Le cuento a usted, hermana mía, que sus tres hermanos ya estamos en libertad. Vamos a ir a por ti, pero a lo mejor no nos conoces, pues ha pasado mucho tiempo. Yo ya no soy un enano, ahora soy alto, rubio es mi pelo, como el oro. Mi cara es alegre y mis ojos negros, como el azabache, muy expresivos. Jimmy tiene nueve añazos, aunque no se ha desarrollado. Es gordo y bajo, con el pelo gris, como el cielo de las mañanas nubladas y es más terco que una mula. En cuanto al pequeño Nico, es muy guapo, tiene cara de pillo y una sonrisa burlona.
¡Menos mal que hemos escapado de las garras de Vladimir!
Desde que vinimos de Rusia, el año pasado, tras la muerte de papá y mamá, hemos tenido que obedecer a Vladimir, aguantar sus amenazas, golpes, castigos... Y no sólo eso, nos tenía como esclavos. A Nico le obligaba a hacer todas las tareas de casa, como por ejemplo: lavar la ropa, plancharla, tenderla, lavar los platos, cocinar...
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A Jimmy le mandaba a la puerta de los supermercados para que robase bolsas con comida y a mí, me obligaba a robar, tanto bolsos, joyas, carteras... Le daba igual, con tal de que en los bolsos y carteras hubiese dinero o que las joyas o móviles se pudiesen vender. Tenía que traer un mínimo de trescientos euros a casa, si no, no cenábamos ninguno de los tres. Además nos pegaba. A mí no me gusta robar, ni mucho menos, pero era un ladrón de primera; tanto tiempo robando me ha dado experiencia y mucha picardía. También por las noches salía a correr, para mantenerme en forma, porque al robar había que correr mucho para que no te cogiesen. Así que ya ves, la vida que hemos llevado, robando y huyendo de la policía para poder salvar a mis hermanos. Comíamos muy poco, unas tres veces por semana, porque robar trescientos euros en un día es muy difícil.
Llevaba mucho tiempo cansado de vivir así , teniendo que robar para comer, aguantando las incontables palizas, aguantando los interminables insultos, pero lo que mas dolía era ver como tus hermanos eran sometidos a palizas, ver como tus hermanos se mueren de hambre y tú no puedes hacer nada, salvo darles esperanzas...
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Abrí el sobre, había cuatro mil euros. Compré varios collares, unos pendientes y un par de anillos. Cuando se hizo de noche volví a casa. Vladimir estaba cenando. Me preguntó cómo me había ido el día, y le enseñé las joyas y le di ochocientos euros. Él se quedó atónito. Rápidamente se abalanzó hacia mí, me quitó las joyas y el dinero y me mandó a la habitación. Él estaba ahí, en medio del salón, sentando, absorto en sus pensamientos y observando las joyas. Se olvidó por completo de mi existencia. Supe que era el momento y que debía aprovecharlo, así que cogí el cuchillo de la cena, me dirigí hacia él y le apuñalé por la espalda. Vladimir murió. Llamé a Nico y Jimmy, les conté lo que había pasado: éramos libres. Ya no haría falta robar para poder comer, teníamos dinero de sobra y dejaríamos la mala vida que hemos vivido: la vida de un pícaro.
Tranquila, hermana, no sufras, pronto nos veremos.
IVÁN FUSTER 3º C
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