lunes, 4 de junio de 2012
EL ARTE Y LA NATURALEZA - LA PINTURA DE ZHANG DAQUIAN
En febrero de este año se publicó en la prensa que se había pagado en una subasta por la obra Lotus and mandarin ducks del pintor chino Zhang Daquian la astronómica cantidad de 506,7 millones de dólares. Todo un récord que desbancaba a los pintores occidentales. Para muchos, este pintor era absolutamente desconocido, lejano en el tiempo y en el espacio, pero se trata de un interesantísimo pintor, ya un clásico, del que merece la pena conocer su pintura y, sobre todo, su forma de percibir y plasmar la naturaleza.
Nació Zhang Daquian en 1899 en Neijian, ciudad de la provincia de Sichuan, al suroeste de la República Popular China. Muy lejos del mar. Desde muy joven se dedicó al estudio de la pintura y la caligrafía tradicionales de su cultura, lo que le llevó a Japón para aprender las técnicas del color (1917) y, después, a Shangai para estudiar con los grandes maestros. Se convirtió también en un estudioso y voraz coleccionista de la pintura clásica china. Copió a los grandes maestros de las antiguas dinastías chinas con el afán de aprender sus secretos y de apropiarse de sus técnicas. Lo consiguió hasta el punto de que hizo pasar muchas de sus copias por originales (dicen las malas lenguas que algunas siguen colgando de los museos atribuidas a pintores antiguos). En los años cuarenta del siglo pasado salió de China y recorrió el mundo, mirando siempre, intentando captar los secretos de la Naturaleza y de la pintura.
Cuentan que a fines de los años cincuenta tuvo problemas en la vista, y que este fue el origen de sus famosas “pinturas salpicadas”. Yo prefiero pensar que sus ojos se cansaron de tanto mirar o quizá decidieron que ya habían visto todo lo que necesitaban ver. Hasta entonces, Daquian se había mantenido fiel a la pintura tradicional del paisaje chino, tal como lo había planteado Tsung-Chien a finales del siglo XVIII: la naturaleza, variada y voluble, debía ser ordenada por el pintor, cada elemento debía tener su sitio, con el mismo planteamiento de la pintura clasicista occidental. Es probable que Daquian descubriera que el caos, el desorden, tenían cabida en la naturaleza y en la pintura. Es probable también que se dejara influir por la pintura occidental. El caso es que comienza a derramar la tinta sobre el papel y la deja en libertad para que adquiera formas caprichosas que él luego perfilaba y convertía en naturaleza y vida. La crítica occidental ha querido ver un parentesco entre esas “pinturas salpicadas” y el expresionismo abstracto de Pollock (1012-1932). No estoy muy segura: veo más en su obra la enseñanza del gran pintor chino Shitao (1642-1707): “La tinta, al impregnar el pincel, lo dota de alma, y éste, al utilizar la tinta, la dota de espíritu”. Pintura, alma y espíritu son una misma cosa en sus representaciones de una naturaleza viva, extraña, agresiva, a veces; una naturaleza que recuerda la concepción romántica de lo sublime, en la que lo humano, cuando aparece, está empequeñecido, aniquilado casi.
En sus acuarelas de flores, género tan tradicional en Oriente, la belleza ensimismada de los maestros antiguos se ha convertido en algo inquietante sin dejar de ser hermoso.
Cuando el viejo Daquian visitó Picasso en Niza, allá por los años cincuenta, el malagueño-francés sintió una gran admiración por la obra y la personalidad de este artista, al que consideró el más importante de Oriente.
Hoy que China es un gigante económico que mira poco por las consecuencias que su progreso tienen sobre el medio ambiente, quizá sería conveniente que aprendieran de la mirada de Daquian, tan antigua, tan moderna.
La Gentileschi
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