Pero el amor del trovador está condenado de antemano al fracaso, pues la dama a la que canta suele ser una mujer ya casada, inalcanzable para él, que ha de consolarse narrando sus penas al público congregado para escucharle:
me es grato el dulce canto de los pájaros lejanos,
y cuando me marché de allí,
recordaba un amor lejano.
Voy de talante enojado y deprimido,
por lo que canto, ni flores de espino blanco
me gustan más que el invierno helado.
Bien tengo al Señor por veraz,
y por ello veré el amor de lejos.
Pero por un bien que recibo, tengo dos males,
tanto me es lejano.
¡Ah! Si yo fuese allí peregrino,
para que mi bordón y mi sayo
fuesen de sus bellos ojos admirados.
Jaufré Rudel
Sin embargo, aunque los trovadores solían ceñirse a los convencionalismos del amor cortés, idealizado y contemplativo por definición, también había lugar para una concepción del amor mucho más inmediata y carnal, como la que Adam de
Robin me ama, Robin me tiene,
Robin me ha preguntado si me puede tener.
Robin me quitó la falda de color escarlata
Buena y bonita, mi body y mi liguero. ¡Hurra!
Robin me ama, Robin me tiene,
Robin me ha preguntado si me puede tener.
El siguiente vídeo recoge música profana medieval:
Inés Carreras
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