lunes, 10 de noviembre de 2008

UNA DE MIEDO 2




PROFESORES MALDITOS

El día 31 de octubre, la víspera del día de los muertos, amaneció frío y lluvioso. Me levanté para ir al instituto, aunque no me apetecía nada. La mañana fue larga y aburrida. Cuando terminaron las clases, salimos todos, pero yo tuve que volver porque se me había olvidado la chaqueta. Entré en mi clase y estaba todo muy oscuro: las persianas estaban bajadas y no funcionaba la luz. Me pareció raro, porque hacía sólo unos minutos que estábamos dando clase con las luces encendidas. Oí un ruido y me pareció ver que algo se movía. Sentí miedo y salí corriendo por el pasillo.

Todas las puertas estaban cerradas y parecía no haber nadie en el instituto, pero yo empecé a escuchar pasos y una siniestra voz que me llamaba por mi nombre:

--Sara, Saaara…

Cada vez tenía más miedo, y lo primero que se me ocurrió fue meterme en una clase. Encontré una con la puerta abierta y me escondí debajo de la mesa del profesor, para lo cual tuve que quitarme la mochila, que abulta más que yo. Las voces y los sonidos continuaban, y yo cada vez tenía más miedo: un sudor frío recorría mi cuerpo y el corazón me latía tan fuerte que casi lo podía escuchar.

La tarde se puso muy oscura y la poca luz que entraba por las ventanas era gris como una niebla. De repente, sonó un terrible trueno y, al mismo tiempo, apareció en la puerta una sombra. Un rayo la iluminó y pude reconocer a mi profesor de * . Sentí un gran alivio, pero, cuando me disponía a correr hacia él, otro relámpago me dejó ver que mi profesor era en realidad un vampiro que se dirigía hacia mí mientras me decía:

--Saaara, nunca haces nada. ¡No mereces vivir!

Era la voz del profesor, pero sonaba muy rara. El mismo miedo me hizo salir corriendo hasta alcanzar la puerta. Giré a la derecha para dirigirme a las escaleras, pero tropecé con un ser horrible y asqueroso. Cuando levanté la cabeza, me di cuenta de que era la jefa de estudios, que me agarró muy fuerte por la muñeca mientras me decía con una voz hueca:

--¡Sabes que no puedes estar en el pasillo! ¡Ahora vendrás conmigo!

Su mano estaba fría como la de un muerto: se había convertido en un zombi. Di un tirón con todas mis fuerzas, me solté y eché a correr hacia la escalera. Pero cuando estaba a punto de llegar, comencé a escuchar voces y ruidos extraños; y cuando la alcancé vi como subía un grupo de personas. Me quedé paralizada durante unos segundos, los suficientes para reconocer por lo menos a algunos de mis profesores, aunque estaban bastante cambiados. Vi claramente a la profesora de ** con un hacha ensangrentada en la mano, al profesor de *** con un bate y la mirada llena de odio. Escuché sus alaridos y sus risas malvadas, pero, sobre todo, oía mi nombre unido a frases terribles: “no escaparás”, “ha llegado tu hora”, “ahora vas a pagar todos tus errores”… Sentía tanto terror que creía que iba a desmayarme. No sé de dónde saqué las fuerzas, pero me di la vuelta y empecé a correr hacia jefatura. No quería mirar atrás, pero escuchaba perfectamente sus pasos y sus voces, cada vez más cerca.

Bajé por las escaleras y me dirigí a la puerta que da al patio. ¡Estaba cerrada! Ellos ya estaban bajando la escalera con un gran estruendo. Me acordé de que el gimnasio tenía una salida al patio. Corrí hacia allí con el temor de que la puerta estuviera también cerrada. ¡Estaba abierta! Atravesé el gimnasio. Tenía la boca seca y unas inmensas ganas de chillar, pero no podía perder ni tiempo ni energía. Cuando alcancé la puerta, me volví y pude ver que entraban ellos en el gimnasio. Sus gritos eran ahora casi aullidos, habían perdido su cualidad de personas y se comportaban como una manada de animales sangrientos.

Por fin abrí la puerta y salí al patio y, al mismo tiempo sonó un inmenso trueno. Llovía mucho, pero yo no me di ni cuenta. No me molesté en comprobar si la puerta de la calle estaba abierta, fui hasta la verja, trepé y salté al callejón. No volví a mirar atrás. Corrí y corrí, atravesé las calles sin mirar (recuerdo el sonido del frenazo de un coche). No paré hasta llegar a mi casa.

Lo que me esperaba allí os lo podéis imaginar. Mi madre estaba histérica porque era muy tarde, porque estaba empapada, porque no traía ni la chaqueta ni la mochila… Intenté contarle todo lo que me había pasado, pero, naturalmente, no me creyó. Tampoco lo hizo mi padre cuando vino. Oí a mis padres cuchichear. Hablaban de mí, seguro. Llegaron a la conclusión de que todo era producto de mi fantasía, y que la culpa era de los juegos del ordenador y de la play, de las películas que veía… Decidieron castigarme todo el fin de semana sin salir, sin ver la tele, sin el ordenador, sin la play, sin amigos, sin móvil… En un momento en que se despistaron pude llamar a mi amigo Christian para contárselo todo: tampoco me creyó. Me dijo que si me había sentado mal la noche de Halloween. Estuve intranquila todo el fin de semana, tuve pesadillas y sentía un miedo enorme a que llegara el lunes y tuviera que volver al insti.

El lunes llegó y de nada me valió fingirme enferma: mi madre no estaba por la labor de creerme. Cuando llegué, todo parecía normal. Al entrar, me llamó la conserje para darme mi chaqueta y mi mochila. Me dijo que las habían encontrado las limpiadoras en una clase. Me puse pálida y le di las gracias.

La mañana transcurrió con normalidad. Yo intentaba descubrir en los profesores algún gesto o alguna palabra que los delatara, pero nada. Sólo después de la última clase, cuando estaba recogiendo mis cosas, el profesor de * se dirigió a mí y, con una extraña sonrisa, me dijo:

--Sara, procura que no se te vuelva a olvidar la chaqueta...

FIN

Alumnos de Apoyo de Lengua (1º C y E)

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