martes, 1 de noviembre de 2011

POESÍA PARA NOVIEMBRE

Ningún poema le viene mejor a este día que la rima LXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Nos ponemos tristes, sombríos y meditabundos.

Rima LXXIII

Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos;
taparon su cara

con un blanco lienzo;
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba

todos se salieron.

La luz, que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba

la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día

y a su albor primero,
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste

de vida y misterios,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!


De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.

Allí rodearon
sus pálidos restos

de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las Ánimas

el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos;
cruzó la ancha nave,

las puertas gimieron
y el santo recinto

quedóse desierto.

De un reloj se oía

compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.

Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba....
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!


De la alta campana
la lengua de hierro,

le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,

amigos y deudos
cruzaron en fila,
formando cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta

el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro,
el sepulturero
cantando entre dientes
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto;

perdido en las sombras,
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!


En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,

de la pobre niña
a veces me acuerdo.


Allí cae la lluvia
con un son eterno,
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío

se hielan sus huesos!...

¿Vuelve el polvo al polvo?

¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo

que explicar no puedo,
algo que repugna,
aunque es fuerza hacerlo,
a dejar tan tristes,
tan solos, los muertos!


Gustavo Adolfo Bécquer



Las imágenes son obras del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich (1774-1840).

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