiso saber cómo era exteriormente. Sólo le importaba lo que él pensase de sí mismo. Me explico, creía saber cómo era su físico por el tono de su voz, la suavidad de sus manos, su gracilidad al andar… Pero, sobre todo, creía ser una bellísima persona por cómo trataba a los demás. Un buen día, llegó un mercader al castillo. Traía un gran objeto recubierto con una tela oscura. A simple vista se podía pensar que era una armadura, pues tenía el tamaño de un caballero. El príncipe, muerto de curiosidad, quiso saber qué era lo que se ocultaba bajo aquella sucia tela. El mercader, muy astuto, le explicó que sólo quitaría la tela si el príncipe le compraba el objeto. El príncipe no se paró a pensar y aceptó. Cuando el mercader retiró la manta el príncipe observó un hombre jorobado, con el pelo largo y oscuro, con un ojo gris y el otro rojo, y con una nariz enorme. Entonces empezó a gritar y a decir que se llevaron a aquel monstruo enseguida. El mercader le dijo que aquel monstruo era él, el príncipe, ya que el objeto no era más que un espejo y aquel monstruo era su reflejo.

El príncipe no podía entender cómo siendo tan espléndido por dentro, pudiese ser tan horrible por fuera. Pero se dio cuenta de que en todos esos años de su vida, nadie del pueblo le había criticado su labor de príncipe o su trato con los demás y nadie, nunca, le había puesto mala cara, ya que él nunca había despreciado a nadie.

Vos señor conde, deberías labraros una buena reputación por vuestros actos, comportamientos y relaciones con los demás, y no por las cosas que podáis poseer, o la belleza de estas.

Al conde le agradó mucho esto que le contó Patronio, actuó de acuerdo con su consejo y, así, le fue muy bien.

A don Juan le encantó este cuento, por tanto lo hizo escribir en este libro y compuso estos versos:

No necesitas un espejo
Para saber cómo es tu reflejo.

Raquel del Saz, 1º de bachillerato

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