miércoles, 20 de mayo de 2009

AÑO INTERNACIONAL DE LA ASTRONOMIA/9


La Astronomía siempre acompañó a la humanidad, como cultura y como ciencia, demostrando que ambas son inseparables. El arte de descifrar los cielos (¡dios mío, he dicho ARTE!) comienza con las primeras civilizaciones, pasa por numerosos avatares y culmina en el siglo XX con la teoría cosmológica de Einstein (¡dios mío, he dicho CULMINA!).

Ahora hagamos una afirmación interesante por su falsedad: el ARTE CULMINA. En efecto, la ciencia, y en concreto la Astronomía, funciona más bien como un tipo de arte que, como tal, nunca culmina. Lo que observamos en el cielo, a simple vista o con telescopios, es siempre susceptible de ser interpretado, y esta es la única verdad inmutable. El principal cometido de la Astronomía ha sido siempre explicar el movimiento de los astros. Los egipcios, chinos y mayas creían tener la explicación perfecta. Los griegos también. Y después los medievales, y luego los ilustrados, y luego llega Einstein y tira todo por tierra y vuelve a dar una nueva y curiosa explicación en su teoría de la Relatividad General.



En el siglo IV a.c., Aristarco de Samos sostiene que la Tierra se mueve alrededor del Sol, idea que Aristóteles rechaza cuando establece el sistema geocéntrico, convirtiéndose en el último gran cosmólogo de la antigüedad. Ptolomeo, gran astrónomo griego del siglo II d.c., escribe el ALMAGESTO, obra clave en la historia de la ciencia, que describe con absoluta precisión todos los movimientos de los astros en el firmamento. La Tierra no puede moverse, ya que los océanos saldrían despedidos y nada se mantendría en su sitio. Unas gigantescas esferas transparentes, centradas en la Tierra, provocan el movimiento de los astros, que son arrastrados al girar aquéllas. La Tierra es el Olimpo de los Dioses, y el sol, Helios, un simple súbdito que gira a su alrededor al igual que la luna, los planetas y las estrellas.


Esta teoría, desarrollada por Aristóteles y explicada numéricamente por Ptolomeo, convenía a la sociedad de la Edad Media, puesto que se adecuaba a los dogmas de la fe cristiana. Por tanto, la Astronomía y la ciencia en general quedaron estancadas hasta que, en el siglo XV, y gracias a los árabes que perfeccionaron el álgebra y los instrumentos de observación, se inicia la REVOLUCIÓN COPERNICANA. Es una revolución porque marca un nuevo camino en la ciencia que acabaría por destruir el pensamiento antiguo. Copérnico inició este proceso demostrando que todo cuanto se observa tiene más sentido si ponemos al Sol en el centro del universo.


Esta idea resolvió algunos problemas astronómicos, pero generó muchos otros. Al empeñarse en mantener las esferas aristotélicas como responsables del movimiento circular de los astros alrededor del sol, Copérnico tuvo que añadir complicados artificios matemáticos para explicar las observaciones. Por eso su sistema era tan enrevesado como el de Ptolomeo. El que un astrónomo posterior se decantara más por un sistema que por otro era una cuestión de gusto e ideología.

Por ejemplo, Tycho Brahe (1546-1601) hizo girar los astros alrededor del sol, como decía Copérnico, pero mantuvo a la Tierra en el centro del universo e hizo girar al sol a su alrededor. Y todos tan contentos. Además, en 1572 observó el resplandor repentino de una supernova en la constelación de Casiopea (duró 18 meses), rompiendo así con la vieja idea de que el cielo es inmutable: cosas misteriosas suceden allá, ajenas a la comprensión humana. Pero lo mejor sucedió 5 años después, cuando Brahe descubre un cometa que surca el cielo “atravesando las esferas”. Otra vieja idea, la de las esferas, se viene abajo. Entonces, ¿por qué se mueven los astros?


Kepler (1571-1630) resuelve en parte los problemas anteriores. Se adhiere al sistema de Copérnico, pero lo despoja de las esferas y el movimiento circular, demostrando que si las órbitas de los planetas fuesen elípticas la teoría se ajustaría a las observaciones. Y después habló de una fuerza que proviene del sol y empuja a los planetas a moverse en torno a él, adelantándose ya a las futuras afirmaciones de Newton (1642-1727), el cual terminaría por explicar perfectamente el movimiento de los astros gracias a su teoría de la Gravitación Universal.

¿Perfectamente? ¡No! Había errores, pequeños errores. Pero inexplicables. Sólo Einstein, 200 años más tarde, daría con la solución exacta al movimiento de los astros. Aunque su teoría planteó nuevos problemas que están por resolver y nos hace pensar que ninguna explicación es eterna y que en la ciencia, como en el arte, NADA CULMINA.

Alberto Recio

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