El pasado día 14 falleció en Madrid Alfonso E. Pérez Sánchez, quizá el historiador del arte más prestigioso de este país, aunque los medios de comunicación le han dedicado muy poco espacio.
No os voy a contar mucho de su vida, de su brillante carrera estudiantil, de su magisterio, de los reconocimientos nacionales e internacionales, de sus publicaciones… Podéis encontrar toda esa información en Wikipedia. Sólo quiero expresar un pequeño homenaje lleno de admiración.
En 1983 me dio clases de Pintura Barroca y un curso monográfico sobre la naturaleza muerta. Era un profesor distante, respetado y admirado. Os voy a contar una anécdota. En la Universidad Autónoma no había timbres que avisaran de del fin de las clases, así que los delegados se encargaban indicar a los profesores que había pasado su tiempo. Un día estaba Pérez (así lo llamábamos) explicando al pintor Caravaggio, y la clase era tan interesante que cuando ya era la hora de terminar, mis compañeros me sugirieron que no lo avisara (yo era la delegada). Siguió hablando con pasión del pintor italiano hasta ocupar buena parte de la hora siguiente, mientras los alumnos lo escuchábamos fascinados y la profesora de Arte de la Baja Edad Media (Gótico, para entendernos) esperaba en la puerta cargada con su proyector de diapositivas sin atreverse a interrumpir. A veces en la enseñanza se producen esos momentos mágicos. Hubiéramos seguido escuchándolo durante horas, pero en un determinado momento miró su reloj y se dio cuenta de que había ocupado prácticamente la siguiente hora. Nos pidió disculpas a nosotros y a la profesora de Gótico y me reprendió por no haberle avisado.
Ese mismo año fue nombrado director del Museo del Prado y me invitó a su toma de posesión en representación de sus alumnos. Allí estuve, le estreché la mano, le di la enhorabuena en mi nombre y en el de mis compañeros y vi su emoción. No porque yo lo felicitara, sino porque el Prado era su pasión.
Dejó de ser nuestro profesor de Barroco antes de que acabara el curso y ahí acabó mi relación con él. A lo largo de todos estos años me lo he encontrado en algunas exposiciones y lo veía casi todos los años en la Semana Santa de Sevilla, pero nunca me atreví a saludarlo. Estaba al corriente de sus publicaciones, de los reconocimientos nacionales e internacionales que iba recibiendo, incluso de algunos avatares de su vida, porque tenemos amigos comunes. Así me enteré hace algunos años de que había sufrido varios ictus que habían minado su cuerpo y sus capacidades físicas, pero no intelectuales.
Hace aproximadamente año y medio lo vi por última vez. Fue en Semana Santa, en Sevilla, ciudad que sé que amaba. Había ido yo a ver el cuadro Santa Rufina de Velázquez, recientemente atribuido al pintor y expuesto en la Fundación Focus Abengoa del Hospital de los Venerables. Allí estaba Pérez, en una silla de ruedas, acompañado por los responsables de la Fundación. Quise dirigirme a él, saludarlo, darle las gracias por lo mucho que me había enseñado, recordarle la anécdota de la clase de Caravaggio, pero no me atreví, no quise molestar. Hoy siento no haberlo hecho, por eso no quiero quedarme con las ganas de recordarlo ahora como uno de los mejores profesores que he tenido (no son muchos).
Lola Sevila
¡Qué emocionante homenaje! En mi reciente viaje a Roma he podido disfrutar de los maravillosos "chiaroscuros" del gran Caravaggio, que se pueden descubrir diseminados entre museos e iglesias. Hubiera sido una suerte poder disfrutar de las explicaciones de este gran profesor. Gracias por permitirnos conocerle a través de tu recuerdo y tus palabras.
ResponderEliminar