Hoy es el Día de Difuntos. Pasados los fastos extranjerizantes de Halloween, es el momento de colocaros una poesía “de difuntos”. En realidad, estamos aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, para hablaros de una magnífica poetisa:
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Quizá no os suene mucho su nombre, pero esta poetisa polaca es una de las mejores voces poéticas que hay actualmente en Europa. Fue prácticamente una desconocida fuera de su país, hasta que le otorgaron el Premio Goethe en 1991 y el Premio Nóbel en 1996.
Su poesía es austera, esencial y lúcida. Apoyándose en los interrogantes de las ciencias y en la Filosofía llega, cargada de ironía, hasta lo humano, sus contradicciones y perplejidades, para ofrecernos una mirada sutil y ética del mundo contemporáneo. De verdad, es una joya.
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Las cartas de los difuntos
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Leemos las cartas de los difuntos como impotentes dioses,
pero dioses a fin de cuentas porque conocemos las fechas
posteriores.
Sabemos qué dinero no ha sido devuelto.
Con quién se casaron rápidamente las viudas.
Pobres difuntos, inocentes difuntos,
engañados, falibles, ineptamente precavidos.
Vemos los gestos y las señas que hacen a sus espaldas.
Cazamos con el oído el rumor de los testamentos rotos.
Están sentados frente a nosotros, ridículos, como en panecillos
con mantequilla,
o se echan a correr tras los sombreros que vuelan de sus cabezas.
Su mal gusto, Napoleón, el vapor y la electricidad,
sus mortales curas para enfermedades curables,
el insensato Apocalipsis según San Juan,
el falso paraíso en la tierra según Juan Jacobo...
Observamos en silencio sus peones en el tablero,
sólo que tres casillas más allá.
Todo lo previsto por ellos salió de una manera totalmente
diferente,
o un poco diferente, es decir, también totalmente diferente.
Los más diligentes nos miran ingenuamente a los ojos,
porque hacían cuenta de que encontrarían en ellos la perfección.
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De Si acaso, 1972
Versión de Abel A. Murcia
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