Y qué decir de ti, amiga mía, compañera de curso en la Universidad y más tarde serpiente vigilada en las conversaciones, igual que una epidemia por las calles. Y qué decir, sino que te conozco desde hace muchos años y vivo de tu parte.
Cuando me arrastro solitario por los extremos de mi vida, da gusto coincidir, hablar contigo, porque después de las preguntas y las lamentaciones, el recuerdo es también palabra nueva, y cambiar, decidir o sentirme yo mismo no llega a confundirse con las ascuas de un asunto penoso. Tú que sabes reír, guardar silencio o retorcer canciones al final de una noche, nunca me fallas si te necesito.
Yo sé que te preocupa tu futuro y que debes ahorrar en tiempos de imprudencia. Por eso te defiendo de los calumniadores. Cuando somos corruptos te llamamos corrupta. Nuestra pobre avaricia tarda poco en acusarte de avarienta, y nada es más obsceno que mentir en tu nombre para después llamarte mentirosa, a ti, mujer de mala fama, que sólo has intentado quedar bien, abrazar a la gente en una fiesta rota.
No se puede decir que con nosotros las manos de la vida modelaran una historia de amor. Nos conocemos demasiado. Pero es verdad que alguna noche, con las excusas de la soledad, subimos juntos a la habitación y nos necesitamos.
Siempre me excita descubrir la luz de mi inocencia en tu ignorancia, esa luz que apagamos para buscar el resplandor, lo que hay de entrega tímida y de primera vez en nuestro abrazo.
Y cuando los domingos santifican la mañana orgullosa de este país de súbditos, me gusta pasear entre el rumor de las miradas. Los que viven tranquilos pueden ver en tus ojos la primavera de mi oscuridad, y el color conmovido de un mundo que no duerme.
Se acercan otras elecciones, así que hemos decidido pedir consejo para saber a quién debemos votar. Le hemos preguntado a Platón (ca. 428-347 a. C.), y hemos encontrado algunas respuestas en su obra República. Es su obra más importante, y está dedicada está dedicada a la creación de un Estado perfecto en el que el individuo encuentra su perfecta formación. Esta comunidad perfecta debe estar asentada sobre la JUSTICIA, porque ninguna comunidad humana puede subsistir sin ella. La justicia garantiza la unidad y la fuerza del Estado, pero también la unidad y la fuerza y del individuo.
El Estado que proyecta Platón estará gobernado por los mejores y estos son los filósofos: “Si los filósofos no gobiernan la ciudad o si aquellos a quienes ahora llamamos reyes o gobernantes no cultivan la verdad y seriamente la filosofía, si el poder político y la filosofía no coinciden en las mismas personas (…) es imposible que cesen los males de la ciudad e incluso los del género humano” (Rep., V, 473 d).
Para Platón, el gobernante debe poseer una serie de cualidades, entre otras, las siguientes:
Amante de la verdad en su totalidad.
Será moderado y de ningún modo amante de las riquezas. “Serán ellos los únicos ciudadanos a quienes no esté permitido manejar ni tocar el oro ni la plata (…). Si así proceden, se salvarán ellos y salvarán a la ciudad; pero si adquieren tierras propias, casas y dinero, se convertirán de guardianes en administradores y labriegos, y de amigos de sus conciudadanos en odioso déspotas. Pasarán su vida entera aborreciendo y siendo aborrecidos, conspirando y siendo objeto de conspiraciones, temiendo, en fin, mucho más a los enemigos de dentro que a los de fuera; y así correrán derechos al abismo, tanto ellos como la ciudad”. (Rep., V, 417)
No tendrá deseo de poder. Los gobernantes accederán al poder con el fin de prestar un servicio a la comunidad. “Lo cierto es que el Estado en el que menos anhelan gobernar quienes han de hacerlo es forzosamente el mejor y el más alejado de disensiones, y lo contrario cabe decir del que tenga los gobernantes contrarios a esto”.
Se ocupará con celo en lo que sea útil para el Estado.
Será fuerte, valiente y, a ser posible, hermoso.
Tendrá facilidad para el estudio.
Tendrá que ser infatigable y amante de toda clase de trabajo, tanto físico como intelectual.
Debe ser dócil, obediente y dejarse guiar en el aprendizaje de la verdad, la justicia y el bien.
Pues bien, un alma que posea todas las características anteriores será sometida a una educación (Paideia), mediante la cual, perfeccione más sus cualidades y consiga alcanzar el conocimiento del Bien. Dicho conocimiento implica conocer la Verdad, el Bien y la Justicia, pero, además de ser un principio teórico, es también un principio práctico, esto es, sirve para actuar. Sólo el que conoce el Bien es capaz de actuar rectamente, sólo el que conoce la Justicia puede ser justo.
La educación del filósofo es, por tanto, fundamental porque de ella dependerá que la comunidad que él gobierne sea justa y feliz.