miércoles, 22 de abril de 2009

JUAN MARSÉ, XXXIV PREMIO CERVANTES

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Mañana le entregan en premio Cervantes a Juan Marsé, y queremos, desde aquí hacerle un pequeño homenaje y contaros algo de su obra.

Juan Marsé (1933) pertenece a la que Josefina Aldecoa llamó generación de los “niños de la guerra”, escritores que no participaron directamente en la misma, pero que quedaron marcados por sus consecuencias. Marsé fue una rara avis entre aquel grupo de escritores de buena familia (los Goytisolo, Gil de Biedma, García Hortelano…) porque era un obrero con afición por la literatura. Quizá por eso, Carlos Barral –otro escritor, intelectual y editor burgués— sintió interés por sus primeras novelas, Encerrados con un solo juguete (1960) y Esta cara de la luna (1962), y se las publicó en Seix Barral, la editorial de más prestigio en la época.

El “escritor obrero” hacía una literatura testimonial y comprometida en la que daba una visión muy crítica de la burguesía del momento. Esta tendencia antiburguesa se va a prolongar en obras posteriores: Últimas tardes con Teresa (1966, premio Biblioteca Breve) y La oscura historia de la prima Montse (1970), La muchacha de las bragas de oro (1978, premio Planeta) y El amante bilingüe (1990, premio Ateneo de Sevilla). En todas ellas hay una mirada ácida hacia la clase media, hacia su hipocresía, su conservadurismo, insolidaridad, exclusivismo, falta de ética… Pero siempre con una actitud que se aleja de la simplificación y el maniqueísmo. En Últimas tardes con Teresa, por ejemplo, da testimonio, cargado de sarcasmo, de los universitarios progres, burgueses y revolucionarios (los amigos de Teresa); pero no nos presenta al obrero como el nuevo héroe positivo y concienciado: Manolo, el Pijoaparte, es un pícaro de suburbio cuya única ambición es medrar socialmente. Consigue así un retrato social, pero con una visión desalentada y existencialista de la vida.

En otro grupo de obras, entre las que podemos destacar Si te dicen que caí (1973, premio Internacional de novela en México) y Un día volveré (1982), el escritor se centra en la rememoración de la marginalidad social y política de los años más duros de la posguerra. La primera es un duro retrato de los años cuarenta a través de los recuerdos de los que fueron niños en un barrio barcelonés lleno de miseria y de opresión. En Un día volveré, el protagonista, un antifranquista, vuelve al barrio marginal tras un periodo en la cárcel, pero no se convierte en un héroe luchador y justiciero, sino que se hunde en la resignación. Ya no existen los héroes.

Podemos todavía diferenciar otro bloque de novelas, siempre testimoniales, que se centran en seres desvalidos, perdidos en un medio hostil. Novelas como El embrujo de Shangai (1993, premio de la Crítica) o Rabos de lagartija (2000, premio Nacional de Narrativa) nos muestran a unos personajes en cuyas vidas coexisten el dolor, la soledad y la resignación con las ansias de felicidad.

En 2005 publica Canciones de amor en Lolitas’s Club, donde se adentra en un nuevo camino: la problemática actual de la prostitución de inmigrantes ilegales; y lo hace despojado de moralismos, como un observador del mundo actual. Se limita a contar vidas, peripecias humanas que son interesantes por sí mismas.

Para Marsé, el novelista es, ante todo, un narrador de historias; y él cuenta con una prosa ágil y expresiva, con un estilo narrativo eficaz y con una gran capacidad para crear ambientes. Quizá sean estas características las que han hecho que varias de sus novelas hayan sido llevadas al cine: La oscura historia de la prima Montse (1977, Jordi Cadena), La muchacha de las bragas de oro (1980, Vicente Aranda), Últimas tardes con Teresa (1984, Gonzalo Herralde), Si te dicen que caí (1989, Vicente Aranda), El amante bilingüe (1993, Vicente Aranda), El embrujo de Shangai (2002, Fernando Trueba), Canciones de amor en el Lolita's Club (2007, Vicente Aranda).

Desde aquí, damos la enhorabuena a Juan Marsé por este premio, e invitamos a todos los que no lo hayan leído a que lo lean. La literatura sólo está viva cuando los lectores abren y leen los libros, y ese acto –tan simple— es también algo creativo. Cada lector da vida a la obra que lee y la convierte en algo nuevo y suyo. ¡LEED, SIEMPRE LEED!

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