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viernes, 11 de noviembre de 2011

REALISMO EN EL CINE

En un juzgado iraní una pareja se va a divorciar. Una mujer y un hombre hablan a la cámara y nos cuentan por qué quieren separarse. Este el punto de partida de una de las mejores películas que he visto en bastante tiempo: Nader y Simín, una separación de Asghar Farhadi.



Lo tiene todo: personajes complejos, una historia sencilla que va enmarañándose a medida que avanza el metraje, un buen guión, unos excelentes actores y una dirección medida y cuidada con realismo, fuerza e intensidad dramática. No hay buenos ni malos; hay seres humanos que mienten y dicen la verdad, que se hacen daño, aunque se quieran, que toman decisiones equivocadas..., forzados muchas veces por una situación que los sobrepasa.

El cine iraní tiene problemas; el gobierno actual ha decidido perseguirlo y quien quiere dirigir con libertad tiene que hacerlo desde el extranjero. Y aun así, es capaz de mostrarnos una parte de la realidad sin grandes medios, con algo básico: buenos actores y una buena historia.

No son los únicos. También está los, unos hermanos cineastas belgas, que desde hace años nos muestran las contradicciones de un sistema, el capitalista, que deja a una parte cada vez mayor de la sociedad fuera, sin opciones, desarragaidos... Yo los conocí con
La promesa. Luego vinieron El hijo, Rosetta, El silencio de Lorna...

Rosetta es una película durísima. Trata de una mujer sin estudios, abandonada por el sistema que decide putear a quien le quiere, a quien le ofrece oportunidades, porque su vida es una putada. El final es terrible y, al mismo tiempo, esperanzador, porque por primera vez en toda la película, Rosetta es capaz de llorar...



Su nueva película El chico de la bicicleta es algo más optimista, deja una puerta abierta a la esperanza. El mundo es seco, duro, podríamos pensar, pero a veces puede haber algo de dulzura...



Estas historias son un puñetazo en la cara. Evadirse está bien, pero también es necesario el cine comprometido. Necesitamos la verdad... si queremos vivir con dignidad.


Santiago Martín Solera