De todas las ciencias naturales
(Biología, Geología, Química, Física, etc.), quizás las Matemáticas sean,
aparentemente, las que guardan una relación menos estrecha con el mundo
natural. Al fin y al cabo, no dejan de ser un invento puramente humano, un mero
juego de símbolos y reglas absolutamente abstractas. No obstante, resulta
asombrosa su capacidad de explicar, o mejor dicho, de describir determinados
fenómenos naturales de gran belleza.
Tomemos como ejemplo el siguiente
problema, planteado por Leonardo Fibonacci durante el siglo XII: “Una pareja de
conejos tarda un mes en alcanzar la edad fértil y, a partir de ese momento,
engendra cada mes una pareja de conejos que, a su vez, pasado el primer mes,
engendrarán nuevas parejas en los meses sucesivos. ¿Cuántas parejas de conejos
habrá cada mes, suponiendo que no muera ninguno?” Un sencillo cálculo nos
conduce a la siguiente tabla:
MESES
|
1
|
2
|
3
|
4
|
5
|
6
|
7
|
8
|
PAREJAS
|
1
|
1
|
2
|
3
|
5
|
8
|
13
|
21
|
Por supuesto, la tabla podría
continuar indefinidamente: 21, 34, 55, 89, 144… puesto que para obtener nuevos
términos basta con sumar los dos últimos que se hayan obtenido. Lo más
interesante de la sucesión de Fibonacci, sin embargo, es que se encuentra en la
naturaleza con mucha más frecuencia de la que podríamos esperar.
Por ejemplo,
sabemos que las hojas de las plantas se distribuyen alrededor de los tallos
formando espirales para que ninguna hoja haga sombra a las que tiene debajo, y
lo mismo ocurre con la disposición de las semillas en los girasoles o las
margaritas, o de los piñones en las piñas. En todos estos casos, los números de
espirales en un sentido y en el contrario son números consecutivos de la
sucesión de Fibonacci (89 y 144 en el caso del girasol, 21 y 34 en las
margaritas y las piñas, etc.).
Continuando con las espirales, la
forma que adoptan también responde a modelos matemáticos, desde la forma de
espiral logarítmica que adopta la concha del nautilus, un molusco marino, hasta
la forma de espiral de Arquímedes que adoptan las galaxias o las trompas de
algunos animales. Incluso podemos encontrar fenómenos naturales, como los
tornados, que presentan la forma de un pariente de las espirales, la hélice
cónica. Otras familias de curvas, como las curvas técnicas (óvalos) y las curvas
cónicas (elipses, parábolas e hipérbolas) describen perfectamente la forma de
los huevos de las aves, los meandros de los ríos, los perfiles de las dunas y
las órbitas de planetas y otros cuerpos celestes en el espacio.
En otras ocasiones, la relación
entre las matemáticas y la naturaleza se debe a cuestiones relacionadas con el
ahorro de energía. El ejemplo más claro es el de las gotas de agua, que en
estado de reposo adquieren la forma de una esfera perfecta para reducir al
máximo la superficie expuesta al aire y al sol y de este modo evitar, en la
medida de lo posible, la evaporación. También las abejas aprovechan al máximo
el espacio y almacenan la miel y la jalea real en celdillas hexagonales, que es
la configuración que permite aprovechar el espacio de la manera más eficiente.
Sin embargo, los ejemplos más
espectaculares de patrones matemáticos en la naturaleza los encontramos en las
estructuras fractales, que se repiten a sí mismas a diferentes escalas: el
perfil de las costas rocosas, la disposición de las ramificaciones de los
deltas en la desembocadura de los ríos, las formas de los cristales de hielo,
la configuración de las espinas de algunos cactus, etc., nos ofrecen imágenes
sorprendentemente hermosas.
Podríamos añadir muchos más
ejemplos a nuestra lista, pero la conclusión seguiría siendo la misma: la
naturaleza no es sólo el medio que nos rodea; además de ofrecernos recursos
para nuestra supervivencia y la del propio planeta, es bella en sí misma. Cada
animal, planta, roca, paisaje… encierra en sí mismo algo hermoso que con
frecuencia responde a patrones que las matemáticas han sabido reflejar y
describir. Ya sea por el mero placer de contemplar estas estructuras, formas o
estrategias de adaptación el medio, o porque nos admiremos de la capacidad del
hombre para estudiarlas y entenderlas, merece la pena conservarlas.
Paula González
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