domingo, 6 de noviembre de 2011

ODA HORACIANA


Hoy seguimos clásicos, porque sí, porque, como a Horacio, nos gusta el mirto.




No me entusiasma, mozo, el lujo persa
ni trenzadas coronas con ramas de los tilos...
Deja ya de buscar los sitios raros
en que tardíos rosales aún florecen.

Me basta el mirto, su sencilla gracia
que no requiere ornatos; él se sobra
a sí mismo, y a todos bien nos sienta.
A ti también, mientras me vas llenando,
a la sombra ejemplar de los parrales
mi copa una vez más... Esto sí es lujo.


Horacio
Libro I, Oda 38

Nota para legos:

Horacio fue un poeta romano que nació en el año 65 a. C. y murió en el 8, también a. C., por supuesto. No nació en la clase alta, ya que su padre era un esclavo liberado (un liberto, vamos), pero el hombre estaba convencido de que la educación es una escalera que puede subirnos a lo más alto. Como entonces no existía la educación pública, su padre tuvo que hacer muchos sacrificios e invertir mucho dinero en los estudios de Horacio. Él siempre le estuvo tiérnamente agradecido. Si hubiera vivido hoy en día, hubiera podido disfrutar de la educación pública, y todo le hubiera sido más fácil, pero si hubiera nacido dentro de unos años..., pues probablemente también tendría que hacer su padre grandes sacrificios para que Horacio pudiera llegar a lo más alto.

Siendo mozo e instruido, probó con la política y la milicia, y se enroló en el ejército de Marco Junio Bruto para defender la República. Fue un desastre: el joven hombre de letras pasó a ser uno más de los derrotados y salió escaldado (suele pasar). Tuvo que vivir lejos de Roma hasta que Octavio decretó una amnistía para los que habían luchado contra él. Pero el regreso no fue un camino de rosas: su querido padre había muerto y le habían expropiado sus posesiones. De nuevo se encontró en la pobreza, pero sus estudios le ayudaron a salir adelante. Empezó a trabajar como escribano y, al mismo tiempo, empezó a escribir poesía. A veces la poesía es un refugio.

Poco a poco fue conocido, admirado y respetado por su obra. Los intelectuales y literatos de la época lo acogieron en su seno, y el emperador César Augusto le ofreció su protección y un apetitoso y bien remumerado puesto de secretario imperial. Horacio se lo agradeció, pero no lo aceptó porque le gustaba el mirto.

Mecenas, el gran protector de las artes y las letras de la época, lo admiraba tanto que le ofreció su protección, su amistad y una finca en las montañas Sabinas, cerca de Tíber. Allí se retiró a escribir, porque allí sí había mirto.

En cuanto a su obra, pues hay que saber que escribió mucho y bien; que su poesía es reflexiva y aspira a la perfección formal (casi lo consigue a veces, aunque la perfección sea divina); que fue el rey de lo que conocemos como tópicos literarios, alguno de los cuales ha sido bautizado con el comienzo de uno de sus poemas: beatus ille; otros aparecen en su obra: carpe diem, aurea mediocritas. Toda una filosofía de la vida: la felicidad de la vida retirada de la ambición y los agobios que hay cerca del poder; el goce de lo que nos ofrece el presente y de la búsqueda del término medio, de lo que se aleja de todo extremismo.

Famosas fueron y son sus Odas, que han ejercido influencia en toda la historia de la poesía occidental. También hay que citar sus Epístolas, poemas filosóficos y morales, especialmente la Epístola a los Pisones, en la que codifica el canon poético que va a servir de modelo a la pesía durante siglos, no en blade es conocida como Arte poética.

Pues eso, ¡viva el mirto!

Marta de Nevares



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