domingo, 8 de enero de 2012

LA CALUMNIA (THE CHILDREN HOUR)

Lillian Hellmann, William Wyler, Audrey Hepburn, Shirley Maclaine.
Cuatro nombres que han dado vida a una historia. Una escritora comunista y neoyorquina, un director de cine artesano, dos grandes actrices. Y la música de Alex North.
Es Hollywood en estado puro, porque también el buen Hollywood es capaz de emocionarnos.
Hace 50 años se estrenó esta película, el mismo año -año dorado- que West Side Story, Desayuno con diamantes, la Dolce Vita, el Buscavidas...
No es tan conocida como éstas, pero a mí me emociona mucho más, me llega más adentro, en un lugar tan íntimo del corazón que no soy capaz de comprenderlo...
Hace unos años en un cuento escribí un "happy end" para estos dos personajes. ¡Tanto deseaba que pudieran tenerlo! Soy fiel a mis recuerdos...




¿El punto de partida? Una obra de teatro estrenada en los años treinta en Nueva York basada en un hecho real de principios del siglo XIX. Una mentira, una injusticia que afecta a dos vidas, una historia de amor y amistad, un acto final de libertad y dignidad.
Aún tengo en el estómago el dolor y la tristeza de "La Calumnia" y su carga política.
¿Por qué cada vez que la veo, estos dos personajes me parecen tan cercanos, mientras me son tan lejanos personas a las que veo todos los días?

Te hiere en lo más profundo la sincera e inútil -al no poder ser correspondida- declaración de amor de Martha (Shirley Maclaine) a Karen (Audrey Hepburn)...





Se te clava en la memoria la tristeza de Martha (Shirley Maclaine) -con qué sencillez y ternura lo hace William Wyler- mientras Martha contempla desde una ventana -desde el minuto 4- por última vez, alejándose, a Karen (Audrey Hepburn), a la mujer a la que ama, con lágrimas en los ojos corre la cortinilla... ¡Cuánto nos dice un rostro y una gran actriz sin pronunciar ni una sola palabra de su desesperación, de su amor por Karen y por la vida...!





No olvido la hipocresía de una clase social privilegiada que desprecia a dos maestras y cree más a una niña rica y malcriada -no es baladí esto en Lillian Hellmann- que a dos trabajadoras honradas.
No olvido el orgullo y la dignidad, la esperanza y la entereza que el rostro, el primer plano final de Karen nos grita a la cara.





Necesitamos muchas palabras; a veces necesitamos demasiadas... para decir lo mismo que un rostro. Un rostro, éste, que nos dice sin palabras: "¡Gracias a ti, Martha, estoy viva y soy libre!"

Santiago Martín Solera

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