PAMELA Y LA GOLONDRINA
Una mañana de primavera, Pamela estaba sentada en su silla de ruedas en el jardín, mirando la playa. Sus padres eran muy buenas personas porque habían comprado aquella casa para que su hija se sintiera bien, ya que Pamela con sólo seis años no podía caminar. Su madre estaba en la cocina cuando oyó que Pamela gritaba.
-¡Mamá, mamá!
La madre salió corriendo a su lado.
-Hay algo entre ese arbusto -dijo la niña.
La madre apartó las ramas y encontró allí una pequeña golondrina que no podía volar.
-Tiene un ala rota -dijo la madre.
-Dámela amí, yo la cuidaré -dijo Pamela.
La niña cogió con cuidado a la golondrina y se dedicó a cuidarla.
Cuando comenzó el verano, Pamela estaba en el jardín con la golondrina entre las manos cuando, de repente, una bandada de golondrinas se elevó y pasó sobre la niña. El pájaro que la niña tenía entre las manos empezó a moverse: quería elevarse e ir con las otras golondrinas. En ese momento, Pamela se puso triste y tuvo el temor de no volver a verla nunca más. Pensó meterla en una jaula, pero no sería feliz. Entonces, le dio un beso en la cabeza y levantó las manos hacia el cielo. La golondrina extendió las alas y echó a volar.
Su madre la estaba mirando por la ventana y no podía creer lo que estaba viendo. Con las manos en alto, Pamela estaba de pie frente a la silla de ruedas.
Al año siguiente, en la primera semana de la primavera, Pamela se despertó al oír un revolotear en su ventana. Al descorrer las cortinas vio una golondrina que golpeaba el cristal con su pico. ¡Había regresado! Esa mañana, Pamela corrió por la playa con la golondrina.
M. L., 2º A
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