Hace muy poco, todavía estaba Lamia por los pasillos de nuestro instituto. Arriba, en la planta de bachillerato. Pero ya ha echado a volar y está en la Universidad, aunque de vez en cuando viene a vernos y busca la complicidad de aquellos profesores a los que recuerda y que la recuerdan.
Hace unos días publicó este pequeño texto en uno de nuestros bogs amigos (el más amigo) y nos ha permitido reproducirlo aquí. Gracias, Lamia.
Hay momentos en la vida en los que crees que no puedes más..., que no le ves sentido a nada y en los que piensas que lo único que puedes hacer es resignarte a pensar que tu vida no va a cambiar, que, por muchas cosas que te hagan daño, no puedes hacer nada por evitarlo..., por cambiar el rumbo de tus pasos, nada por remediar tanto dolor. Llega un momento en el que no puedes ni respirar; como si te estuvieras hundiendo en un lago tan profundo que ya ni tan siquiera puedes ver cómo los rayos del sol penetran en su interior. Notas cómo los latidos de tu corazón van cada vez más despacio y ya ni puedes llegar a oír los gritos que antes sí alcanzabas a percibir, aun sin mucha distinción, de la gente que te dice desde lejos que luches por salir de ese estado en el que tu cuerpo se ha sumido. Notas cómo tus párpados se cierran y no tienes fuerzas ni para pensar con claridad... Ahí es cuando, de repente y sin saber por qué, escuchas algo; algo que parece ser un grito; algo que hace que te despiertes y que te da esas fuerzas que tanto necesitas y que pensabas que habías perdido por completo; algo que hace que vuelvas a luchar; algo que hace que tu cuerpo y tus sentidos reaccionen. Sientes de repente cómo una mano te coge con tanta fuerza, que es lo único que llegas a sentir, que hace que sigas adelante y que vuelvas a respirar, que veas la luz del sol, que oigas esas palabras dulces que te dan tanta paz, que sientas ese abrazo que te hace pensar que nada malo te puede pasar, que sientas ese beso que consigue que un escalofrío recorra todo tu cuerpo y vuelvas a sentir... Y piensas..., y sabes que posiblemente te volverás a hundir, pero tienes la firme convicción de que siempre estará ahí para darte las fuerzas que necesitas y salir adelante... Hay momentos en la vida en los que necesitas que alguien te rescate y te dé esas fuerzas y esas ganas de volver a vivir cuando pensabas que todo estaba perdido. Esa persona, la que me da la vida cuando siento que se me escapa en cada suspiro y la que me da las fuerzas para luchar por todo y contra todo. Nadie dijo que fuera fácil, pero aun así lucharé siempre por ello.
Lamia Abdelhamid
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