¡Ay, Señor, Señor!
El otro día leí en un blog de latín un artículo de Alfonso López Quintás, catedrático emérito de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, titulado "La desgracia de no saber latín".
Me encantó y me divirtió tanto que aquí paso a reproducirlo en parte:
"En la vida hay desgracias tan altas como palmeras o tan espinosas como cactus. Pero existen otras silenciosas porque son carencia raíz.
Hace algún tiempo, acudí en Madrid a las oficinas de la sociedad médica SANITAS y, al decir que pertenecía a Sánitas -acentuando naturalmente la primera a-, la gentil señorita de la ventanilla acercó amablemente su carita hacia mí, para hablarme bajo y evitar que me sonrojara ante el público, y me indicó en tono maternal: "Sanítas, señor, se dice sanítas", y acentuaba la í con la firmeza de quien está diciendo algo obvio. No pude evitar el sonreírme y ella quiso saber la causa de mi extraña reacción. "Me hace gracia, le indiqué, que me haya matado durante media vida para aprender latín y ahora no sepa decir correctamente el nombre de algo tan elemental como salud".
Cuando uno oye y lee a brillantes periodistas y a sesudos varones de la política y la ciencia decir y escribir, por ejemplo, contra natura -sin la m final-, urbi et orbe -cambiando la i final por una e-, manu militare -insistiendo en el mismo error-, mutatis mutandi -comiéndose la s final-…, uno se sonroja y pide al cielo que, si no se estudia latín, se le olvide al menos del todo, y no se lo utilice para darle a los escritos o discursos un realce que de hecho viene a convertirse en un auténtico precipicio por el que se despeña el prestigio del que comete tales desafueros."
Hace algún tiempo, acudí en Madrid a las oficinas de la sociedad médica SANITAS y, al decir que pertenecía a Sánitas -acentuando naturalmente la primera a-, la gentil señorita de la ventanilla acercó amablemente su carita hacia mí, para hablarme bajo y evitar que me sonrojara ante el público, y me indicó en tono maternal: "Sanítas, señor, se dice sanítas", y acentuaba la í con la firmeza de quien está diciendo algo obvio. No pude evitar el sonreírme y ella quiso saber la causa de mi extraña reacción. "Me hace gracia, le indiqué, que me haya matado durante media vida para aprender latín y ahora no sepa decir correctamente el nombre de algo tan elemental como salud".
Cuando uno oye y lee a brillantes periodistas y a sesudos varones de la política y la ciencia decir y escribir, por ejemplo, contra natura -sin la m final-, urbi et orbe -cambiando la i final por una e-, manu militare -insistiendo en el mismo error-, mutatis mutandi -comiéndose la s final-…, uno se sonroja y pide al cielo que, si no se estudia latín, se le olvide al menos del todo, y no se lo utilice para darle a los escritos o discursos un realce que de hecho viene a convertirse en un auténtico precipicio por el que se despeña el prestigio del que comete tales desafueros."
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